Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
El 1 de agosto de 2019, el director de Guerrero al Instante, Rogelio Barragán, fue encontrado muerto en un vehículo abandonado en el municipio de Zacatepec, Morelos.
El comunicador había sido secuestrado un día antes. Las autoridades lo hallaron con signos de tortura, golpes y un disparo en la cabeza. Alguien lo acalló por su labor informativa y ese alguien sigue impune.
«Descansa en paz, nuestro compañero Rogelio, Dios te tenga en su Santa Gloria, un fuerte abrazo hasta el cielo compañero», publicó el medio del que Barragán era director en Facebook.
En menos de un año que lleva la actual administración federal, han sido asesinados 13 periodistas en diversas partes del país, el peor registro para el arranque de un gobierno en lo que se refiere a violencia en contra de comunicadores.
Reporteros sin Fronteras coloca a México en el lugar 144 en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2019, dentro de un universo de 180 países, es decir, nos ubicamos como una de las naciones más vulnerables dentro de este derecho.
Un amigo, hermano, compañero, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en donde estudiamos a mediados de los años setentas, el sociólogo Arturo Palacios Juárez, me comentaba en los tiempos de la contienda electoral de 2018, que, con el PRI, el estado asesinaba a periodistas y que eso ya no volvería a pasar con la presidencia de López Obrador, por cierto, también egresado de nuestra amada escuela.
Le comenté que la impunidad y la corrupción eran los principales asesinos de los periodistas y que eso desde luego que continuaría sucediendo con un nuevo presidente que ofrecía amnistía a los delincuentes y al cual le era incómoda la prensa. El tiempo me dio la razón, apenas a un año de iniciado, este sexenio se perfila como el más peligroso para las periodistas.
Es una realidad evidente, pero existen ciegos que no la quieren ver o, aún más, que la distorsionan. Lastimosamente, una de ellas es la nueva ¿se le puede llamar ombudsman? a nivel nacional: Rosario Piedra Ibarra.
No se entiende el cinismo de Piedra, cuando reporteros le preguntaron su opinión sobre los crímenes de comunicadores “¿Han asesinado periodistas?”, les contestó a sus interlocutores. Cinismo puro y envilecido.
“He visto lo que pasó en sexenios pasados”, agregó, símil del avestruz que esconde la cabeza en un agujero para no observar lo que sucede a su alrededor en ese momento.
No se puede pedir más, ni esperar nada bueno, de una militante de Morena, que pidió licencia poco antes de asumir el cargo de presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), como si eso le quitara en automático su simpatía y compromiso con el Gobierno Federal y quien lo encabeza.
La CNDH dejó de ser un organismo autónomo, actuará al ritmo que le toque el gobierno, emitirá observaciones de acuerdo a la línea que reciba.
No se puede tener a un ombudsman que vaya a callar ante las violaciones a los derechos humanos que pueden cometer algunos elementos de las fuerzas militares, navales y policiacas del estado. Ya lo dejó en claro la señora. Ella no viene a denunciar a nadie que sea del gobierno.
Menos se puede entender su actitud cuando ella pertenece a una familia que conoce el dolor que provoca la pérdida de un familiar, como sucedió por la desaparición de su hermano Jesús, durante la llamada guerra sucia de los años setentas-ochentas.
Ella no es doña Rosario Ibarra de Piedra, su mamá, no tiene su tamaño social y político, por muy su hija que sea. Sencillamente ella no es Rosario Ibarra, ella es sólo Piedra.
Si esa es la defensora de los derechos humanos, ya pueden estar tranquilos los criminales, los represores policiacos, militares y navales, pueden dormir a sus anchas quienes abusan del poder, de que pueden actuar con impunidad. Ella no girará recomendación alguna en contra de alguna dependencia federal, porque sería ir en contra de los miembros o el personal que manda su propio partido.
Rosario Piedra, no es, al menos para los periodistas, una ombudsman, vamos es sólo, como su apellido lo dice, una lacerante Piedra.