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Las mesas de la cocina y del comedor se convirtieron en escritorios y ya es habitual que los sillones de la sala sean improvisados archiveros. José conoce el horario en que debe empezar a laborar, pero ya no sabe exactamente a que hora debe parar. Ayer trabajó 19 horas y apenas le dio tiempo para mal dormir algunas horas y para comer apenas, no se bañó.
Sin embargo, José Mondragón, contador público, de 44 años de edad, da gracias de tener trabajo en medio de la pandemia, pero siente que su vida se ha desdibujado en un continuo laborar, casi no descansar y alimentarse como pueda.
Su jefe le dice que es una bendición contar con un ingreso, mientras ahora hay cerca de 12 millones de mexicanos que, de repente, se quedaron sin empleo, “por este maldito Coronavirus”, que ahí está agazapado en la calle para atrapar a cualquiera que se descuide.
Entonces, conservar su empleo y poderlo hacer desde casa se ha convertido realmente en un tesoro para José y su familia.
Pero él sabe que los horarios que tenía para desplazarse a su trabajo y salir a comer, ahora no existen y José puede ser contactado por su jefe a cualquier hora para que siga laborando.
El contacto directo entre su jefe y el resto de su equipo se suplió por el enlace vía WhatsApp, video llamadas por zoom u otra plataforma, para juntas que pueden ser a cualquier hora, sin importar la duración, porque al fin y al cabo “estás en tu casa y no tienes que ir a ninguna parte”.
Es común que, inesperadamente, su jefe se comunique con José cerca de la media noche, cuando él, antes de la pandemia, acostumbraba irse a la cama y le diga “te voy a mandar algunos reportes para que los puedas ir adelantando y que mañana no nos gane el tiempo, al fin ahorita puedes adelantar algo antes de que te duermas, desde la comodidad de tu casa”.
La última frase se queda en la mente de José como un lastre: “desde la comodidad de tu casa”, y él mismo empieza a dudar si su hogar era cómodo. Piensa que si era así antes de la pandemia, pero ahora, de alguna manera se ha convertido en un sitio no tan grato, con 4 meses y medio de encierro.
José dejó de hacer ejercicio hace años, en gran parte porque sus largas horas de trabajo le impedían darse un tiempo para mover su cuerpo, cuyas carnes cada vez acumulan más grasa.
Cuando llegaba el fin de semana, concretamente sólo el domingo, únicamente tenía ganas de permanecer en su cama o ver televisión. Una jornada de 12 horas de trabajo diario, más otras tres de traslado hacia su empleo eran motivo suficiente para no tener ganas de hacer nada en su día de asueto.
Antes de la pandemia del Coronavirus, tenía que caminar para tomar el micro que lo llevaba al Metro y después atravesar los pasillos para trasbordar de una línea a otra. Ya tiene varios meses sin esa rutina y ahora se da cuenta que en realidad tan sólo caminar en esos trayectos, le representaba ejercitarse cuando menos media hora diaria.
Con otra agravante, ahora José a la par de que sigue trabajando más horas que antes, tiene que atender quehaceres de su casa que anteriormente no realizaba y que eran simplemente cubiertos por su esposa.
Al igual que a millones de mexicanos que pudieron salvaguardar su empleo gracias al trabajo desde casa (home office), para José es todo un reto tener un balance entre su vida personal y laboral. De hecho, no existe una división entre las dos.
Le cuesta trabajo concentrarse en su trabajo, en muchas ocasiones. Compartir un pequeño departamento durante casi 24 horas con sus hijos adolescentes que escuchan música estridente o permanecen pegados al televisor con video juegos, no le permite tener la privacidad absoluta que requiere.
José relee un manual que encontró para tener un mejor desempeño en la práctica del home office. Trata de grabarse las recomendaciones de los expertos.
”Dile no a los pants o la pijama, Crea un espacio de trabajo definido, Decora el entorno en el que laboras, Asegúrate de no quedarte pegado a la computadora todo el día. Date descansos para salir a la calle, Limita tus redes sociales, Maximiza tu tiempo, Muévete, Come bien, Establece límites de tiempo”.
Por más que José ha intentado todos estos pasos, no ha cumplido con todos en ningún momento. En ocasiones siente que el home office se ha convertido para él en una cárcel, de la que no puede salir, necesaria, pero al fin y al cabo, una cárcel.