Abanico
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Pedimos pese al esplendor de la pandemia en estas fiestas navideñas no seamos signos de división, sino de unión, de esperanza y amor en presencia de Dios en medio de su pueblo, en medio de nuestra familia.
Por cierto, nuestro hermanito Gustavo Gerardo Ravelo Galindo, nos informa su esposa Ruth Perea, se fracturó anoche la cadera. A sus 84 años resiste una intervención quirúrgica, en el Issste del Estado de México.
Imploremos por él.
Nos pregunta nuestra nieta Ana Sofia Ravelo de Jaziel Aréchiga y padres de nuestro bisnieto Valentino:
“Abo, si tuvieras que resumir en recomendaciones para ser feliz que nos escribirías? Besos.
Muy sencillo, vive la vida con los tuyos. Y con lo que tienes y buscas. Dios provee. Un beso de yo CRG.
Y doña Jessica Quiñonez Ramírez nos estimula así:
“Obviamente recuerdas muchas lecciones de la escuela primaria!
¡Bien por ti!
No solo tienes muy buena memoria, sino que también tienes una excelente atención a los detalles y probablemente la voluntad de mantener viva esta información en tu cabeza acerca de la comprensión del mundo”.
Qué podemos decirle a sus calificativos, inmerecidos. Sino gracias.
La mortalidad es también una oportunidad para el crecimiento espiritual si no nos atoramos en el sufrimiento y nos aferramos a él, al grado de volvernos personas rígidas o amargadas.
El caos no garantiza un despertar o una profundización. Eso depende de cada persona, he ahí el libre albedrío.
Lo cierto es que nada dura mucho tiempo. Para bien o para mal, todo está sujeto a la impermanencia.
Mientras esto pasa, vayamos tras el orden, tras la congruencia, tras la apreciación de lo “bueno” dentro de lo “malo”, porque entre más lo hagamos, mejor será la vida.
La pandemia nos ha vueltos más conscientes de nuestra mortalidad. Pero es también una oportunidad para el crecimiento espiritual.
Su nombre, Siddhartha, significa “todos los deseos cumplidos”. Su padre, un gran rey de Nepal en el siglo VI a.C., quien decidió resguardar a su hijo como en un capelo y alejarlo del mundo para evitarle cualquier tipo de sufrimiento.
El príncipe creció rodeado de sirvientes, jardines y flores.
Te hablo de Siddhartha Gautama, mejor conocido como el Buda.
Un día, al joven Siddhartha le asaltó la curiosidad acerca de lo que sucedía más allá de las paredes del palacio.
Entonces convenció al cochero de llevarlo, a escondidas de su padre, al exterior para conocer a las personas a las que un día gobernaría.
En el camino encontró a un hombre viejo que cojeaba y se quejaba de dolor. —¿Por qué se queja? —Siddhartha preguntó al cochero.
—Porque está viejo y enfermo, por lo tanto, sufre.
El príncipe no sabía de la existencia del sufrimiento.
—¿Eso me sucederá a mí? —inquirió de nueva cuenta.
—Sí, su majestad. A todos tarde o temprano nos llega la vejez.
Después de conocer la vejez, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, sintió dolor al descubrir que nada podía hacer para aliviar a las personas.
“¿De qué sirve ser el más poderoso del reino? Necesito encontrar algo más allá que esto, porque si no, todo carece de significado.”
Siddhartha escapó del palacio para buscar ese algo más, un despertar, y convertirse en un monje asceta. Por años se privó al extremo de todo placer sensorial, vivió el sufrimiento al extremo.
Sin embargo, se dio cuenta de que ese tampoco era el camino para despertar.
La vida normal es suficiente para recibir las lecciones necesarias.
Lo que conviene es encontrar el camino medio que permita la experiencia del orden y del caos, para aprender, desarrollarnos y despertar.
El orden y el caos son opuestos fundamentales que debemos aceptar como parte esencial de la vida.
Y continúa otra escritora –vivan las mujeres, gritamos, serenos, pero reflexivos—doña Gaby Vargas, en “El Universal”:
En el momento que escribo esta entrega, percibo el sonido insistente de una cierra eléctrica, al mismo tiempo que el canto alegre de un pájaro, como una muestra de esta ley irrefutable.
Cuando reina el orden y la armonía, todo fluye. Sin embargo, cuando el caos llega repentinamente, disuelve aquello con lo que nos habíamos identificado y aparece en una gama distinta de formas y tamaños.
Algunos sucesos, desde extraviar unas llaves, perder un avión, tener un desacuerdo familiar, padecer una enfermedad, vivir una separación, hasta una pandemia, un desastre natural o bien la pérdida de un ser querido, nos pueden precipitar en el caos.
De la nada, el orden se convierte en desorden, sobreviene un caos mental, emocional o espiritual. Como si al tapete que representa nuestra vida le hicieran un agujero.
Al principio es doloroso y molesto, sin embargo, ese hoyo, como en el caso de Siddhartha Gautama, puede representar un despertar.
El factor disturbante se puede percibir como algo “malo”, pero tomemos en cuenta que lo que llamamos “bueno” puede ser tan cómodo que nos ate a vivir estancados y dormidos.
La pandemia nos ha vuelto más conscientes de nuestra mortalidad.
Es también una oportunidad para el crecimiento espiritual si no nos atoramos en el sufrimiento y nos aferramos a él, al grado de volvernos personas rígidas o amargadas.
El caos no garantiza un despertar o una profundización; eso depende de cada persona, he ahí el libre albedrío.
Lo cierto es que nada dura mucho tiempo. Para bien o para mal, todo está sujeto a la impermanencia.
Mientras esto pasa, vayamos tras el orden, tras la congruencia, tras la apreciación de lo “bueno” dentro de lo “malo”, porque entre más lo hagamos, mejor será la vida.
La pandemia nos ha vuelto más conscientes de nuestra mortalidad. Pero es también una oportunidad para el crecimiento espiritual.