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CIUDAD DE MÉXICO, 7 de mayo de 2020. — Gracias al abogado y notario chiapaneco Gerardo Pensamiento, dilecto amigo de ambos, a mediados de los años 80 tuve la oportunidad de conocer al talentoso compositor Jorge Massías y más de alguna ocasión, ambos llegaron hasta Patriotismo, para pasar una agradable noche de bohemia y tragos.
Para mí fue una gran oportunidad y una perdurable experiencia escucharlo, y más, que cortésmente me acompañara a la guitarra, haciéndome segunda para cantar algunos de sus éxitos.
Al paso del tiempo nos seguimos tratando y de vez en cuando coincidíamos por nuestra cuenta en alguna reunión.
Obviamente hablábamos de los acontecimientos políticos del país, pero sobre todo de la política local de Chiapas, nuestro estado natal. Luego, nos sumábamos a la tertulia entre muchos tragos y más canciones, algunas que no he vuelto a oír o no fueron grabadas por sus más connotados intérpretes ni por él mismo. En su acervo familiar y entre sus amigos deben existir muchísimas que nunca han visto la luz.
El cronista y cuentista chiapaneco Enrique Orozco González –autor de un relato que llegó a mis manos a través de Juan Carlos Hernández Pineda, un compañero de la preparatoria–, lo conoció muy bien. Su hermandad le permitió tejer varias historias, cuyo personaje principal es Jorge Macías Gómez, el compositor de Nube Viajera.
“Nacimos el mismo año; dos cuadras del mismo pueblo nos separaban. Nos unían: parientes, juegos y ríos. Quince años después nos reencontramos en la Ciudad de México y otra vez la vida nos reunió, ahora para siempre.
“Éramos miembros distinguidos del REBOCHI (Reconocidos Bolos Chiapanecos), cofradía que sesionaba los fines de semana en un departamento de la colonia Narvarte. Ahí desfilaron amigos como Napoleón, Álvaro Dávila, Emmanuel, José Luis Almada, Pedro del Villar y algunos más.
Con motivo de la publicación de su texto, desde Tapachula, donde actualmente reside, Enrique Orozco pormenoriza conmigo sus vivencias al lado de su gran amigo, al que cariñosamente llamaba El Negro y con quien por algún tiempo compartió habitación, penurias, confidencias de amor y muchos, muchos tragos.
“Jorge era ya un reconocido cantautor y se codeaba con los grandes compositores de México. Roberto Cantoral con frecuencia lo invitaba a su casa. El Negro nos contaba las divertidas veladas que ahí se celebraban” —escribió.
“Yo, recién había terminado mi carrera de Médico Veterinario y trabajaba en la Secretaría de Salud.
“—Negro —le pedí—, invitáme a la casa de Cantoral, yo admiro a ese hombre; su canción La Barca. Me transporta a mi niñez, a una soleada mañana de sábado escuchando la radio en la sala de la casa familiar. Cuando mi preocupación más grande era no poder ir al río.
“—Sí vos… ¡Qué profundo! —se burló.
“Cuando estaba con nosotros, sus amigos de infancia, Jorge hablaba el caló chiapaneco que usábamos todos:
“—Si te llevo ¿Prometés portarte bien? ¿Sabés usar las cuchara y los trinchi? ¿Vas a comé con la boca cerrada?
“Juré portarme como un caballero. Cantoral formó parte del trío Los tres Caballeros, conmigo seríamos cuatro (igual de cuatro como Los tres mosqueteros). Dijo que en la siguiente invitación de Cantoral, le pediría permiso pa’ llevar un su primo. Me pidió tener paciencia. Unas semanas después el ansiado momento llegó.
“—Te vas preparando, el próximo viernes vamo’ a cená con los Cantoral —me informó—. El Maestro me dijo que te llevara. ¡Pero… Abusado! ¡Vamo’ representando a Chiapas! Ahí velo si nos ponés en vergüenza. Te ponés tu mejor ropita y echále gasolina al Impala porque el maestro Cantoral vive hasta la Colonia Lindavista.
