Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
El Despiporre Intelectual 1
Este pequeño pero gran compendio literario se publicó en los albores de 1960. Su tiro limitado se agotó de inmediato. Y nadie se preocupó por una segunda edición.
Su título original fue Introducción a la gramática periodística. El despiporre Intelectual. Y se publicó en febrero de 2008, por el Club Primera Plana.
Nosotros como homenaje al poeta Rodolfo Coronado y al amigo José Carlos Robles, quien sugirió que lo escribiera, recopilamos todo, sin faltarle una coma o un punto, a efecto de que pueda disfrutarse plenamente.
A partir de este día comenzaremos a darlo a conocer tal y como hicimos con Mis bendiciones. En etapas.
“La sicología de los mexicanos está saturada de elementos humorísticos.
A nosotros la felicidad, el infortunio, la religión, la política, el matrimonio, la amistad, la carestía de la vida y el propio sexo nos mueven a risa.
El fenómeno culminante de la muerte se reviste, a nuestro placer, con una máscara alegre.
Las calaveras, en una palabra, nos pelan los dientes.
Somos muy dados los mexicanos a sortear burlonamente el toro de lidia de los aconteceres vitales.
En la oficina, en el café, en la pulquería, en el taller, en el bar, en las antesalas públicas y en el encuentro callejero tenemos siempre a la mano o mejor dicho a la boca, el botón de muestra de
nuestro particular buen humor.
Rasgamos la solemnidad de los velorios, por último, con la
irreverencia cimera de los cuentos colorados.
Bromistas irredentos, decidores incansables albureros de inagotables recursos y expertos en el manejo de vocablos de grueso calibre, nos reímos del prójimo con facilidad asombrosa y poco nos
importa servir, a nuestra vez, de víctimas propiciatorias del regocijo ajeno.
El que se lleva se aguanta y el que se enoja, pierde constituyen dos preceptos inviolables para todo mexicano que se precie y que no desee convertirse en isla arrancada de un continente humano en
donde todo se resuelve con la panacea infalible de la risa.
Perfeccionistas en este oficio regocijarnos de las debilidades de los demás, contamos para ello con una serie de instrumentos eficientes:
Refranes, proverbios, dichos, dicharachos, calambures,
adivinanzas, albures, trabalenguas, y al frente de esta variedad instrumental, con el más acabado recurso del ingenio burlesco: el epigrama.
Y en este oficio ingrato de aligerar con la risa el sin fin de su pesadumbre, el mexicano halló en el refrán, ya utilizado por él en su mundo antiguo, el mejor instrumento de trabajo.
Los ejemplos abundan:
El dinero Dios lo da
con el trabajo del indio.
Al mestizo el diablo hizo
al indito, el Dios bendito.
Indio que quiere ser criollo
al hoyo.
Con mayordomo español,
trabajo de sol a sol.
De español a gachupín,
hay un abismo sin fin.
Al español, puerta franca;
al gachupín, pon la tranca.
No te fíes de indio barbón,
ni de gachupín lampiño,
de hombre que habla como niño.
ni de mujer como varón.
Piojos que en España mueren,
en México resucitan.
Con los curas y los gatos,
pocos tratos.
El que entra a la Inquisición
ha de salir chamuscado.
Y ya que hemos nombrado a la Inquisición, Carlos Francisco, Marqués de Croix, Virrey, Gobernador y Capitán General de la Nueva España, fue protagonista de una anécdota más que ilustrativa al
respecto:
El miércoles de ceniza del año de 1767, una comisión eclesiástica se presentó al palacio virreinal con el encargo de imponer ceniza en la frente del máximo dignatario civil.
Pero Don Carlos Francisco. Todavía con los humos del aguardiente catalán ingerido en la noche. Crudo y mal humorado, contestó así a la caravana de ensotanados:
A mí no me tiznan curas
ni en miércoles de ceniza.
Tal desacato, como era natural, caló muy hondo en el Alto Cuerpo Inquisitorial, que emplazó al irreverente a que se presentara perentoriamente al Tribunal del Santo Oficio para ser declarado en causa gravísima de fe.
El Marqués de Croix, humildemente se presentó al Santo Tribunal, salvo el pequeño detalle de haberlo hecho abroquelado por la Compañía de Alabarderos, el Batallón Urbano y una batería de
ocho cañones.
Después de saludar afablemente a los que iban a juzgarle, advirtió al fiscal de la causa que sólo disponía de diez minutos para dejar finiquitado aquel desagradable asunto, transcurridos los
cuales la tropa que esperaba afuera tenía instrucciones de disparar contra el edificio de la Santa Inquisición hasta dejarlo reducido a ruinas.
De más está decir que al escuchar semejante amenaza, el fiscal dio por concluida la vista contra el Marqués de Croix y que éste salió a la calle orondo, sonriente y limpio de toda culpa.
Pero el pueblo, al enterarse de lo sucedido, no sólo trinó en contra de la actitud virreinal sino también, y con mayor razón, en contra de la cobardía y sumisión de los señores inquisidores.
Y no faltó alguien que opinara que la frase Con el Rey y la Inquisición, chitón, debería sustituirse con esta otra Con el Rey y la Inquisición, cañón.
Más allá del desahogo ideológico o político, el refrán fue utilizado por el pueblo como ficha de registro de su anecdotario cotidiano salpicado de vicisitudes sin cuento, de apuros económicos, de tropiezos en el amor y en la amistad, de complejidades místicas, de inquietudes estéticas, de inhibiciones absurdas y desplantes de machismo inveterado.
Como ahora, añadiríamos con respeto, pero sin sumisión, sucede, para bien o para mal.
Y en recuerdo a nuestro, amigo, colega y discípulo don Raúl Velasco, “Aún hay más”