Obispos de México: Un nuevo horizonte/Felipe de J. Monroy*
Antes de que se nos olvide
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Sobre comentarios de diversos escritores o escritoras nacionales e internacionales, que nosotros aprovechamos, nos precisan dos apreciados colegas, de quien también aprendemos:
“Estimado amigo:
“Tú no multiplicarás peces y panes, pero sí multiplicas a través de tus Nubes el número de lectores de quienes dices que no copias ni plagias, sino «reproduces» con o sin permiso.
“Así sea en sábado, José Antonio Aspiros Villagómez”.
Y Domingo Beltrán:
“Cuan grato es tener acceso a las etapas y protagonistas de su andar en la ruta del papel informativo, ahora sustituido por las redes comunicativas.
Gracias por compartir tan excelso documental personal……Mis humildes respetos gran señor. Domingo Beltrán”
Del puente de muertos saltaremos alegremente a los del “Buen Fin”, que esta vez resulta un nombre entre irónico y mordaz.
De la dolencia, a la indolencia, añadimos con respeto a lo dicho por Irala Burgos.
En todo caso, la sucesión de fechas nos recuerda el viejo dicho: “El muerto al foso y el vivo al gozo”.
Sí. De días de muertos nos hablan expertos
El Colegio Nacional de Licenciados en Periodismo, Conalipe, nos proporciona la cifra oficial de comunicadores asesinados de 1983 a la fecha.
De acuerdo al monitoreo permanente del gremio periodístico organizado, suman 334 asesinatos, de los cuales han sido víctimas: 289 periodistas.
En lo que va de la actual administración federal
suman 31 asesinatos: 24 periodistas, 2 locutores, 2 trabajadores de
prensa, 1 familiar de comunicador y 2 escoltas.
De 2000 a la fecha, han ocurrido 268 asesinatos:
227 periodistas. 4 locutores. 12 trabajadores de prensa. 12 familiares y 9 amigos de comunicadores.
2 civiles, y 2 escoltas.
Además 28 desapariciones forzadas.
Y el colega Fernando Alberto Irala Burgos nos platica que la conmemoración del Día de muertos es ancestral.
Hoy nos la recuerdan –la muerte—todos los días. Nadie, para no decir alguien, hace algo por remediarlo.
Por ello nuestra profesión, oficio o como se le llame ahora, es la más peligrosa del mundo. Y, perdón, mal pagada.
En la época prehispánica nuestros antepasados veneraban, celebraban, convivían con la muerte.
Luego se volvió festividad sincrética. Hasta la fecha. Hay ahora incluso el culto a la “Santa Muerte”, un extraño rito cada vez más frecuente, producto de la era de violencia y criminalidad que vivimos desde fines del siglo pasado y lo que va de éste.
Este año pasaremos el Día de Muertos sin visita a los cementerios, el escenario natural de la evocación mortuoria.
Como si faltara la redundancia, se ha declarado el extendido fin de semana como periodo de luto nacional. Ya se había hecho hace poco, en que un mes entero se proclamó luctuoso.
El mundo vive altas y bajas alrededor de la pandemia, pero en México una absurda mezcla de indiferencia, incredulidad y desconcierto ha dado el resultado inevitable: un contagio sostenido, un virus que no cede y unas cifras que no bajan.
Las cuentas oficiales consignan más de noventa mil muertos, aunque se admite la sospecha de que vamos ya en más de cien mil, y los expertos independientes hablan de más del doble de esos números.
De luto en luto cerraremos el año, en ese estilo tan mexicano de apapachar a la muerte sin guardarle una sana distancia. Lo cual puede ser parte de la idiosincrasia nacional, pero es inadmisible como estrategia de gobierno.
Del puente de muertos saltaremos alegremente a los del “Buen Fin”, que esta vez resulta un nombre entre irónico y mordaz.
En todo caso, la sucesión de fechas nos recuerda el viejo dicho: “El muerto al foso y el vivo al gozo”.
Sólo habría que recordar que la muerte no se ha ido –en realidad nunca se va, es la única certidumbre— y que habría que tenerle un poco más de respeto, en defensa propia. ¿O no?