“Representar a nuestro estado era un honor inmerecido” —narra Orozco González en su extensa y colorida crónica.
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Jorge, diez años mayor que yo, había nacido en Villaflores el 21 de mayo de 1948 y muy joven había emigrado a la ciudad de México, donde a base de mucho esfuerzo se convirtió en el compositor chiapaneco contemporáneo más célebre.
Siempre bromeábamos sobre el supuesto origen español de su apellido Massias. Y así –como seguramente aún lo creen muchos, y me ocurrió inicialmente—, un día me confió que ese era solamente su apellido artístico y que el real era Macías con “c”. “No es tan chingón como el tuyo, maestro Carbot” –me aclaró divertido.
Incluso, animado me relató entonces que un amigo suyo que había viajado a España, para complacerlo gentilmente le había traído a su regreso un hermoso llavero con el escudo de los Massías, en el que destacaba —me dijo—, un león dorado solitario, de pie, casi idéntico al par de felinos que embanderan el escudo de Chiapas.
Mantuvimos esporádicos y cordiales encuentros a lo largo de los años, tanto en Chiapas como en la Ciudad de México. Recuerdo, entre ellos, una larguísima velada en el restaurante Las Pichanchas de Tuxtla Gutiérrez, con la anfitrionía de su propietario, Mario Esquinca Miceli y otros más, en una casa habilitada como residencia para estudiantes chiapanecos, en la calle de Enrique C. Rébsamen, en la Ciudad de México, que en forma clandestina fungía a la vez como restaurante de comida típica, porque nunca contó con el permiso de la delegación.
En varias ocasiones el propio Massías, Gerardo Pensamiento y otros notables comensales, intervinieron con sus influencias para evitar que la casa que alquilaba la familia Pinto, originaria de Comitán, fuese clausurada.
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El 5 de febrero de 2013, a través del correo de su esposa Marcia Cortés, recibí un mensaje de parte suya.
Me escribió:
“Querido Alberto, con un abrazo te envío información sobre la celebración de mis cuarenta años como compositor, con una presentación en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris en la Ciudad de México, en la que me encantaría contar con tu presencia como amigo.
“Esto se llevará a cabo este quince de Febrero a las ocho de la noche con la presencia en escena como invitados especiales de los Maestros Armando Manzanero, Alex Lora, Gil Rivera y Rodrigo de la Cadena, en los adjuntos podrás ver los promocionales que se están usando para este evento que es para mí muy importante.
“El día ocho a las once de la mañana se llevará a cabo una conferencia de prensa en el foyer del teatro. Quedo a tus órdenes Jorge”.
Días antes del evento nos vimos personalmente, en la banda de recepción de equipaje, en el aeropuerto de la Ciudad de México. Fue una de las últimas veces que charlamos.
—Alberto, ya te envié a tu correo la invitación al festejo de mis 40 años; espero que no lo hayas borrado. No vayas a faltar, no seas cabrón y luego me haces una entrevista. Como ya viste en la invitación, me van a acompañar muchos amigos, encabezados por el Maestro Manzanero y a ver si te animas y te echas un palomazo conmigo.
—Pero claro, le dije. Ahí estaré contigo —le prometí entusiasmado.
Lo lamenté mucho tiempo después, porque por asuntos de trabajo —sobre todo, de engorrosos trámites para un pago de publicidad de la revista, que de manera forzosa tenía que hacer personalmente—, no pude regresar a tiempo para estar presente en su homenaje, que él personalmente bautizó Con la misma piedra.
A los pocos días le llamé, le expliqué la situación y me disculpé. Me perdonó la gravísima falta.
La entrevista fue planteada y replanteada infinidad de ocasiones. “Pero que no sea la típica entrevista, sino una especie de charla, una bohemia, en la que solamente pongas la grabadora sobre la mesa y hablemos de todo, sin formalismos” —me aconsejó. Esta nunca tuvo lugar, por sus compromisos y los míos.
