Escenario político
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Cuando hay para carne. Es vigilia. Hoy la quebrantamos.
Benditos sean aquellos que me perdonan cuando cometo un error.
Seré lo más breve posible al hablar de mi trayectoria en el periodismo. Ya dije que entré a los 17 años de edad, un 4 de marzo de 1947, a Excélsior. Del que saldría, prometí, con los pies por delante. No se me cumplió.
Antes, en 1980, me sacaron dizque jubilado, porque de esa jubilación no he recibido un solo centavo en 27 años. Y ni modo que hoy les cobre a los Vázquez Raña, los nuevos dueños del Periódico de la Vida Nacional.
Fui ayudante, reportero, jefe de información de las dos Últimas Noticias y jefe de información suplente de Excélsior. Mis jefes fueron amén de don Rodrigo, don Gilberto, don Jesús García, Alberto Ramírez de Aguilar, Hero Rodríguez Toro y Julio Scherer.
En las dos ediciones mis jefes fueron Jorge Villa Alcalá, en la primera; y Regino Díaz Redondo, en la Segunda.
Seguía también yo como reportero en Excélsior y escribía además el noticiero de televisión que pasaba todas las noches, de lunes a viernes, a las 22 horas en el Canal dos, junto con Luis de Cervantes. El coordinador general era don Armando Rivas Torres, a la vez jefe de información de Excélsior y presidente del Consejo de administración del Diario.
También escribía los noticieros de radio. Primero en la XEW llamado Excélsior de Medianoche, con Alejandro Ortiz Reza, y los noticieros de Radio Mil, antes que Raúl Cremaux y Teodoro Rentería Arroyave. También escribía el noticiero del mediodía de XEW, con don Luis Cáceres, quien le daba lectura.
Todos saben que en 1970, luego de un disgusto entre Emilio Azcárraga y don Julio Scherer, se acabó el noticiero en TV y los de XEW. Incluidos los comentarios que teníamos Alberto Ramírez de Aguilar, Manuel Mejido, Alejandro Ortiz Reza y yo.
Escribí entonces la columna policíaca durante doce años llamada “Tras de las Rejas”, al que el secretario de Educación Pública, el licenciado Eduardo Ceniceros, asiduo lector de ella, llamó, entre sus amigos, la primera columna policíaca de sociales. Mezclaba, por consejo de Alberto Ramírez de Aguilar, informes del penal de Lecumberri con el quehacer profesional y social de los jueces, los agentes del Ministerio Público y obvio, los abogados.
Allí conocí a los que fueron mis compadres Adolfo Aguilar y Quevedo, Arturo Chaim Sánchez, Eduardo Estrada Ojeda, Manuel Cossío Gabussio, Alejandro Gómez Béjar, Ignacio Mendoza Iglesias, Antonio Huerta González Roa, Carlos Sandoval Gamero y a don Ignacio Moreno Tagle, Víctor Velázquez –padre de Juanito Velázquez- Felipe Gómez Mont, Andrés Iglesias Baillet, Raúl F. Cárdenas, Ismael Villa, Rigoberto López Valdivia, Federico Sodi y a muchos otros.
Reporteé y aprendí todos los días. Nunca dejé de saber algo nuevo. El diccionario era mi libro de cabecera. El famoso tumbaburros me ayudó, me ayuda y me ayudará. Sigo salvaje culturalmente aún. Por eso me preocupé en seguir aprendiendo, aún de los intelectuales, quienes por ello no pagan cuota y mucho menos copa.
Todo, para ellos, coloquialmente dicho “es de gorra”. Porque tienen derecho a exigirlo. De otro modo se devalúa. Pero, vaya, eso es harina de otros costales. Plural.
Para sobrevivir tuve que trabajar sábados y domingos. Así compré mi primer coche, un packard convertible, amarillo, con llantas de adorno a los lados. Era modelo 1940. Antes de que los Estados Unidos entraran a la guerra el 8 de diciembre de 1941, por el ataque de Japón a Honolulu.
