Teléfono rojo/José Ureña
El dirigente del PRI, Alejandro Moreno, de modo desafortunado ha traído al centro de la atención a Luis Donaldo Colosio, padre e hijo. El dirigente tricolor respira por la herida; debe asumir que Movimiento Ciudadano le echó a perder su diseño de reproducirse en el poder en Campeche.
Dante y los suyos no lo debieran tomar a mal, simplemente ignorarlo. El esquirol de la oposición que acusa de esquirol al partido que, consistentemente se ha sumado a la oposición es condena que se revierte.
Relevante es el Colosio regio. Alejandro Moreno se peleó con la historia y, todavía más, con la leyenda. Cada cual tiene su propia idea de Luis Donaldo ausente, el sonorense.
Moreno, Krauze, Arreola, Liébano, Zedillo, Rojas, Robledo, Salinas, Rivapalacio, Hopkins, Silvia Hernández, Durazo, Ortiz Arana y muchos más que le trataron o conocieron. Para efectos de lo que significa, mito o narrativa, resulta relevante el Colosio de Netflix, la leyenda.
Colosio no pertenece a nadie, menos al PRI, y todavía menos al PRI de Peña Nieto, ahora dirigido por dos exgobernadores, Moreira y Moreno, hundido en el desprestigio a causa de la venalidad desbordada de su nomenclatura y del silencio cómplice de muchos más.
Cada cual construye a su Colosio. A la medida de lo que saben o creen saber. También los intereses cuentan y promueven su propia narrativa: la versión más evidente es la que promueve el mismo Salinas al presentarlo como peón sumiso de su juego.
La imagen de Diana Laura, poderosa influencia en el joven Colosio y de irreprochable y valiente conducta después de la tragedia, prueban que Colosio no era quien Salinas pensaba, una opción a modo y de continuismo.
La herida salinista infligida durante la campaña y el ascendiente genuinamente popular del candidato anticipaban ruptura, como bien lo sabían quienes con él vivieron la campaña. Salinas fue su jefe e interesado promotor, no modelo y menos ejemplo, y se equivocó al conspirar contra la campaña de su ungido.
Krauze ofrece una pincelada del abatimiento de Colosio en campaña. Peor todavía la pretensión salinista de que Diana Laura exonerara por escrito a Manuel Camacho, con el propósito de reivindicarlo y, por qué no, hacerlo candidato sustituto. Manuel, otra de las víctimas de la perversidad salinista. A partir de la narrativa popular, la credibilidad de Luis Donaldo regio está en la distancia hacia ese pestilente PRI. ¿Se imaginan Luis Donaldo quemándole incienso a Peña, Salinas, Moreno y Moreira? Lo más valioso de él es precisamente su separación de todo eso. Creció en Monterrey y labró su imagen profesional con buena compañía, como Basave, padre e hijo.
Hoy es la opción más prometedora para la sucesión presidencial. Tiene mérito propio y, a diferencia de la circunstancia que vivió su padre, no requiere de participar del innoble juego de espejos propio del régimen presidencial autoritario.
Es inevitable que Luis Donaldo sonorense le conceda aval y lo lleve al terreno de la promesa por cumplir. Finalmente, el elector, el ciudadano, la sociedad está inmersa en los símbolos, como bien puede constatar la épica lopezobradorista y su persistente popularidad, a pesar del rotundo fracaso en el ejercicio del poder.
Efectivamente, la sociedad vive inmersa en el mito, en el imaginario pleno de símbolos, territorio fértil para una nueva épica de creencias. Un país polarizado por el desencanto y la cada vez más endeble esperanza. El PRI de Moreno y Moreira pasará a mejor vida. No el de Riquelme o del joven alcalde saltillense Manolo Jiménez.
El problema del PRI por morir es que siempre le apostó al olvido, el PRI de la nueva generación deberá optar por el perdón a partir del reconocimiento de culpa y marcando quiebre con quienes le hundieron en el peor de los descréditos por venalidad. Luis Donaldo no necesita debatir o replicar a quienes la sociedad los ha conducido al basurero de la historia, y cuyo único valor es servirse del y servir al poder siendo esquiroles del bloque opositor. ¿Para qué perder tiempo con quienes ya casi no existen?