Concentran Edomex, CDMX y Puebla 27.5% de 6 millones de establecimientos
CIUDAD DE MÉXICO., 2 de febrero de 2021.-Trabajadores de la industria restaurantera solicitan a los tres órdenes de Gobierno que se pongan en sus zapatos, que entiendan la desesperación en la que están sumidos debido al cierre o restricciones en sus centro de trabajo.
Por pasión o por necesidad, miles de trabajadores han construido una vida alrededor de las cocinas, las barras, los salones, las parrillas, las áreas de niños y las entradas a los establecimientos, refiere en un comunicado la iniciativa ponte en mis zapatos.
«Sólo basta que se pongan un minuto en sus zapatos para dimensionar la angustia que viven, la depresión que enfrentan al saber que pueden perder todo», advierten los promotores de la iniciativa.
La situación que viven los restaurantero es similar en el Valle de México, en Puebla, Hidalgo y otros estados. Lo alarmante es que cada vez serán más las personas que se encuentren en una situación desoladora, sin empleo, sin ingresos y con muchas necesidades.
Adriana es madre soltera, desde hace varios años trabaja en un restaurante de la CDMX, es el sustento de su familia pero el lugar donde labora está en riesgo de cerrar sus puertas para siempre, porque el establecimiento es del 40% de restaurantes que aún no pueden abrir porque no tienen terrazas o mesas al exterior.
Miguel Ángel tiene cuatro hijos que toman clases a distancia. Sin embargo, con los horarios recortados para trabajar, sus ingresos han caído al grado que se le dificulta pagar internet; ya ni hablar de todos los demás adeudos que tiene y que hace que sienta que el mundo se le viene encima. Fanny mantiene a sus padres que son de la tercera edad y vive constantemente preocupada porque ante la falta de trabajo, ha tenido que salir a buscar en otros sitios algún recurso. Esos sitios no tienen las medidas sanitarias de un restaurante “¿y si por mi culpa mis papás se contagian?”.
Por su parte, Alejandro debe la luz, el agua, su casero le exige el pago de las rentas atrasadas; pero no ha podido regresar al restaurante donde labora porque el establecimiento sobrevive con las ventas de entrega a domicilio.
Estas historias ocurren lo mismo en el Valle de México, que en Puebla, Hidalgo y otros estados. Lo alarmante es que cada vez serán más las personas que se encuentren en una situación desoladora, sin empleo, sin ingresos y con muchas necesidades.
Hoy, miles de trabajadores le piden al gobierno que se pongan en sus zapatos, que entiendan la desesperación en la que están sumidos. Por pasión o por necesidad, miles de trabajadores han construido una vida alrededor de las cocinas, las barras, los salones, las parrillas, las áreas de niños y las entradas a los establecimientos. Sólo basta que se pongan un minuto en sus zapatos para dimensionar la angustia que viven, la depresión que enfrentan al saber que pueden perder todo.
Cuando la gente de nuestra industria dice que ya llegó al límite, que ya no puede más, que quiere trabajar, es porque esto es real. Algunos sobreviven con el 15% o 20% del ingreso que tenían antes de la pandemia, y otros no tienen ingreso alguno, buscando alternativas desesperadas en la informalidad, arriesgando su salud, sin las medidas de higiene con las que sí contaban en los restaurantes donde laboraban.
El gobierno de la Ciudad les dio un apoyo, pero ¿se puede vivir con los $2,200 pesos? El salario base de un mesero llega a duplicarse o incluso triplicarse por las propinas. No, no quieren dádivas, quieren trabajo.
Queda claro que la única solución es impulsar medidas que estén a la altura de las circunstancias. Urge reactivar la economía con seguridad. Necesitamos ampliar los horarios de servicios para evitar el colapso del transporte público en horas pico; abrir interiores a un 25% de aforo durante semáforo rojo, para darle empleo a todos los que forman parte de este sector.
Nuestra industria la formamos cocineros, meseros, capitanes, niñeras, garroteros, hostess, lavalozas, gerentes, baristas, empresarios. Todos los días convivimos, compartimos, luchamos, nos reímos y hasta nos llegamos a enojar, pero siempre viendo el uno por el otro, somos una comunidad, porque sabemos lo que es estar en los zapatos del otro