Desde entonces, como hoy con las torres gemelas de Nueva York, se presumió que lo permitió el propio gobierno, de Roosevelt entonces, y Bush, hoy. Así motivaron a sus gentes para entrar al combate contra el eje formado por Alemania-Italia-Japón y hoy, con Irak.
Nosotros entramos a la conflagración cuando nos hundieron dos barcos petroleros: “El Potrero del Llano” y “El faja de oro”. Sigue la duda de qué nacionalidad eran los torpedos.
Carlos Denegri, experto reportero, escribió un libro sobre su travesía, en pleno pleito, llamado “Luces Rojas sobre el Canal”. Ameno y lleno de aventuras en ultramar.
Fui empresario, industrial, productor. ¿Por qué empresario? Con ayuda de don Rogelio Cárdenas, compañero reportero de Excélsior y también gerente de prensa de Pemex, puse una gasolinera en Oaxaca. ¿Industrial?
Creamos los primos Ramírez de Aguilar –Alberto, Coco y yo, unos laboratorios de antibióticos. ¿Productor? Con la ayuda del secretario de la presidencia, Donato Miranda Fonseca, mi amigo, y en sociedad con Alberto Ramírez de Aguilar, producimos, vaya, pagamos, diez películas de largo metraje.
Trabajamos para salir adelante. Fuimos escritores, adaptadores, guionistas. Y con “producciones Delta”, así se llamaba la compañía que funcionaba en los estudios “San Ángel Inn”, propiedad de los señores Stahl, hoy Televisa San Ángel, ni ganamos, ni perdimos, sino todo lo contrario.
Se pagó toda la deuda, con actores, actrices, sindicatos y, obvio, Banco Nacional Cinematográfico. Y no nos quedó más que el recuerdo. Buen recuerdo de todo: lo bueno y lo malo.
No puedo olvidar una frase, lapidaria, de un gran productor de películas cuando otro quiso casarse con una actricita.
Dijo, no lo olvido: “Mire Ravelo. En este ambiente, óigalo bien; todas son de todos…” No entendí si se refería a las butacas. Luego, más tarde comprendí lo que me quiso dar a entender. Y vaya si tenía razón. Hoy, no lo nombro por respeto a su familia, ya es polvo.
Por cierto, con ese sentido del humor que lo invadía, también me confió. “Mire Ravelo, el día que yo muera, quiero que me quemen. Y mis cenizas las esparzan sobre las arenas de la playa de Acapulco”.
Qué rara petición don… ¿Por qué? Dígame.
“Muy sencillo, explicó, para no perder la costumbre de ver glúteos, nalgas, para que me entienda.”
La última película, a todo color fue una sátira de la Fierecilla Domada, de Shakespeare, con el hoy extinto, magnífico charro cantor, y mejor amigo Tony Aguilar y la dulcinea Ana Bertha Lepe, trasladada al campo y con dos caballos propiedad del zacatecano y su esposa Flor, que nos prestaron.
Uno, el “as de oros” y una yegua preciosa casi como la actriz. Esta cinta y las otras nueve siguen exhibiéndose en cines y televisión, bajo la firma de “Producciones Delta” y con el argumento y guion de Ramírez de Aguilar y Ravelo.
Era, repito “Alazán y Enamorado”.
Las otras fueron “Siguiendo pistas”; “La noche del jueves”, “El beso de ultratumba”, “Me dicen el consentido”, “En busca de la muerte”, “El fusilamiento”, “Los falsos héroes”, “Furia en el Edén”, y “Este amor sí es amor”.
Diez. De 1960 a 1964.
Todas fueron basadas en hechos reales, que trasladados al papel y releerlos, sirvieron de argumentos para las filmaciones.
La primera, obvio, sobre la columna de Ramírez de Aguilar, la segunda, sobre mi columna “Tras de las rejas”.
Ambas configuraban dos páginas de Excélsior, en los cincuenta y los sesenta. Cabe mencionar que de las seis secciones de antaño, en 70 páginas, sólo una era policíaca, en la primera sección, y otra más en la segunda, del D.F.
