El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
México, creo en ti
Históricas peticiones de perdón de México por las brutales agresiones a mayas y a chinos.
Así califica la prensa extranjera las decisiones en tal sentido del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Quien remató con la oración máxima del cristianismo cuando clama en su parte fundamental:
“Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Aquí, ante el periodo electoral, todo se nos va en descalificaciones absurdas, estúpidas y estériles. Como siempre.
Ello nos invita a recurrir al poema del vate maya- yucateco Ricardo López Méndez “México, creo en ti” y compartirlo con todos, tirios y troyanos, para que se enteren. Hasta los que se creen muy muy.
Pero antes unos datos del poeta.
Ricardo López Méndez, (7 de febrero de 1903 – 28 de diciembre de 1989) fue un poeta, escritor, periodista, locutor y publicista mexicano.
Nació en Izamal, Yucatán y falleció en Cuernavaca Morelos, en 1989.
No tuvo descendencia.
Hijo de Juan López Pacheco y de Francisca Méndez Palma. Fue socio fundador de la Sociedad de Autores y Compositores de México.
Se llama vate al poeta que vaticina el devenir y canta la memoria de su pueblo.
López Méndez recibió este apelativo que llevó con orgullo a lo largo de su vida literaria en honor a su genio creativo y al arraigo de su obra en la sensibilidad del pueblo mexicano que lo hizo su cantor por excelencia a partir de la que tal vez fue su poesía cumbre:
El Credo (México, creo en ti.)
Fue esta poesía la que despertó el reconocimiento hacia su autor en 1940, cuando fue publicada.
Por ella, otro poeta yucateco, Antonio Medís Bolio, otorga la dignidad de «El Vate» a López Méndez.
Aduce que nadie había captado con más intensidad y cercanía «el maravilloso misterio» de la patria mexicana.]
Es este poema también el que hace decir a Alfonso Reyes «en ella (en la poesía), la voz de López Méndez se convierte en voz de su pueblo y ejerce así su más alta función».
Dice así:
A la Patria,
I
México, creo en ti
como en el vértice de un juramento.
Tú hueles a tragedia, tierra mía,
y sin embargo ríes demasiado,
acaso porque sabes que la risa
es la envoltura de un dolor callado.
II
México, creo en ti,
sin que te represente en una forma
porque te llevo dentro, sin que sepa
lo que tú eres en mí; pero presiento
que mucho te pareces a mi alma,
que sé que existe, pero no la veo.
III
México, creo en ti,
en el vuelo sutil de tus canciones
que nacen porque sí, en la plegaria
que yo aprendí para llamarte Patria:
algo que es mío en mí como tu sombra,
que se tiende con vida sobre el mapa.
IV
México, creo en ti,
en forma tal que tienes de mi amada
la promesa y el beso que son míos,
sin que sepa por qué se me entregaron:
no sé si por ser bueno o por ser malo,
o porque del perdón nazca el milagro.
V
México, creo en ti
sin preocuparme el oro de tu entraña:
es bastante la vida de tu barro
que refresca lo claro de las aguas,
en el jarro que llora por los poros
la opresión de la carne de tu raza.
VI
México, creo en ti,
porque creyendo te me vuelves ansia
y castidad y celo y esperanza.
Si yo conozco el cielo, es por tu cielo,
si conozco el dolor, es por tus lágrimas
que están en mí aprendiendo a ser lloradas.
VII
México, creo en ti,
en tus cosechas de milagrerías
que sólo son deseo en las palabras.
Te consagras de auroras que te cantan
¡y todo el bosque se te vuelve carne!,
¡y todo el hombre se te vuelve selva!
VIII
México, creo en ti,
porque nací de ti, como la flama
es compendio del fuego y de la brasa;
porque me puse a meditar que existes
en el sueño y materia que me forman
y en el delirio de escalar montañas.
IX
México, creo en ti,
porque escribes tu nombre con la equis,
que algo tiene de cruz y de calvario;
porque el águila brava de tu escudo
se divierte jugando a los volados
con la vida y, a veces, con la muerte.
X
México, creo en ti,
como creo en los clavos que te sangran,
en las espinas que hay en tu corona,
y en el mar que te aprieta la cintura
para que tomes en la forma humana
hechura de sirena en las espumas.
XI
México, creo en ti,
porque si no creyera que eres mío
el propio corazón me lo gritara,
y te arrebataría con mis brazos
a todo intento de volverte ajeno
¡sintiendo que a mí mismo me salvaba!
XII
México, creo en ti,
porque eres el alto de mi marcha
y el punto de partida de mi impulso.
¡Mi credo, Patria, tiene que ser tuyo,
como la voz que salva y como el ancla…!
Ciudad de México, 1940.
Ricardo López Méndez
El Vate querido y hoy, como nunca, recordado y respetado.