Teléfono rojo/José Ureña
En plena jornada laboral, la caída de las plataformas digitales vinculadas a Facebook (Instagram, WhatsApp) exhibió la vulnerabilidad de las dinámicas sociales, laborales, económicas y hasta políticas asidas enteramente a estos servicios privados; y a las que nos hemos acostumbrado tanto.
Por supuesto, la empresa de Zuckerberg perdió grandes sumas de dinero e inversiones; y su caída afectó a muchas otras acciones y negocios. De inmediato nos vienen a la mente las grandes compañías, gobiernos u organismos que hubieron comprado fuertes pautas de publicidad en las redes sociales que finalmente no llegaron a las audiencias; sin embargo, debemos preocuparnos esencialmente por aquellos micronegocios que viven y sobreviven gracias al contacto con su única clientela a través de estas plataformas.
No es la primera vez que se vive esta crisis en las redes sociales y seguro no será la última. En febrero del 2014, el apagón de WhatsApp afectó 4.5 millones de usuarios por 4 horas; el 3 de mayo del 2017 fueron mil millones de usuarios detenidos por más de 3 horas. En esta ocasión, además de que el apagón fue más prolongado en el conjunto de redes y el universo compartido de usuarios es superior a los 5 mil millones de cuentas; se habla de la posibilidad del hackeo y el robo de datos de miles de millones de usuarios. Esto, además de tener en alto estrés a una de las compañías que administra y usufructúa un volumen inconmensurable de datos que pasan por sus servidores; debe obligarnos a replantear nuestra convivencia y dependencia con estos recursos.
Nuestra profunda y alarmante dependencia a muchas plataformas de conexión virtual se explica con un vergonzoso ejemplo: justo en estos días, Donald J. Trump, quien fuera el presidente de la otrora nación más poderosa y que configuró buena parte del rostro social, económico y cultural del planeta entero, suplica lastimeramente que los dueños de Twitter lo dejen volver a divertirse a sus anchas en el parque de juegos que crearon.
No es desconocido para casi nadie que estas empresas hacen inmensas cantidades de dinero por el monstruoso tráfico de datos que sus usuarios generan y ellos administran; tampoco es un secreto que la propiedad de los datos que los usuarios vierten permanece en un limbo paralegal del cual parece que nadie puede salir en paz ni indemne.
Y, con todo, estas crisis cíclicas en las que caen los negocios son lo que menos debería preocuparnos. El problema central radica en el nivel de dependencia que se tiene no sólo con las plataformas sino con los dispositivos que si bien ‘nos hacen más sencilla la vida’ nos hacen sencilla la vida que ellos nos han impuesto. Bien dice el refrán: «No es con quien naces sino con quien paces».
El filósofo Byung Chul Han ha reflexionado largamente sobre cómo delegamos nuestra percepción del mundo a estas dinámicas, critica cómo la ventana digital diluye la realidad en información fragmentada con la que operamos cotidianamente; lamenta cómo nos privamos del contacto con las cosas y cómo nuestras actividades de consumo nos conducen a ‘atracones’ informativos que terminan narcotizando y enfermando al usuario.
Las crisis de estas plataformas formarán parte del escenario
esperado; y que el servicio tenga fallas no debe sorprendernos; lo que debe
inquietarnos es la posibilidad de que, al perderlo, nos perdamos nosotros con
ellas.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe