Visión financiera/Georgina Howard
Ya nos tomaron la medida
Y como no queriendo, diría el clásico, nos subieron otra vez al tren de la campaña presidencial de Estados Unidos, en la que para variar sus candidatos hacen promesas taquilleras para convencer a sus electores, a nuestra costa (of course).
Y si no, ahí sigue el muro fronterizo como testimonio material.
El tema de la narcoviolencia está en la mesa bilateral desde hace muchas décadas. Y la expectativa de los funcionarios de EU para declarar terrorismo a los cárteles del narcotráfico en México, lleva incubándose, a confesión del propio Trump, poco más de tres meses.
Es decir que esa idea la venían explorando en el momento en que una corte de Nueva York dictó sentencia de cadena perpetua a Joaquín El Chapo Guzmán. Los expertos quieren pensar que el Culiacanazo -ocurrido a mediados de octubre de este año- y semanas más tarde la abominable masacre contra la familia LeBarón, fueron un empujón adicional a la idea de clasificar al narcoterrorismo, con todo lo que ello implica.
Mientras Marcelo Ebrard saca al buey de la barranca y desde Palacio Nacional le envían abrazos a Trump, lo única posición clara del gobierno mexicano ha sido la de “Sí a la colaboración, no al intervencionismo”. Lo cual es un buen punto de partida.
Nacionalismo rancio
Pero el tema en el ámbito político y en esta época en las redes sociales -que son ajonjolí de todos los moles-, a dado paso a que reaparezca el nacionalismo más rancio, pero además un intenso intercambio de insultos, condenas, manotazos, acusaciones que al final ni alientan la unidad nacional y no sirven para nada. Y si no, pregunten a los encargados del tema migratorio.
Parece que esta cadena de acusaciones e insultos en las redes sociales reflejan una sola cosa, que no sabemos qué hacer. También está la patriótica estrategia de buscar culpables, para justificarnos ante quien sabrá reconocerlo.
Alguien pautó los hashtags #FueraLebaróndeMéxico #LeBaróntraidoresdelapatria como respuesta al extraño reclamo que hizo el sacerdote Alejandro Solalinde a la familia LeBarón, “definir con quién están”. Aunque usted no lo crea.
Esto solo sirvió para alentar el odio irracional y destruir el sentimiento de unidad nacional.
Otro episodio lo protagonizó el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhué Rodríguez quien se mostró a favor de que se declare narcoterroristas a los cárteles mexicanos.
Y una conferencia para establecer un posicionamiento del Senado contra el riesgo de intervencionismo, sirvió a senadores de Morena para ir directo a la yugular del guanajuatense, a quien acusaron de todo lo imaginable, hasta de vendepatrias. Todo por opinar distinto.
Pero llamó la atención lo que piensan los senadores de las organizaciones delincuenciales para liberarlos de la clasificación de narcoterroristas; sus móviles “no son los de sembrar el terror sino plenamente económicos”, definición que seguramente agradecieron los criminales.
En medio de la estridencia encontramos un artículo de René Herrera Huizar, publicado en El Semanario (28-11-19) bajo el título Terrorismo y narco, ¿cuestión de enfoques?, en el que de manera mesurada plantea:
“Es necesario considerar que, en la práctica, no hemos sido capaces de atender adecuadamente el problema de la inseguridad y la violencia. El problema va en aumento, de la mano de la corrupción que lo ha prohijado. Bien sabido es que ninguna actividad criminal adquiere las dimensiones que ha alcanzado la delincuencia organizada, sin la protección o connivencia de la autoridad y de actores económicos poderosos.
“El problema es complejo e implica, de manera inexorable, a las dos naciones. Más allá de sucumbir a la tentación de presionar políticamente o envolverse en el lábaro patrio, deberían explorarse las vías de colaboración que ya se tienen en acuerdos de carácter internacional y poner en acción los mecanismos existentes para atacar eficazmente un fenómeno que lacera profundamente a la sociedad mexicana que es quien, en definitiva, aporta el contingente sangriento.”
Y recomienda: “Enfriar la cabeza, dialogar diplomáticamente y lograr acuerdos colaborativos frente a problemas comunes de alta intensidad, sería lo deseable en la obligada vecindad que, en no pocas ocasiones, se antoja distante”.