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CIUDAD DE MÉXICO, 22 de septiembre de 2020.- El actor Xavier Loyá falleció este martes, a los 92 años de edad. Actuó en memorables películas como La sombra del Caudillo y en emblemáticos filmes de Luis Buñuel, entre ellosEl Ángel exterminador. Fue compañero de la actriz Marilyn Monroe en el Actor’s Studio de Nueva York. Con ella estuvo cuando Marilyn llegó a México en febrero de 1962. Esta es una entrevista con su mejor amigo, el periodista Alberto Carbot, quien lo conoció gracias al laureado fotógrafo Antonio Caballero
Xavier Hernández Loyá, mejor conocido en el medio cinematográfico como Xavier Loyá, fue sin duda una de las grandes figuras del cine de la época de oro, un hombre talentoso y con suerte, aunque también con mucho porte, al grado de que en Estados Unidos le decían que tenía un parecido con Alain Delon.
Ello explica que haya realizado una meteórica carrera en el cine mexicano e incluso que probara el éxito en algunos programas y filmes de Hollywood, además de interpretar papeles pequeños de bailarín y cantante de comedia musical en Nueva York, en la cual no continuó, porque un amigo lo convenció de regresar a México.
Nació en la casa de sus abuelos, ubicada en la calle de Puebla número 70, en la colonia Roma de la Ciudad de México, el 31 de diciembre de 1927.
Su abuelo Eulogio Hernández Lara fue jefe de policía de México y primo hermano del compositor Agustín Lara, porque su mamá, Ambrosia Lara y el papá del autor de María Bonita eran hermanos.
Xavier y su hermano Armando se fueron a vivir a Mérida, Yucatán, con su abuelo, a quien habían nombrado jefe de la zona militar, pero sus padres se quedaron en la capital con otros de sus familiares. En Mérida junto con su hermano, llamaba mucho la atención en el exclusivo Colegio Montejo, el mejor de Mérida. “Era una vida maravillosa”, recuerda.
“Mi abuelo nos compró una bicicleta e íbamos al colegio en ella. Con mi hermana Cristina, quien fue luego a Mérida, acostumbrábamos ir a diario al cine Peón Contreras, un “teatro maravilloso” que costaba 20 centavos, pero siempre estaba semivacío, lo cual me disgustaba. Desde chico soñaba con ser actor. Me encantaba el cine americano, pero el nacional tenía algo muy especial para mí”, señala.
Tras la muerte de su abuelo, Loyá volvió a la Ciudad de México, después de seis o siete años de residir en el sureste. A su regreso a la capital, se fue a vivir con su tía Victoria Loyá de Wiener, en la colonia Del Valle, en la calle de Amores número 754. De inmediato encontró trabajo en una compañía que hacía fotos aéreas que se llamaba Aerofoto, donde duró 6 meses.
Luego le ofrecieron empleo como office boy en la financiera Comercial Mexicana ubicada en el edificio Guardiola de la calle de Madero, en el Centro Histórico. Los directivos de esa nueva compañía eran magnates como Ernesto Espinosa Yglesias, Federico Jiménez O’Farril, y Guillermo Jenkins, el señor del azúcar.
Sin embargo, la idea del cine le perseguía, por lo que decidió ingresar a la Escuela de Bellas Artes –ubicada entonces frente al edificio Guardiola–, donde debutó con la obra Romeo y Julieta, con Miguel Córcega y Beatriz Aguilar en los papeles estelares, mientras él aparecía en un pequeño balcón y tocaba la mandolina. También se presentó en el teatro Degollado de Guadalajara con la obra de Sartre, Muertos sin sepultura.
Cuando la periodista Martha Elba Fombellida (1919-1954) de Cinema Reporter lo conoció, se quedó muy impresionada –“decía que había visto a Tyrone Power”, comentaba él– y le pidió trabajar con ella en otra obra de Jean Paul Sartre, La prostituta respetuosa. Con ese papel debutó en la Casa de Francia, en Nazas 46 y después la obra se fue al teatro El Caracol.
El debut con Libertad Lamarque
Fue en ese momento en que surgió la propuesta para hacer una película con Libertad Lamarque.
Al recordar su debut, recuerda que empezó en el teatro y su novia, la actriz Marcela Vick, le dijo que estaban buscando un joven para ser hijo de Libertad Lamarque, en la película Huellas del Pasado.
“Era un papel escrito por Luis Arcoriza para Miguel Córcega, pero a Óscar Dancingers –un productor ruso-francés– no le gustaba y entonces me dieron ese papel estelarísimo”, señala.
«El casting era muy numeroso y había al menos 20 jóvenes haciendo la prueba para ganar el papel, que me fue otorgado».
