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CIUDAD DE MÉXICO, 3 de septiembre de 2020. — Aquí se trabaja las 24 horas, los 365 días del año. Desde el 5 de septiembre de 1910, los integrantes del Servicio Sismológico Nacional (SSN), a cargo del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM, están atentos a cada movimiento de tierra que se registra.
De acuerdo a un comunicado, con la mirada puesta en pantallas con mapas, sismogramas y datos provenientes de cerca de 200 estaciones que van de Baja California a Quintana Roo, o con inagotable trabajo de campo y de cómputo, día con día cumplen la misión esencial de establecer y mantener una red de monitoreo de la sismicidad en México, que opera con los más altos estándares.
El beneficio que brinda a la población es inconmensurable. Una de sus tareas fundamentales es emitir la información que genera, de manera oportuna y eficiente, a las autoridades y a la sociedad, señala Xyoli Pérez Campos, jefa del Sismológico Nacional.
Si no existiera, no habría monitoreo continuo de los fenómenos sísmicos, ni sabríamos la localización y magnitud de los temblores. No se proporcionaría a las instancias correspondientes los parámetros para emitir alertas tempranas o iniciar protocolos de protección civil (que incluyen el sistema de alerta de tsunamis), ni se archivarían ni compartirían datos para investigaciones como las de ingeniería, que han permitido el desarrollo y evolución de los reglamentos de construcción, detalla.
Sismos históricos
El SSN tiene en su “inventario” 85 temblores de magnitud 7 o mayor, reportados incluso desde antes de su inauguración, a comienzos del siglo XX. El más antiguo corresponde al 20 de enero de 1900 (Autlán de Navarro, Jalisco, M 7.4). Y desde su inauguración hasta la fecha se han registrado 72 fenómenos naturales.
Algunos de los ventanales del Centro de Monitoreo dan cuenta de los que ocurrieron hasta 2015, cuando iniciaron operaciones sus nuevas instalaciones. Fechas, magnitudes y lugares que van desde Mexicali, Baja California (20 de noviembre de 1915, M 7), hasta Tapachula, Chiapas (14 de diciembre de 1935, M 7.3), conforman una “galería” en la que pronto se incluirán los de 2017, 2018 y 2020, para recordar que México es un país de sismos.
Pérez Campos aclara que la cantidad de movimientos telúricos varía cada año, pero el aumento registrado últimamente se debe a dos factores: el incremento en el número de estaciones, que permiten detectar cada vez más eventos pequeños, y el sismo de magnitud 8.2 del 7 de septiembre de 2017, que generó miles de réplicas que también forman parte del “catálogo”. En 2018 se reportaron 30 mil 350, y en 2019, 26 mil 418.
Gerardo Suárez Reynoso, investigador del Departamento de Sismología y exdirector del IGf, explica que la sismicidad en México ocurre porque los temblores se producen principalmente en las llamadas fronteras de placas tectónicas, y “nuestro territorio se asienta sobre cinco de ellas, que tienen un movimiento relativo esporádico”.
Cuando se acumula energía entre ellas se produce un deslizamiento que puede ser de varios metros, en el caso de un sismo grande. “Es como cuando empujamos un mueble muy pesado, nos recargamos hasta que tenemos suficiente energía para moverlo súbitamente”.
Víctor Hugo Espíndola, responsable del área de Análisis e Interpretación de Datos Sísmicos del SSN –y quien se integró al Servicio en 1980 para trabajar como lecturista, siendo estudiante del primer año de licenciatura–, indica que la mayoría de los temblores en el país se producen en la frontera de las placas de Cocos y Norteamérica, en el Océano Pacífico, aunque en ocasiones también se presentan en una región epicentral que nadie espera, porque los periodos de recurrencia son de cientos de años, como sucedió el 19 de septiembre de 2017, en Morelos.
En los archivos del SSN hay otros eventos significativos, como el terremoto de San Francisco, California, en 1906. En las estaciones mecánicas, analógicas y de registro en papel también se dio cuenta del mayor sismo en la historia (Valdivia, Chile, de magnitud 9.5, ocurrido en 1960,) y sus réplicas, además del icónico evento del 19 de septiembre de 1985 en nuestro país, cuyo sismograma en tinta roja cuelga enmarcado en una pared del Centro de Monitoreo.
Ya en la época reciente destacan los de 2017, en particular el del 7 de septiembre (Golfo de Tehuantepec, al suroeste de Pijijiapan, Chiapas), de magnitud 8.2, que se convirtió en el mejor registrado digitalmente.
Metodología detallada
El SSN fue el primero en Latinoamérica en trabajar con sismógrafos mecánicos “Wiechert”, de fabricación alemana, y ahora innova con instrumentos digitales de vanguardia.
Pérez Campos explica que la instancia a su cargo opera 63 estaciones de banda ancha en todo el territorio, cuentan con un sismómetro que mide la velocidad con que se mueve el suelo, un acelerómetro que registra la aceleración y un receptor GPS/GNSS que mide el desplazamiento.
Esos datos son transmitidos vía satelital, por Internet y radio, hasta el Centro de Monitoreo, en Ciudad Universitaria, donde son recibidos por sistemas de cómputo que los analizan y procesan de forma automática, y los almacenan.
También reciben información de estaciones pertenecientes a otras instituciones como el Centro de Investigación Científica y Estudios Superiores de Ensenada, la Universidad de Colima, el Centro Nacional de Prevención de Desastres del gobierno mexicano, la Red Sismológica del Estado de Texas, y el Instituto de Sismología, Vulcanología e Hidrología de Guatemala.
Espíndola refiere que cuando los instrumentos en CU identifican que ha ocurrido un temblor de magnitud considerable, tardan entre tres y siete minutos en hacer un cálculo de su localización y magnitud.