Seguían deportes, sociales, internacionales y la de inglés.
(Refiero esto porque hoy, de cien páginas y siete secciones del Reforma, el cincuenta por ciento es página roja. Qué pena, en verdad. Pobre México. Pero, bien decían mis abuelos: Cada pueblo tiene lo que se merece.)
La tercera, El beso de ultratumba, fue para reubicar en el cine a Ana Bertha Lepe, cuarta belleza del mundo, a petición de un banquero amigo de los tres.
Cabe recordar que ella fue vetada por Raúl de Anda, influyente productor, por la muerte de su hijastro Agustín, a manos del coronel Lepe, padre de ella, en el cabaret La fuente, de Insurgentes.
Ella trabajó en cuatro cintas nuestras.
El fusilamiento tiene en el nombra la razón del argumento: nos lo fusilamos de una película americana. Así de simple. Y batió récord.
Una más “Los falsos héroes”, es la historia del primer asalto a una residencia en Las Lomas, la de la señora Emogen Pleasent, ex esposa del secretario de Hacienda, en tiempos de Miguel Alemán, don Ramón Beteta.
La policía, entonces hábil investigadora dio con los presuntos culpables: dos jóvenes influyentes: Manuel Prieto Crespo y Hugo Olvera Villafaña. Ambos entraron al penal de Lecumberri, de donde los sacaron libres, exculpados, reconocidos abogados, don Adolfo Aguilar y Quevedo y don Ignacio Mendoza Iglesias que, entre paréntesis, eran cuñados.
El juicio los hizo enfrentar sus relaciones, pero no pelearse.
“Furia en el Edén”, un guion extraído de una hecatombe hidráulica –el rompimiento de una presa en Tabasco.
Ignacio López Tarso, fue el galán. Para filmarla, contamos, gracias al general de división Héctor Ponce Sánchez, con la ayuda del Ejército Mexicano que demostró, como hoy, su aprecio por la vida de los demás.
La última cinta “Este Amor sí es Amor”, lo sugirió Manuel Becerra Acosta porque reflejaba el cariño por mi esposa. Alberto estuvo de acuerdo. Y yo, aplaudí.
Todas las películas las hicimos con crédito del Banco Nacional Cinematográfico, cuyos directores fueron don Federico Huer, don Emilio Rabasa y don Rodolfo Echeverría Álvarez.
Muchos créditos aprobados fueron impugnados por algunos influyentes productores. Don Gregorio Wallerstein nos tendió la mano y prestó su equipo.
No olvido qué en venganza, aquellos, filmaron una película de cabaret, en donde el dueño, promotor, amo, patrón, etcétera –vaya quien conseguía y daba permiso de salir a las putas- del antro era nada más y nada menos que Ravelo.
Cómo me reí de la ocurrencia de los hijos de éstas. A la fecha lo sigo haciendo.
Debería platicar una anécdota con Ana Berta Lepe, en el cabaret “La Fuente”, donde actuaba, y al que fui invitado con Bety, mi esposa, y mis amigos Alejandro Gómez Béjar y Daniel Bautista Juárez, y esposas.
Pero mejor después…Porque aún me duele la mejilla del bofetón.
Esto me recuerda a los grandes reporteros de Excélsior, de los que ya hablé. Falta don Raúl Horta, hijo de don Manuel Horta, director de “Jueves de Excélsior”, ya también desaparecidos ambos.
Evoco a don René Tirado Fuentes, con el humor de todo hombre bien nacido, inteligente, culto, limpio, pero siempre respetable y respetado por sus amigos y compañeros.
Disfrutaba de enamoramientos frugales, pero continuos.
Y los presumía a sus colegas de la redacción. Con quien tenía mayor intercambio de secretos –que nunca lo eran, pues lo hacían en voz alta, en presencia de todos- era con su compadre don Pablito Sánchez, de mayor edad, pero no de menor humor e ironía.
Dejaba hablar a don René. Lo escuchaba, y luego arremetía. Con una palabra lo calmaba. Era puntual, certero y cáustico.
