Abanico
Sin macro simulacro, este año haremos memoria de los sismos del ‘85 y el de hace tres años. La pandemia lo impide.
A diferencia de aquellas tragedias de fecha y hora precisas, hoy estamos en medio de una mayor, de liberación prolongada, que comenzó a finales de febrero y no le vemos salida. Mientras la vacuna aparece, la vida desaparece.
Hace 35 años, el recuerdo rescata a un gobierno ausente durante tres días largos. De hace tres años recordamos la respuesta inmediata, pero no olvidamos como nos robaron bajo el disfraz de la ayuda. En 2017 la elección presidencial estaba a la vuelta y todos lucraban cínicamente con la esperanza. Hacían caravanas con presupuesto ajeno. Los partidos políticos queriendo quedar bien, quedaron peor.
Hoy la situación no es tan distinta. Sobre el luto nacional, el “cuatroteísmo” juega con las cifras de la pandemia, ironiza con pronósticos y presume éxitos invisibles e insensibles.
La narrativa presidencial huye de lo importante; del subregistro de muertes, de la falta de certeza sobre los contagios, de la deformación social generada por el confinamiento, la pobreza y la exclusión, de los empleos perdidos, de la riqueza nacional colapsada y de la violencia desbordada.
Contrasta la devoción oficial por lo intrascendente. El pleito con adversarios, los desplantes, el acoso y las burlas a quienes critiquen o reclamen al supremo gobierno. De momento, mejor hablar de rifas y más rifas de kermés o de la consulta para tiznar a cinco expresidentes.
Total, tres tragedias y una sola constante: plato de perversidad en salsa de verborrea.