“Fue una cosa como de sueño”, refiere, aunque recuerda que antes de que lo escogieran pasó una semana terrible hasta que Dancingers le comunicó por teléfono que había sido el elegido, aunque cuando lo supo ignoraba que fuera tan importante debido a su inexperiencia, a pesar de que ya había hecho teatro y debutado en el Palacio de Bellas Artes en 1948 con Enrique Ruelas, el autor de los Entremeses Cervantinos.
Después que Dancingers le concedió su primer papel, lo llevó a la tienda de ropa High Life, y le compró 10 trajes, varios pares de zapatos, camisas, todo nuevecito, “porque yo iba a ser el hijo de un millonario en la película”, dice. La suerte y su talento innato lo hicieron actuar con gran seguridad, nunca se equivocó y jamás repitieron una escena por su causa.
“Fue algo sensacional. Todo el mundo se sorprendía y preguntaba de dónde había salido», señala. “Pero fue terrible porque Libertad Lamarque se puso furiosa porque prácticamente, como se dice de forma coloquial, me robé la película”, recuerda.
Éxito de crítica
Todas las críticas le fueron favorables. “Han descubierto a un magnífico actor joven”, reseñaban los periódicos y destacaban su actuación, pero a Libertad ni la nombraban, excepto en un caso.
“Xavier Loyá es indispensable en todas las películas de jóvenes”, afirmaba la revista El Redondel, que lo puso por los cielos. El problema fue que el director Crevenna no lo volvió a llamar.
Entonces prefirió dedicarse al teatro e hizo exitosamente 25 obras al hilo. No obstante, volvió a ceder a la tentación y retornó al cine con una película de jóvenes y rocanrol que se llamaba Juventud Desenfrenada.
Un año después de su debut en 1950, trabajó con el legendario Luis Buñuel, con Ultramar Filmes, una compañía europea, en La hija del engaño, al lado de Fernando Soler y Rubén Rojo y en Una mujer sin amor, junto a Joaquín Cordero.
A su regreso actuó en películas como Yo sabía demasiado (1959), Peligros de Juventud (1959), La sombra del caudillo (1960) y Muñecos infernales (1960). Otras cintas en las que participó en roles protagónicos fueron El derecho de nacer (1966), Juan el desalmado/Juan el solitario (1969). En los Ángeles vivió más de un año y medio.
Aventura en Hollywood; su noviazgo con Susan Strasberg y su amistad con Marilyn Monroe en el Actor´s Studio de Nueva York.
Al recordar el momento en que le surgió la comezón de irse a Hollywood, señala que era amigo de Hermann Rasch Altamirano, gerente de Películas Nacionales, quien tenía mucha fe en él, y por ello se fue a Los Ángeles, donde empezó una nueva carrera.
En la Geller School, conoció a Cliff Halle, alto funcionario de la productora Desilu, propiedad de Desi Arnaz y Lucille Ball, del famoso programa Yo amo a Lucy, quien le propuso trabajar en Hollywood. “Ahí empecé a hacer papeles pequeños pero significativos y varios programas de televisión”, dice y agrega:
“Yo era muy joven y me encantó todo eso, estaba fascinado con los estudios, por toda la gente de Hollywood». En 1956 decidió emigrar a Nueva York, donde trabajó como bailarín en las comedias musicales como My Fair Lady, Souht Pacific y The Pajama Game, pero en realidad prefería trabajar como actor, además de que ya pertenecía al sindicato de actores de Estados Unidos.
Loyá recuerda que en la Gran Manzana –gracias otra vez al apoyo de Cliff Halle–, pudo ingresar al prestigioso Actor´s Studio, de la misma forma en que lo hizo Marilyn Monroe, donde estudiaban talentosos intérpretes como Marlon Brandon y Paul Newman.
Relata que “ahí me enamoré perdidamente de Susan, la hija de Lee Strasberg, el director de la escuela de actuación. Susan era una chica preciosa y yo le enseñaba español; mantuvimos un noviazgo por más de 6 meses. A ella le fascinaba mi acento mexicano, que le parecía muy gracioso”, señala, aunque reconoce que eso tampoco le ayudaba mucho como actor, porque lo limitaba frente a la gran competencia.
“En muchas ocasiones coincidimos dentro y fuera de las aulas con Marilyn Monroe, sobre todo, por la gran amistad que se había forjado específicamente entre ella y Susan, y que al paso de los días se fortaleció, a grado tal que Marilyn llegó a formar casi parte de su familia”, señala con nostalgia.
A Marilyn la volví a ver, ocho años después, cuando ella ya era una estrella, durante su viaje a México, en febrero de 1962. La saludé, emocionado, en los estudios Churubusco, en la filmación de El ángel exterminador.
