Juego de ojos
La muerte del arzobispo anglicano Desmond Tutu -ícono de la lucha contra la discriminación racial- ha vuelto a recordarnos una de sus célebres frases que se suele decir con más frivolidad que plena conciencia: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.
Parece una idea simple, pero el clérigo sudafricano premio Nobel de la paz claramente la utilizó en un contexto donde por lo menos existían las siguientes condiciones. Primero, la presencia de un sistema opresor. No basta que pensemos en un sólo individuo opresor; incluso tampoco en un sólo régimen dictatorial de terror sino en una opresión sistemática, horizontal y normalizada, en la cual incluso la indiferencia es parte de la agresión contra los vulnerables.
En segundo lugar, la frase del arzobispo denuncia que la neutralidad puede convivir con la injusticia sin tensión entre ellas excepto por la potencialidad de crecimiento de la misma injusticia mediante la existencia o promoción de la neutralidad. Y esto es un asunto sumamente inquietante porque cualquier sistema de gobierno en crisis o cuando se le señala de abusos, excesos o corrupciones; lo primero que exige es una absoluta neutralidad y desapasionamiento en la interpretación y aplicación de las leyes; las cuales -en una organización social mínimamente democrática- idealmente deben proteger al débil y a las víctimas. No obstante, es claro que muchas veces, la inflexible aplicación de ciertas leyes en un complejo sistema de opresión suele tener el efecto contrario: fortalecer los privilegios de unos mientras se niegan incluso mínimos de supervivencia y dignidad a los más marginados política, económica, social, cultural, racial o legalmente.
Por tanto, un sistema opresor complejo no deja de realizar y dejar que se cometan injusticias aunque en él se hagan los tradicionales exhortos al ‘imperio de la ley’, al ‘cumplimiento de las normas jurídicas’, al ‘clima de legalidad’, al ‘Estado de derecho’ y demás eufemismos políticos que apelan más al principio de autoridad que al del bien común o de la justicia.
El tercer elemento del planteamiento de Tutu es la posibilidad de elección. Ante una infinidad de posibilidades de acción -fuera de la adhesión formal y consciente al sistema opresor, pues siempre habrá fanáticos del autoritarismo- por lo menos una de aquellas conduce inexorablemente a perpetrar más injusticias: el ser neutral. Permitir que la ley y las condiciones impuestas por el sistema opresor sigan su curso no sólo es mantener aquellas injusticias conocidas sino incluso dejar que los tentáculos de la opresión se cuelen por los espacios donde la neutralidad no interviene.
No es difícil concluir que el sistema opresor con el apoyo de la neutralidad o la indiferencia por el prójimo habrá de reclamar progresivamente espacios de libertad y fronteras de dignidad humana hasta que, como advierte el profeta, “una ola de odio reviente sobre el mundo”.
Esto último -el estallido de odio- es lo que verdaderamente deberían temer tanto el régimen como la oposición, el tirano y los guerrilleros, el dictador y los libertadores, los privilegiados y los miserables. Si bien es cierto que en medio de un sistema de opresión, ni la neutralidad ni la adhesión al régimen son vías para luchar contra las injusticias, la acción violenta tampoco es la respuesta al dolor de los vulnerables: “La violencia no engendra más que violencia en un movimiento pendular que se agranda con el tiempo en lugar de disminuir”, apuntó el escritor Primo Levi.
Y es que si se encuentran cómodos los poderosos en amparar sus abusos y privilegios bajo la excusa de un ‘Estado de derecho’ que sólo les beneficia a ellos y si la oposición se basta a sí misma alimentando el odio contra el régimen creyendo que la maledicencia conduce al ‘bien común’, el estallido social es tristemente inevitable. Eso lo intuyó el arzobispo anglicano y por eso sembró esa inquietud en los seducidos o anestesiados por la neutralidad: Hay que actuar, hay que definirse.
Pero, en el fondo, el destinatario real de nuestras acciones no es el poder ni el sistema opresor pues contra estos sólo opera la confrontación; las verdaderas destinatarias de un pacificador, de un constructor del bien social, son las personas que sufren injusticias. Allí es donde se debe primero atender, curar, cuidar y dignificar a la persona sujeta a aquellas injusticias que aún no nos alcanzan a todos (pobreza, marginación, precarización, discriminación, segregación, amenazas y todo tipo de violencias sistémicas). En ocasiones, son esos simples actos de bondad los que tienen un potencial transformador más perdurable y que ofrecen una salida a la espiral de miedo, desconfianza, injusticia y opresión; por el contrario, el estallido de odio sólo engulle toda causa legítima y retroalimenta al sistema opresor del que se desea salir.
Felipe de J. Monroy es director de VCNoticias.com
@monroyfelipe