Teléfono rojo/José Ureña
Los recuerdos
Por cierto, el Centro de Derechos Humanos “Zeferino Ladrillero” saluda y aplaude, como nosotros, la iniciativa del presidente López Obrador mediante la cual podrían obtener su libertad aquellas personas en cárceles de México.
Son cuatro condiciones que se establecen en el decreto presidencial:
Primero, aplicará a acusados del fuero federal con más de 10 años sin sentencia, que no hayan cometido delitos graves.
Hay 12 mil 323 personas en estas condiciones.
Segundo, aplicará a personas mayores de 75 años de edad, acusados por el fuero federal sin delitos graves.
Tercero, aplicará a adultos mayores de 65 años con enfermedades crónicas que no hayan cometido delitos graves. La Secretaría de Salud será la que haga los diagnósticos.
En los 17 centros penitenciarios federales hay unos 17 mil 141 presos, de los cuales seis mil 665 son mayores de 65 años.
Y cuarto, aplicará a todo interno en cárceles federales de cualquier edad que haya sido torturado y se compruebe tal caso.
Luego de este acierto del jefe del Ejecutivo nada mejor que leer a una poeta jarocha, avecindada en la tierra del café y escribe en “Candelero” página del colega Abraham Mohamed Zamilpa.
Sí es doña Rosa María Campos, que nos comparte y nos platica de la abuela.
¿Estará loca mi abuela? Lleva el pelo corto, muy corto.
En una ocasión se rapó como protesta a la indiferencia de su familia.
Inventa canciones y baila todo el tiempo rock de los Rolling Stone, Salsa o el último disco de Madonna.
Le fascina la tecnología, pero mucho le cuesta manejar su computadora y el celular, pero eso sí, todo el día atiende su buzón de Internet, plagado de mensajes de personas de todos los países y de todas las edades.
Para ella, el progreso llevará a los jóvenes por el camino de la paz y cuando se habla de este mundo pintado de gris, aconseja a sus nietos que no permitamos que los adultos dejen nuestro planeta hecho un estropajo.
Mi abuela también piensa que los animales son más racionales que los hombres y por ello nos invita a observar el mundo animal y que imitemos sus comportamientos.
Que nos metamos en el mar y nademos como los delfines.
Que seamos tan leales como los perros y tan independientes como los gatos.
Que cantemos como los pájaros y que cuando mayores defendamos a nuestros hijos como los leones.
Que descansemos como los osos cuando estemos cansados y corramos como los conejos cuando tengamos ganas de sentirnos libres.
Que nos adaptemos a nuestro hábitat e intentemos mejorarlo para vivir mejor.
Ella nos propone reír siempre que estemos contentos, hacer felices a los que nos rodean y llorar a moco tendido si vivimos un mal momento.
Las lágrimas, nos comenta: “te limpian el alma y un alma limpia es el mejor remedio contra la tristeza y el mejor aliado de la paz.
Mi abuela es una extravagante, se viste con zapatos tenis o de bailarina. Sus colores preferidos son los del arco iris y se viste con ellos para alegrar la ciudad, a veces sucia y oscura.
Le encantan las bolsas enormes, que llena de dulces para regalárselos a los niños.
Se mueve con libertad y pasea por las calles mientras tararea alguna cancioncita de su propia cosecha y saluda con una sonrisa a las personas solas.
Mi abuela me anima para que estudie y para que aprenda todo lo que puedan enseñarme, pero me susurra al oído: “ La sabiduría no se puede imponer, se adquiere con el paso de los años”.
Y ¿qué nos dice de los adultos mayores?
“Los que están más cerca de la otra vida, de los que tenemos que aprender a vivir, porque ellos han conseguido llegar a la vejez.
Que no sea tu propósito morir antes de tener arrugas.
Detrás de cada arruga se encuentra un pensamiento mágico”.
Mi abuela se ríe de sí misma cuando tropieza o se cae, pues para ella lo mejor de la vida es: “volver a ponerse de pie”.
Que loca es mi “abue”, sueña despierta, cada cumpleaños rejuvenece.
Nunca va dejarme, cuando muera y yo la necesite, solo tendré que cerrar los ojos y podré verla.
Mi abuela aspira a convertirse en lluvia para abrazarme cuando yo quiera, también en viento para acariciarme cuando ella quiera.
Mientras tanto me toma de la mano y me lleva con sus palabras al mundo de sus sueños y me dice que el mejor sonido que hay en el universo es el de mi risa, por eso me hace cosquillas.
Qué loca está mi abuela…cuánto la quiero”.
Esta evocación de Rosa María Campos, desde su finca cafetalera, en Coatepec, Veracruz, también nos conmueve y nos llena de remembranzas, seguramente como a usted. [email protected]