Luego, en la página del SSN y sus redes sociales se da a conocer información esencial: epicentro (longitud y latitud), profundidad y magnitud estimada, así como la localidad de más de 10 mil habitantes más cercana. “En promedio se reportan de 50 a 60 sismos diarios, la mayoría de pequeños a moderados”, precisa el experto.
Para complementar esta labor, se cuenta con otros dos pilares: el de Instrumentación y mantenimiento de estaciones sismológicas, y el de Sistemas y telecomunicaciones.
Primeros pasos
Aunque se inauguró en 1910, los antecedentes del Sismológico Nacional datan de unos años atrás. A finales del periodo decimonónico (siglo XIX) se comenzaron a fabricar los primeros instrumentos y a comienzos del siglo XX empezaron a instalarse diversos aparatos que permitieron medir cuantitativamente la ocurrencia de los fenómenos telúricos.
Era claro que de forma aislada “se podía hacer muy poco, pues se necesitaban los registros de otros observatorios sismológicos, como el de Berkeley, California; Upsala, Suecia; Gotinga, Alemania; o La Paz, Bolivia, algunos de los primeros. “Sólo de esa manera se puede entender la propagación de las ondas sísmicas al interior de la Tierra”, indica Gerardo Suárez.
México asistió a la primera conferencia internacional de sismología en la ciudad de Estrasburgo, que hoy está en Francia, pero en aquella época era territorio alemán. La idea era conjuntar la Asociación Sismológica Internacional, y que cada miembro tomara dos responsabilidades: instalar más instrumentos en su territorio y compartir su información.
Nuestro país asumió el compromiso, rememora el excoordinador de la Investigación Científica de la UNAM, e instaló una red que fue pionera en su momento. Se decidió usar los mejores instrumentos y se colocaron aparatos en todo el país. Entre 1910 y 1923 se construyeron nueve estaciones sismológicas mecánicas autónomas. La central se ubicó en Tacubaya, en la capital del país, y las foráneas en ciudades como Oaxaca y Chihuahua.
En su nacimiento, el Servicio, dependiente del Instituto Geológico Nacional de la Secretaría de Minería y Fomento, enfrentó grandes retos; uno de ellos, la Revolución Mexicana y los cambios de gobierno. “Debemos estar muy orgullosos de lo que hizo ese grupo de fundadores, un logro de vanguardia, una red homogénea con aparatos en lugares donde pensaron que se podía hacer una mejor localización y valoración del fenómeno sísmico”.
El SSN pasó a ser parte de la Universidad Nacional en 1929, cuando esta casa de estudios adquirió su autonomía, y desde 1948 quedó adscrito al IGf. “Esto es sui generis. En la mayor parte de los países los institutos geográficos o los servicios geológicos, como el Geological Survey de Estados Unidos, se encargan de ese servicio”, resalta el científico.
“¿Debe nuestra Universidad hacer esta labor? He llegado a la conclusión de que es afortunado que el Servicio -que el 5 de septiembre cumple 110 años- forme parte de la UNAM, porque se ha mantenido científica y tecnológicamente vigente, y cercano a uno de los grupos más importantes de sismólogos mexicanos que lo ayudan y enriquecen”.
Al respecto, Xyoli Pérez recuerda que luego del impacto del terremoto de 1985 comenzó la modernización del SSN, en la década de 1990, cuando se cambiaron los instrumentos mecánicos y electromagnéticos por equipos digitales. Llegaron los sensores de banda ancha y comenzó la transmisión de datos en tiempo real. Hoy, “en las estaciones se cuenta con instrumentos de última tecnología”.
Otra modernización ocurrió en el Centro de Monitoreo, hace un lustro. En el nuevo edificio se actualizaron todos los servidores, equipo de cómputo y forma de visualización: en pantallas, donde los analistas tienen un mejor panorama de lo que sucede. El Servicio es uno de los dos más avanzados de toda la región latinoamericana y está a la par de otros en el mundo en la búsqueda de nuevas tecnologías, mejora de procesos y capacidad de respuesta.
Tenemos un Servicio a la altura, pero no sólo en instrumentos y telecomunicaciones, sino en lo que se hace con la información, opina Gerardo Suárez.
Predicción y alerta sísmica
Xyoli Pérez reitera que los sismos no se pueden predecir. Aún no existe la metodología, técnica o instrumento que nos posibilite saber que va a temblar. Los ciclos sísmicos (el tiempo que ocurre entre un movimiento telúrico y otro en un sitio determinado) pueden tardar entre cientos y miles de años, de tal manera que 110 años es muy poco tiempo para, siquiera, tener estadísticas. Se trata de un fenómeno sumamente complejo.
Para Suárez Reynoso la predicción no es la panacea. “Lo más importante para prevenir daños durante un temblor es tener un buen reglamento de construcción, adecuado al sitio, a los suelos”. Por eso es tan relevante la labor del SSN.
El Servicio no opera ningún sistema de alerta por sismos, aunque sí tiene colaboración con el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico que está a cargo del Sistema de Alerta Sísmica Mexicano, aclara la doctora en geofísica por la Universidad de Stanford con posdoctorado en el Instituto Tecnológico de California.
Para prevenir desastres, son importantes los simulacros. “Nos ayudan a darnos cuenta de lo que debemos hacer cuando se presente un evento; nos llevan a tomar mejores decisiones y más rápidas. Es recomendable hacerlos tanto como se pueda”.
A corto y mediano plazos, el SSN tiene planes como instalar más estaciones en zonas donde falta cobertura, sobre todo en el centro-norte y la península de Yucatán. De igual modo, se trabaja en un centro alterno de monitoreo para que en caso de que fallen sistemas críticos que hoy son únicos, no se produzca un momento de “oscuridad” o “silencio”.