Al paso de los meses, su amigo Rasch Altamirano, de Azteca Film, le comentó que se regresaría a México y agregó que si quería triunfar realmente como actor, debía acompañarlo.
—¿Qué haces en Estados Unidos? Aquí hay miles de güeros de ojos azules y allá no. Tienes que regresarte a México, le dijo.
Le hizo caso y tuvo tan buena suerte que de inmediato comenzó a trabajar en la película Yo sabía demasiado, con Ana Luisa Peluffo, dirigida por Julio Bracho.
“Luego hice Los espadachines de la Reina, dirigida por Roberto Rodríguez, en el papel del príncipe; mi princesa era Ariadne Welter. Posteriormente actué en Dios sabrá juzgarnos, con Rosita Arenas”, comenta. Su carrera transcurrió en forma vertiginosa.
Entre otras muchas, participó en Santo contra las mujeres Vampiro, al lado del famoso luchador, después en Cuando los hijos se pierden y más adelante, una vez más bajo la dirección de Buñuel, en El ángel exterminador.
El tío Agustín Lara; encuentros con Sartre y Fellini
Al referirse a su célebre tío, el compositor Agustín Lara, recuerda que estaba orgulloso de sus dos sobrinos y con él empezaron a cantar en fiestas y en el teatro Margo, pero Xavier prefirió seguir su vocación de actor.
Sus últimas actuaciones fueron con Arturo Velazco, al que consideraba “un director muy bueno”, con el cual hizo tres películas: Dos sacerdotes con sotana, Porros y las vengadoras.
Recordaba que durante un viaje a Europa conoció a Federico Fellini y a Jean Paul Sartre, a quien dijo: “yo soy tu actor en México porque he hecho tus obras. Él era un hombre bajito, flaco y poco agraciado, pero amable”.
De los grandes directores recordaba que Fellini quería que trabajara con él en una película y Buñuel le propuso hacer un papel en “Bella de Día”, con Catherine Deneuve.
“Era amable conmigo, pero lo conocí cuando todavía no era el ícono y nunca nadie se dio cuenta de su trascendencia. Fuimos amigos y lo visitaba en su casa en Extremadura”, refirió.
Con Fernando Soler –otra de las glorias del cine–, trabajó en el programa “Fernando Soler y sus comediantes”. Con él hizo La herida luminosa, con la que obtuvo críticas fabulosas.
Otros personajes con los que actuó fueron Tito Junco, en La Sombra del Caudillo y Tere Velázquez en Peligros de Juventud.
Al cuestionarlo sobre el filme que más gratos recuerdos le dejó, señalaba sin dudar que fue El ángel exterminador, dirigida por Luis Buñuel y en la que actuó Silvia Pinal, no sólo porque durante su filmación se encontró nuevamente con Marilyn –hecho que provocó la envidia de sus compañeros, por la gran familiaridad del trato de la diva al reconocer a su antiguo amigo–, sino porque siempre la consideró “una gran película”.
Loyá decía que después de eso se tenía que esforzar mucho más todavía.
“Después vino la debacle del cine mexicano. Fueron 20 años sin trabajo, sin películas”, señaló. Durante ese tiempo se dedicó a hacer guiones y los actuó e hizo como siete películas donde era la estrella.
Una de las películas fue Un toro me llamó, sobre la vida de una torera que se enamora de él. Se filmó la mitad en Hollywood y la otra mitad en México, donde realizó el papel de un matador.
A Loyá le fue arrebatado Franco, su único hijo, por su mujer Joanna Davis, quien se lo llevó a Alemania y nunca volvió a ver. “Pero Dios me mandó a mi ahijado Hermann Xavier Rasch, quien desde niño siempre estuvo cerca de mí, lo mismo que mi sobrino, el médico veterinario Sergio Hernández Rivera”.
Al preguntarle el porqué de su retiro de los escenarios, reveló que aunque había tenido varias propuestas, “salir de viejo no me gusta, a menos que sea un papel importante, con dignidad, no uno de relleno”.
“Eso es lo que hacen algunas televisoras con los grandes, porque necesitan dinero, y les pagan mil pesos por capítulo aunque salgan un minuto. Pero yo no me presto a hacer eso, aunque no soy rico ni mucho menos. Y ya no estoy para volver al teatro, es muy cansado”, afirmó.
Hasta hace pocos días, Xavier Loyá se dedicaba a escribir y supervisar guiones y sobrevivía de las aportaciones de la Asociación Nacional de Intérpretes (ANDI), la Asociación Rafael Banquells y mantenía el apoyo médico por parte de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) en la cual cotizó y se mantenía como miembro honorario.