Obispos de México: Un nuevo horizonte/Felipe de J. Monroy*
Es verdad que la literatura plantea que históricamente el sistema parlamentario ha logrado generar democracias estables, destacando cuatro problemas que los regímenes presidenciales encierran, causantes de democracias inestables y poco consolidadas: el primer argumento versa sobre la disputa y competencia de legitimidad entre el presidente y la asamblea o congreso, pues, al elegirse ambos por voto popular, ambos pueden considerarse legítimos independientemente del otro.
“No hay ningún principio democrático que pueda resolver las disputas entre el ejecutivo y la legislatura acerca del cuál de los dos representa realmente la voluntad del pueblo”.
El segundo problema es sobre el periodo fijo del mandato presidencial que, por su rigidez, inhibe la capacidad de desarrollar proyectos significativos por el tiempo escaso, así como depender del plazo establecido en la ley para remover al presidente que pierda legitimidad y apoyo, tanto en el congreso como la percepción de la sociedad.
El tercer punto aduce que el presidencialismo tiene una lógica de ganador único que no es favorable para la estabilidad democrática, pues cuando se logra la victoria de la elección se asegura el mandato por el tiempo legislado, que en México es de seis años, lo cual conlleva a ignorar el proceso de construir coaliciones y apoyos de la oposición para fortalecer su plan de gobierno.
El cuarto problema, señala la literatura es que “el estilo presidencial de la política” es menos favorable para la democracia que el parlamentario, pues al presidente se le exige cumplir la doble función de ser jefe de Estado y jefe de gobierno a la vez, lo cual abruma al titular del Ejecutivo y al mismo tiempo lo tienta a mantener una actitud intolerante hacia la oposición y hacia el poder judicial también.
Destaca que uno de los principales problemas del presidencialismo en México recae en las amplias competencias administrativas, legislativas y decisionales que nuestro texto constitucional confiere al titular del Ejecutivo federal, pues esto incentiva que se aleje de los reclamos de la oposición y las demandas sociales.
La historia del presidencialismo en México nos muestra los excesos del poder y sus consecuencias. En efecto, son esos excesos los que deslegitiman tanto al poder ejecutivo como al sistema político en su conjunto; damos la razón al politólogo español, Juan Linz cuando se refiere al “estilo presidencial de la política” como una desventaja en la estabilidad de la democracia mexicana.
Más aún, cuando el presidente intenta como señalan los autores del libro, “Cómo mueren las Democracias”, capturar a los diversos actores sociales y políticos paso a paso, desmantelando el espíritu y las reglas del juego de una sociedad abierta, crítica, informada y democrática.
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