Obispos de México: Un nuevo horizonte/Felipe de J. Monroy*
Afromexicanos
A riesgo de incurrir en la ira del fundamentalismo que hace tiempo satanizó al azorado Memín Pinguín y mandó a la clandestinidad a los seguidores del simpático retoño de doña Eufrosina, ahora que estamos en la temporada de reflexión que une a creyentes legítimos con perezosos oportunistas me siento en la obligación de abordar un tema asaz espinoso: la negritud mexicana.
¿Por qué nos da cosa hablar de negros e indios? Quizá porque somos un pueblo crinolina, muy poco dado a la autocrítica e incapaz de asomarse al espejo de Tezcatlipoca, como si por nuestras venas no corriese ni una cucharada de sangre de las grandes culturas mesoamericanas y de las que arribaron del continente que Conrad llamó El corazón de las tinieblas.
Reímos discretamente cuando nos topamos con danzantes ataviados con taparrabo y penacho y juramos por la Cruz que nuestro México lindo y querido está a salvo del racismo de los tales por cuales gringos … sí, los mismos que acaban de llevar a una negra a la Suprema Corte y que tuvieron a un negro en la presidencia.
En mis años mozos el “Negro” Martínez era el líder de la prepa, el “Negro” Pérez el mejor fotógrafo de la Presidencia, el “Negro” Guzmán un reputado periodista y la “Negra” Rosalinda una poesía regia. Rubén Álvarez, el “Negrito”, es un alto funcionario del organismo hoy en la mira del pueblo bueno.
Pero son muchos los de serio color que reniegan y quisieran haber nacido ojiazules, con pelo color mostaza y piel color panza de pescado. Pobres. Hace años en una estancia en Berkeley me puede defender de una pandilla de Black Panthers con el grito de “Black is beautiful … but Brown is more so…!”
Veracruz tuvo un gobernador de triste memoria -en un estado que se ha distinguido en este terreno- que se indignó cuando una antropóloga quiso entrevistarlo para un libro sobre afrodescendientes mexicanos. Al tipo se le conoció como “El negro de la lotería”.
En Puebla, las clases dominantes todavía recuerdan con repugnancia el estudio de la Benemérita Universidad que reveló que más del 80 por ciento de la altiva y engreída aristocracia vernácula, tan proclive al ceceo, tiene a negros entre sus tatarabuelos.
(Pero es leyenda propalada por los envidiosos chilangos el que una doña venida a menos haya prohibido a sus nietos la lectura de Darwin con la sentencia de que ningún poblano cristiano descendía de los monos.)
Para abundar en la reflexión de la semana llamada santa, tomo prestados párrafos de un ensayo de una talentosa investigadora, cuyo nombre, por razones personales, guardo en reserva.
“¿Desde cuando hay negros en lo que hoy es México? El mundo académico reconoce el arribo de negros africanos con la llegada de Hernán Cortés, quien trajo como parte de su ejército a negros libres que participaron en el proceso de conquista. Incluso uno de ellos, esclavo de Pánfilo de Narváez, fue culpado de haber contagiado la viruela a los indígenas, [iniciando así] un proceso de globalización microbiana y cultural y con ello también un estigma sobre los negros en México.
“Otros académicos más atrevidos reconocen una posible presencia africana en lo que hoy es México previa a la llegada de los europeos durante el siglo XV. Basan su afirmación en un considerable record de piezas arqueológicas olmecas, totonacas y huastecas con rasgos negroides, así como otras evidencias históricas de exploradores, entre ellos Colón, que refirieron haber visto negros a fines del siglo XV y principios del XVI en la zona de Panamá y las islas del Caribe
“Hay referencias históricas africanas que hablan de flotas que salieron ‘hacia el oeste’ y volvieron a África durante el siglo XIV. Esta presencia africana prehispánica en las Américas no es aceptada por la mayoría de los académicos mexicanos pues consideran que desmerece la importancia y riqueza de las culturas nativas.
“[Cuando] el expresidente Vicente Fox dijo que los mexicanos hacían trabajos ‘que ni los negros quieren hacer en los EEUU’, se activó la discusión sobre el contenido racista de esta declaración y sobre el racismo en México. También tras la emisión de las estampillas de Memín Pinguín se desató la controversia de si existe racismo en México, a lo que un coro casi unánime respondió con un “¡No!”, excepto las voces de los afromestizos de Costa Chica y algunos académicos quienes analizaron a este personaje y lo usaron como ejemplo para mostrar cómo son vistos los negros en nuestro país: caricaturizados y ridiculizados. Se tiene licencia para hacer bromas sobre su color, sobre sus características físicas y su forma de hablar.
“La imagen del negro que se presenta en los medios impresos en México mantiene un estereotipo de salvaje, indomable, deseable sexualmente y que sólo puede desempeñar roles de servidumbre. Ejemplo de esto son publicaciones semanales como Rarotonga y Fuego en donde los personajes negros y mulatos se presentan como bombas sexuales que fomentan un estereotipo que data desde la época colonial como amantes o concubinas.
“Estas representaciones son tan fuertes que se reproducen en los roles que desempeñan personajes negros y mulatos en el cine y en las telenovelas mexicanas. Películas como Angelitos Negros (1948 y 1971), La maldición de mi raza (1964), El derecho de nacer (1966) y Negro es mi color (1950), muestran personajes avergonzados por su color y su raza, complacientes y dispuestos a sacrificarse por sus patrones blancos: juegan el rol de la concubina que por su color no debe revelar la maternidad de los hijos blancos que engendró con el patrón, quien a su vez humilla y se avergüenza de los negros.
“La excepción hubiera sido La Negra Angustias (1949), que presenta a una mujer negra revolucionaria e independiente que lucha por la causa zapatista y que formó parte de las filas de un ejército de mujeres mulatas de Morelos y Guerrero que en realidad existió. Sin embargo Matilde Landeta, directora de la película, tuvo que cambiar el final para hacerla ‘vendible’, y en lugar de mostrar a una mujer independiente que sigue en la lucha revolucionaria, presenta a una mujer que deserta del ejército, termina casada, con un hijo y lavando pañales pero ‘feliz’.”