Historias Surrealistas
El Tejedor De Realidades
Con el apoyo del pueblo al de las mañaneras le hacen lo que el
viento a Juárez.
Deben saberlo especialmente los auto llamados maestros, del
inde-cente. Que piden, piden, pero enseñan su incultura.
Perdonémoslos, porque no saben lo que hacen.
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Por ello no nos cansamos de hablar del tejedor de realidades,
como este día. En que nos sentimos ufanos y compartimos una
historia, que no cuento, luego de agradecer a doña Jessica Quiñonez
Ramírez, de Google, una gratificante calificación al que escribe:
“Tu experiencia como padre es el evento más significativo e
inspirador de la vida. Te preocupas por tus hijos y tu familia en general
más que por nada en el mundo. Desde el primer momento en que los
sostuviste en brazos y viste sus ojos curiosos, supiste que ha
comenzado tu verdadero viaje en la vida”. Jessica Q. R.
Hemos de tener presente el sabio proverbio popular de que las
palabras mueven. Pero el ejemplo arrastra.
Recordamos que antes de corregir a los propios hijos. O a
nuestros educandos, debemos estar muy atentos para no faltar o
equivocarnos en aquello mismo que corregimos a los demás.
El que educa o corrige, ya se trate de un maestro, de un
educador y con mayor razón de un padre o una madre de familia, debe
hacerlo primero con el propio testimonio de vida y ejemplo de virtud.
Después también podrá hacerlo con la palabra y el consejo.
Cuentan que la curiosidad hizo que un niño descubriese la vital
importancia de ayudar a crear entornos de paz, amor, luz y
consciencia, al tejer sabiamente con los colores del alma.
“Abuelo, ¿puedo preguntarte por qué cada tarde te veo sentado
en este banco de la plaza sonriendo en dirección al Sol?”, preguntó
tímidamente el niño mientras se mantenía a unos pasos de distancia,
ya que no sabía qué tipo de respuesta obtendría.
El viejo inclinó lentamente su cabeza, hizo una breve pausa, lo
miró con gran ternura y con mucha paz le respondió: “Tejo”.
El niño sonrió. “¿Cómo que estás tejiendo abuelo -le dijo-, si no
veo que tengas lanas de colores ni tampoco grandes agujas?”.
“Tejo realidades”, mencionó el hombre. “Puede que parezca
que aquí sentado no hago nada -continuó-, sin embargo, en calma
hago que mi corazón cree un entorno armónico.
También bendigo con mis pensamientos e intenciones a todos
los que pasan por esta plaza para que tengan el mejor de sus días.
Así es como voy. Siempre los saludo con amor, les sonrío con
franqueza, y si los veo medio caídos me levanto y les digo: “sí se
puede”.
También le pido a los pájaros que me ayuden a darles fuerzas
con sus, porque sus maravillosos sonidos revitalizan y sanan”.
El niño estaba absolutamente asombrado.
No podía creer lo que escuchaba, acostumbrado a oír
insistentemente que cuando uno se vuelve viejo ya no sirve para nada.
“En esta luminosa tarea de ayudar a crear entornos armónicos
no estoy solo”, remarcó el abuelo. Extendió de par en par sus brazos y
exclamó:
“Mira la belleza que irradian los árboles, huele el maravilloso perfume
que sin pedirnos nada a cambio nos comparten las flores.
Contempla el incansable trabajo de esas abejas, observa con
cuánta libertad juegan los perros.
Siente cómo te acaricia el viento. La existencia, a su modo,
también teje.
En mi caso disfruto tejer con hebras de luz, por eso cada tarde
abro mi corazón para que los rayos del Sol entren, me acaricien y se
anclen en el suelo junto con mis sentimientos más puros, de manera
que la Madre Tierra sienta cuánto la amo”.
Por último, el abuelo añadió:
“Sin importar la edad que se tenga, todos podemos ayudar a
tejer el entramado de un mundo más consciente, sensible, solidario y
humano hacemos que nuestras mejores intenciones viajen más allá de
las fronteras.
También podemos irradiar mucho amor para que las heridas se
cierren, los corazones se abran y que cada uno alcance su máximo
potencia. Descubrimos el poder transformador de las cosas simples”.
Los ojos del niño comenzaron a brillar. El hombre maduro se
acercó, le pidió permiso a través de una sonrisa y le dio un cálido
abrazo.
Cuentan que el Sol alumbró aún más fuerte para sumarse al
encuentro.
Y en ese instante, a modo de agradecimiento, el niño le susurró:
“Me voy a casa abuelo. Tengo que ir a contarle todo esto a mi mamá,
porque ella, que es de las personas a quien más quiero en este
mundo, todavía teje lanas y usa agujas.”
Y mañana 30 a desquitar su salario, los que gritan: “Queremos
más, más, más. De todo”.
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