Sin hacer menos su boda con la sinaloense Marcia Cortés Corral y el nacimiento de Edgardo y Celeste, sus dos hijos, la obtención del Premio Chiapas 2008 y el homenaje a sus 40 años en el Teatro de la Ciudad, fueron dos de los acontecimientos más importantes de su vida.
Fue a través de un colega periodista que me enteré que Jorge, esperanzado, intentaba superar una grave dolencia prostática. Él y su familia se hallaban muy optimistas, pero finalmente no pudo superarlo.
Cuando falleció, el 25 de mayo de 2015, acudí a su velatorio en la funeraria Gayosso, de Félix Cuevas, ubicada al Sur de la ciudad.
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Al paso de los años, especialmente este mes en que se cumplen 72 de su nacimiento y 5 de su desaparición, me siento honrado por haberlo conocido y seguir recordándolo cada vez que en alguna noche de bohemia llego a interpretar algunas de sus más sentidas y exitosas composiciones, entre ellas Lástima que seas ajena, Te aprovechas, Loco, la ultraconocida Con la misma piedra —que a nivel internacional registra 280 versiones y fue grabada, entre muchos otros, por Julio Iglesias y el grupo orquestal del ya desparecido Ray Conniff —, Nube viajera, la tierna y melancólica Aquella edad y Agua nueva, que en 1992 estrenó Cristian Castro:
Como un sueño, ver tu cuerpo/desmayado junto a mí/sobre mi almohada/y tu pelo gris de cielo/en penumbras despeinar. De madrugada/si consigo ser tu dueño/agua nueva va naciendo, de mi cuerpo/en mis sueños te poseo/y recorro tus rincones más secretos/pero despierto y no te tengo.
Sin embargo, mi preferida de todas ellas es Niña amada mía, una canción que popularizó Alejandro Fernández y que a él mismo, como autor, me dijo que personalmente le llegaba muy hondo en el corazón.
No te vayas/que sin tus caricias/para qué la vida/para qué cantar. Si bien sabes/que con sólo un poco/yo me vuelvo loco/con lo que me das. Soy un ciego/vivo de limosnas/pero si me tocas/soy feliz demás. Si quieres ahora/porque no te vayas/me convierto en nada/para no estorbar. No hagas caso/si te dicen mala/córtame las alas/no quiero volar. Si quieres ahora/niña amada mía/soy lo que me pidas/pero junto a ti. Pero si te marchas/que esta noche negra/me convierta en piedra/para no sentir.
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Gerardo Herrera Ramírez, conductor, escritor y músico originario de Saltillo, Coahuila , aseguró que el propio Massías le confió que Con la misma piedra, fue una canción que le dedicó a Marcia, la joven sinaloense que Jorge conoció en 1980, y que a la postre se convertiría en su esposa.
“Todo se estaba presentando favorable a mis deseos de relacionarme con ella, sólo que había un inconveniente: tenía novio. Sin embargo, ya el travieso Cupido había hecho su cometido en nuestros corazones, por lo que ella me dijo que esa misma noche terminaría de una forma correcta y honesta con la relación previa, para poder corresponderme.
“Sin querer que mi actitud fuese a presionarla y poniéndome en el lugar del novio, le propuse algo que consideré era lo mínimo, y así se lo dije:
—Platica primero con tu corazón y si te ordena que sigas con tu novio, pues adelante. Pero si no es así, entonces deberás comunicarme tu decisión a mi favor mañana antes de las 11 de la noche –le confió Massías.
“Desde temprana hora del día siguiente, en un ánimo derrotista –mientras esperaba la llegada de ella para saber el resultado final del dictado de su corazón–, escribí triste y poco alentado la letra de lo que sería mi canción Con la misma piedra” –reseña Herrera Ramírez en Historia de una canción, uno de los dos tomos que testimonian el origen de las melodías más famosas de México.
“Curiosamente, esa noche, cuando ella llegó a la cita y sin más rodeos me dio el anhelado sí, yo había terminado mi triste canción tal y como se conoce a la fecha.
