De norte a sur
No sé cuántas veces lo he escuchado; paradójicamente siempre lo dice algún obispo o sacerdote frente a un grupo de mujeres. Comienza así: “¿Saben por qué Jesús eligió a hombres para ser apóstoles y para que desempeñaran el sacerdocio ministerial?”. El auditorio duda, pero la respuesta es siempre la misma: “Para que siquiera hubiera un hombre en misa”.
Sin importar la geografía, el fenómeno se repite siempre: no sólo la inmensa mayoría de los católicos activos son mujeres, también son el rostro más comprometido en las diversas tareas pastorales y, debemos mencionarlo, el más sacrificado y soslayado.
Hacia adentro, en muchos espacios eclesiásticos, la participación de las mujeres es invisibilizada; su voz, condicionada; y, sus desafíos, ignorados. Por si fuera poco, desde afuera, sólo parece existir la obsesión de que las mujeres católicas deberían acceder al sacerdocio ministerial; el mundo insiste que sólo cuando la bimilenaria institución permita las sacerdotisas se avanzará en la equidad en la iglesia.
Sin embargo, en mi breve experiencia, he escuchado que hay urgencias que las mujeres católicas sí desean y sí buscan: La redignificación de los apostolados femeninos como artífices de transformaciones comunitarias; la incorporación de su voz en la toma de decisiones sobre la andadura formal y pastoral de las instituciones; la adhesión y adopción de las reflexiones teológicas, místicas y magistrales de doctísimas mujeres pasadas y contemporáneas; el apoyo integral y trasversal a las labores administrativas que ya hacen millones de católicas en las más variadas instituciones; y, sí, la confianza de la jerarquía para desempeñar labores directivas desde las cuales no sólo se deba asentir sin objetar sino donde también se pueda cuestionar y aportar alternativas a la autoridad.
Es cierto que las mujeres católicas han asumido muchas de estas graves responsabilidades en situaciones de adversidad y apremiantes momentos para la población en crisis: mujeres que se han echado al hombro diversas parroquias en México, por ejemplo, ha habido más de las que imaginables; hay pueblos enteros que no existirían sin aquellas líderes comunitarias que han defendido con inteligencia y coraje el bien común y el bien espiritual de familias enteras.
Hay, además por fortuna, realidades más favorables dentro de ciertos círculos en la iglesia católica que aprovechan al máximo el genio femenino mientras se les valora con justicia y verdadera fraternidad. Y, paulatinamente, desde la Santa Sede se ha comenzado a dar ejemplo a todos los obispos y diócesis del mundo, de lo importante que es contar con las mujeres católicas en posiciones de alta responsabilidad: La religiosa francesa Nathalie Becquart fue la primera mujer en ser nombrada subsecretaria de un Sínodo de Obispos y tuvo pleno derecho a voto; la abogada Francesca Di Giovanni, fue nombrada viceministra de Relaciones Exteriores; a Raffaella Vincenti, directora de la Biblioteca Apostólica; a Barbara Jatta, directora de los Museos Vaticanos; Paloma García y ahora Cristiane Murray han ocupado la subdirección de la Oficina de Prensa pontificia. Además, el Papa también ha nombrado a seis mujeres que realizan la supervisión financiera del Vaticano; y a Catia Summaria, como Promotora de Justicia del Tribunal de Apelación de la Ciudad del Vaticano.
No han faltado las resistencias a esta participación; por ejemplo, el esperanzador nombramiento de la experta Marie Collins en 2014 como miembro de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores (una esperada instancia para responder ante la crisis de pederastia y abusos en la Iglesia) terminó abruptamente con la temprana salida de la especialista mientras ésta denunciaba con dolor la oposición de los miembros de la propia Curia romana a luchar contra el flagelo.
La Iglesia madura, lo ha hecho siempre; lo hace con lentitud por cautela para cuidar sus fundamentos y para evitar los dolorosos tropezones que en su historia no han faltado.
Este marzo del 2021, después de un largo discernimiento, la Diócesis de Essen (Alemania) informó que Sandra Schnell será la primera párroca formal y oficial de la historia. A diferencia de las muchas mujeres que han cargado con esta responsabilidad en situaciones de carestía o momentos de crisis, Schnell ha sido elegida como un ‘verdadero liderazgo alternativo para la comunidad católica en la ciudad’; recibirá su nombramiento el lunes de Pascua con el boato y circunspección que merece, no celebrará Sacramentos pero, fuera de eso, será la absoluta responsable del bienestar de la comunidad y de su cuidado espiritual.
Comparto y me conmueve lo que ha expresado tras su nombramiento: “Me veo a mí misma como pionera, que abre camino, tamiza nuevas tierras y ara el campo para que muchos puedan seguirlo”. Ojalá todas las mujeres católicas puedan sentir y expresar algo semejante a esto; esa es la verdadera deuda de la iglesia para con ellas.
Felipe de J. Monroy/Director VCNoticias.com
@monroyfelipe