El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
El general, vestido de gala, montado en su caballo…
La figura, a contraluz, bajo el sol a plomo del inicio de la tarde, recordaba una imagen del cine mexicano, en blanco y negro. Frente al primer mandatario, con la banda presidencial puesta, de cara a su jefe directo, el general Sandoval espléndido en su uniforme de gala de Caballería igual que el general Homero Mendoza Ruíz.
Ese día, culminación honrosa de su carrera militar, el hijo de un maestro rural de un pequeño pueblo oaxaqueño había recibido de manos del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas una tercera estrella que lo convierte en general de división.
Responsable del Desfile Conmemorativo de la Revolución Mexicana, lo fue también de más de dos mil 800 caballos, y de la representación, más de mil personas en la plancha del Zócalo capitalino, de nuestra historia. Incluyendo una locomotora de nombre Petra, disparos cada minuto, un avión biplano, automóviles de época, grandes mamparas…
Horas antes el presidente Andrés Manuel López Obrador había escuchado como el general secretario, Luis Cresencio Sandoval, decía “… en nuestro diario desempeño, los militares… no buscamos beneficios personales ni protagonismos, lo hacemos por el bien de México”.
Es obvio que el general Homero Mendoza no buscaba protagonismo, que lo que tenía, rígido, sobre su caballo, detenido en el tiempo, de cara a la historia, a todas las historias del país, era una responsabilidad enorme. Y vaya que se cumplió, con creces. Que se interpretaron las órdenes presidenciales con el mayor apego, pero, sobre todo, se recuperó la magnificencia del Arma de Caballería.
Se devolvió el profundo orgullo de ser ‘de caballo’, de ser militares que aman los caballos, que respetan los caballos, que entienden que la Revolución de 1910 que dio origen a las instituciones que juraron defender, ‘se hizo a caballo’.
Eso es lo que quedó en el corazón de todos.
Cuando el general Homero Mendoza Ruiz, con la voz firme, rindió Parte de Novedades al Presidente de la República lo hizo con el profundo orgullo de su Arma de Origen, de esas botas lustradas que ordenaban al caballo, imponente, que montaba.
Antes, como testimonio pleno de emoción, habían desfilado generales retirados del Arma de Caballería, orgullosos, gallardos en sus monturas pese a los ochenta y más años, encabezados por el entrañable, querido general de división en retiro José Ángel García Elizalde. Homenaje de respeto a un grupo de militares que, en silencio, sin pedir protagonismos, entregaron lo mejor de sí mismos a la patria.
La imagen del general Homero Mendoza Ruiz, con su águila y sus tres estrellas, con los cordones dorados, con su espada, recortada contra el horizonte significa enormidades las palabras del general secretario, Luis Cresencio Sandoval: “En nosotros la voluntad de servir a México con entrega e institucionalidad es permanente”.
En Tuiter: @isabelarvide