“Por fortuna, mi mal presagio falló, viéndose colmado del bendito amor que en feliz matrimonio de veintisiete años hemos llevado, además de tener la enorme dicha de la maravillosa llegada de nuestros dos queridos hijos”, le expuso Massías a Herrera Ramírez, quien luego hizo público ese episodio en el Diario Vanguardia, de Saltillo, en julio de 2015, dos meses después de su fallecimiento.
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Cuarenta años después del hecho, Marcia Cortés, la esposa y compañera de Jorge, sonríe cuando le comento esta anécdota.
—No es del todo cierto como se escribió —dice—, aunque el hecho tiene cierta verisimilitud. Con Jorge nos conocimos en 1980, cuando él ya tenía 3 años de vivir en el edificio de Pestalozzi 1250, ubicado frente al Parque de las Arboledas, al que yo había llegado acompañada de mis hermanos en 1975, procedente de Sinaloa y con apenas 15 años.
Jorge llegó de manera fortuita a vivir allí, porque anteriormente vivió en un departamento en la calle de Miguel Laurent, que era el refugio de muchos parientes y amigos chiapanecos. Cuando Gilberto Zepeda Gómez, el primo que les había facilitado el departamento se casó, se fue a vivir allí y ellos entonces emigraron.
Sin embargo, la suerte contó mucho. En el departamento número 2 del mismo edificio, vivía Dora Celina Ortega Duriet, otra chica sinaloense que se había hecho novia de Enrique Orozco González, uno de los mejores amigos de Jorge. Cuando ellos decidieron casarse, la pareja le ofreció cederle el pequeño departamento de Pestalozzi. Durante 3 años, casi no cruzamos palabra, pero un día me declaró su amor.
Aunque yo ya tenía novio, él me convenció de que hiciera lo posible por terminar esa relación, y en principio accedí. Le dije que esa noche iría a cenar con Fernando, mi novio, para decirle que ya no nos veríamos más. Pero debo reconocer que existía el riesgo de que me convenciera de seguir con la relación.
—Espero volver como a las 8 de la noche –le dije a Jorge. Sin embargo, la cena se prolongó, fue un momento muy difícil y retorné a mi departamento como a la una de la mañana. Al llegar, distinguí el auto de Jorge estacionado frente al edificio, y a él, dormido al volante. Le toqué el vidrio y le comenté que finalmente había terminado con Fernando. Desde ese momento fuimos inseparables —me comenta Marcia.
—La magia de las leyendas de cómo nacieron algunas de las canciones más famosas, por ejemplo Con la misma piedra, es hasta cierto punto real.
—Sí, aunque yo le comenté a Jorge que cómo podía decir que la había escrito para mí, si yo no tengo los ojos verdes, sino cafés. Una de las estrofas dice: “Pero fui en tu vida solo diversión/tan sólo un juguete de tu colección/ me embrujaste al verme/y tus ojos verdes le pusieron trampas a mi corazón.
“Mi amor, lo de los ojos verdes fue sólo un recurso melódico para que rimara verme con verdes” —me dijo Jorge—. Y bueno, le creí. Siempre me reiteró que así fue. Vivimos felices muchos años y precisamente mayo se convirtió en un mes especial para nosotros. El pasado día 4 hubiésemos festejado 40 años de casados; el 21 su cumpleaños y el 25 el aniversario de su fallecimiento —señala la musa y esposa de Massías.
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Considero no estar equivocado al afirmar que algunos compositores, intérpretes y actores, pertenecen a un linaje aparte, de la misma forma que muchos escritores. Porque contrariamente a lo que ocurre con el común de los mortales –que cuando mueren, al paso del tiempo llega el olvido y cada día son recordados menos, hasta que finalmente nadie los trae a su memoria–, ellos nunca se van del todo.
Cíclicamente –cuando se interpretan sus canciones, se escuchan sus discos, se ven sus películas o se leen sus libros–, ellos vuelven a estar aquí, entre nosotros, como si nunca hubiesen partido.
Así percibo a Jorge cuando lo evoco y fraseo ante la guitarra:
Si quieres ahora/niña amada mía/soy lo que me pidas/pero junto a ti. Pero si te marchas/que esta noche negra/me convierta en piedra/para no sentir.