Un siglo por la paz
Las mentiras, un boomerang contra AMLO
El 11 de febrero de 2020, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que en diciembre de ese año quedaría resuelta la falta de abasto de medicamentos en el sector salud, pero eso no sucedió.
El 16 de junio de 2021 informó que la siguiente semana a esa fecha, el problema se solucionaría, especialmente en lo referente a medicamentos especiales para niños con cáncer. Volvió a prometer algo que no cumplió, como también lo hizo a inicios y mediados de 2019 y como ha ocurrido una y otra vez.
El Gobierno de la autodefinida Cuarta Transformación opera un cambio radical en la adquisición de medicamentos para tener trato directo con las empresas proveedoras y conseguir mejores precios, pero esta posible buena intención sólo provocó un desabasto terrible en toda clase de medicinas en las instituciones del sector salud.
A final de cuentas, lo que importa son los resultados, por muy positivas que sean las intenciones. Hay escasez de medicinas y lo que se promete y no se cumple se convierte en una mentira.
Así el presidente ha acumulado una catarata de imprecisiones, medias verdades o mentiras abiertas que causan ya molestia en sectores amplios de la población, que no se convencen con la estrategia del presidente de que él tiene “otros datos”.
En una versión que no compagina con la realidad, López Obrador enmascara lo que vemos todos los días: “Ya no hay masacres en contra de ciudadanos para infundir miedo”, afirmó este jueves, en su informe de gobierno, al cumplirse tres años de su triunfo electoral. La realidad niega esta mentira, en lo que va de su sexenio, se han cometido 28 matanzas. Algunas de las más recientes perpetradas entre el 23 y el 30 de junio en Zacatecas, con un saldo de nada más 31 asesinados.
Con esa compulsión por manipular la información, por confirmar la máxima del zar de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, de que una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad, el presidente López Obrador mantiene esa estrategia todos los días.
De acuerdo con un estudio dado a conocer por Luis Estrada, director de la consultora política SPIN, el presidente López Obrador ha realizado 56 mil 181 afirmaciones falsas o engañosas en sus conferencias matutinas, en las que no proporciona datos verificables.
Desde su primer mañanera, el 8 de diciembre de 2018, hasta el 30 de junio de este año-, el jefe del ejecutivo federal ha hecho, en promedio, en cada conferencia 88 afirmaciones no verdaderas, según datos de la infografía quincenal número 55, que publicó el consultor político Estrada.
Como ningún otro presidente de la República, López Obrador mantiene una catarata de mentiras en cada mañanera, checadas y confirmadas por el titular de SPIN, pero para él los únicos que mienten son los medios, sobre todo aquellos que cuestionan sus acciones de gobierno, al grado de que en sus conferencias ya inauguró una sección para exponer a los periodistas que supuestamente mienten.
López Obrador siempre ha denunciado “complós” y conjuras en su contra, como una estrategia de desacreditar a todo aquel que públicamente lo critique o ponga en tela de juicio sus acciones, aunque sus críticos aporten pruebas de sus argumentos. No hay otra verdad, más que la suya, lo cual definitivamente, confirma su carácter autoritario.
De las arremetidas en contra de la prensa y de los periodistas que se atreven a cuestionarlo, el presidente ya pasó a una segunda etapa, la de denunciar lo que serían supuestas mentiras por parte de los medios, aunque en su primera presentación de esto se hizo referencia a información difundida en 2017, cuando López Obrador no era aún presidente de la República. Así de evidente su manipulación.
Quizá el presidente López Obrador quiera una prensa que pueda controlar, como en su momento lo hicieron sus homólogos emanados del PRI, que ejercían una censura total por medio de castigar con no darles publicidad oficial a los medios críticos (que prácticamente no había), de retirar concesiones a la radio y televisión o de suspender las entregas de papel a los diarios, por medio de la paraestatal Productora e Importadora de Papel, PIPSA, única empresa que podía surtir la materia prima para los periódicos en las décadas fuertes del priismo.
El ideal de López Obrador sería el de tener una prensa similar a la que tuvo Gustavo Díaz Ordaz, que en los momentos más críticos del movimiento estudiantil se desgastó en alabanzas para el entonces mandatario y criticó severamente lo que calificó como una “conjura internacional”, pero los tiempos han cambiado y la democracia mexicana ya no permitirá jamás el regreso de medios aplaudidores del del presidente en turno.
¿Qué sigue después en esta guerra desatada por López Obrador en contra de la prensa? ¿Sigue la persecución por medio de acciones fiscalizadoras y penales, como instrumentos de censura? Esperemos que el mandatario no caiga en esa tentación y en ese error.
Una característica común de presidentes latinoamericanos de izquierda ha sido la persecución desatada contra la prensa. El venezolano Hugo Chávez consideraba que en su país existía un «terrorismo mediático» y una campaña orquestada por los medios y la oposición para desestabilizar a su gobierno «revolucionario». Chávez emprendió una cacería de periodistas, cerró diarios y estaciones de radio y televisión y detuvo a quienes difundían críticas en redes sociales. Su sucesor, Nicolás Maduro, es una copia calca de su antiguo jefe.
Daniel Ortega, el ex guerrillero de izquierda, convertido ahora en dictador de Nicaragua, mantiene un enfrentamiento declarado en contra de los medios. Sus esbirros han detenido a periodistas que no se doblegan ante su poder y los ha calificado como enemigos del pueblo nicaragüense, sólo por informar de sus abusos de poder, que se acrecientan en cada una de sus reelecciones.
En Bolivia, el presidente Evo Morales, persiguió y encarceló a periodistas, por considerarlos como un «cártel de la mentira», porque no apoyaban de manera incondicional su programa de gobierno.
Ni que hablar de Cuba, en donde los hermanos Castro y la cúpula comunista acabó con la libertad de prensa desde hace muchas décadas, al grado de que sólo existen diarios oficiales, con el Granma a la cabeza, que reproducen los discursos oficiales de la dictadura cubana.
Si López Obrador copia la estrategia de sus homólogos de izquierda latinoamericanos, no se avizoran buenos tiempos para los periodistas y medios de nuestro país.
Para fortalecerse, la democracia mexicana requiere de una prensa independiente y crítica, que señale los errores y tropelías de los poderosos, que exponga ante la opinión pública la manera en que se gobierna. No se construye un país fuerte con periodistas aplaudidores.
Si el gobierno de la Cuarta Transformación llegó al poder, fue en gran medida por la difusión de los problemas nacionales por parte de los medios de comunicación, lo que generó conciencia entre la ciudadanía de que era necesario un cambio. Esto el presidente López Obrador ya lo olvidó. Para él, falsamente, México ya no tiene problemas en menos de tres años de su gestión y la prensa debe permanecer calladita y cooperando.