Resulta que René, voy a quitarle el don a los dos, le explicaba a Pablito de su viaje a Acapulco, en donde, en la alberca del Hotel había encontrado a una bella dama. La invitó al bar, a comer y a bailar.
Quedaron, dijo René, juntarse más noche en la habitación de Elsa Inés, quien le había dado el número. Sin embargo, en hacer tiempo René se tomó otros wiskis y al penúltimo, partió a su encuentro de amor. Llegó a la habitación. Abrió y para no romper el encanto de la oscuridad, llegó hasta el tálamo y comenzó a palpar. Pronunció su nombre, de la muchacha, varias veces: “Inés, Elsa Inés…”
Y ¿qué cree que ocurrió, compadre? Entusiasmado Pablito inquirió. ¿Qué compadre…?
Fíjese que me había equivocado de cuarto, pero quien allí estaba respondió al llamado. ¿Cómo cree? ¿Cómo? “Yo no soy Inés, pero sigue, que por ahí es…”
Grandes carcajadas de quienes también escuchaban la narración de René. Pero Pablito, insistió: ¿Pero que pasó, compadre? Pues qué cree. ¿Qué? Que ya tiene una nueva comadre, pero de 80 años…
Don Pablito Sánchez que vivía en una de las principales calles de Santa María, por donde transitaba el tranvía de “La Rosa”, así se denominaba la ruta, era muy importante periodista. Vaya como reportero.
A él, en exclusiva, correspondió observar, atestiguar y describir el fusilamiento del Padre Pro, en la estación de policía del viejo Belem.
Narro este antecedente, por su importancia en el medio político, para consolidar lo siguiente: cuando el regente Ernesto P. Uruchurtu ordenó suprimir el tranvía de “La Rosa”, Pablito Sánchez, se opuso.
Y fue hasta su muerte, cuando dejó de transitar.
No olvido que todos los días, don Pablito bajaba a la cantina La Mundial, en Bucareli, (en donde hoy se alza el imponente edificio de Excélsior) propiedad del español Serafín, y abría las puertas giratorias. Veía quién estaba de la redacción. Y si no había conocidos, entraba, pedía un tequilita, lo pagaba, con monedas, y se retiraba para allí, en Bucareli y Juárez, abordar su tranvía.
Tengo que referir que cada viernes nos entregaban en la caja nuestro adelanto anual, como si fuera sueldo. Pablito acudía personalmente a cobrar. Subía a la redacción. Tomaba asiento en su escritorio. Abría el sobre amarillo, en donde estaba descrita la cantidad y sus descuentos. Sacaba tranquilamente los billetes. Y hacía dos montoncitos. Uno lo introducía en un sobre similar al de su haber con nuevas y mejores cifras. El otro, en uno blanco.
¿Y eso? Don Pablo, le pregunté. Explicó. “Este, el que tiene mi nombre, para mi casa, con la cantidad que le asigno. Así cerrado, lo entrego siempre, para que allí se disponga el efectivo. Yo no intervengo ni de este tomo un centavo por respeto a mi hogar.
¿Y el otro? Don Pablo. El blanco. Ah, me respondió elocuente: “Es para la güera”.
Supe, entonces a qué se debía un diálogo que semanas atrás, pasada apenas la navidad se había realizado entre don Pablo y don René –vuelvo a ponerles el Don-.
Más o menos fue así:
Don René: “Compadre, ¿qué le regaló a la güera en navidad?
Don Pablo: “Unos jabones, que huelen riquísimo…”
No la amuele compadre, añadió don René. Cómo jabones a su amiguita. Aprenda a mí. Yo les doy joyas, ropa, algo que en verdad las deslumbre.
Don Pablito, fue muy breve, muy breve, pero conciso:
“Sí compadre. Pero a usted lo engañan sus amigas. A mí no”.
Antes, como ahora, periodistas de los cincuenta del siglo pasado. Como los de hoy, del siglo 21, siguen con ironía, humor, decencia. –No todos, que conste-.
Y eso que no me extendí. Y nos vemos en el 11