Abanico
La oposición institucional, así como la crítica, el escrutinio y la rendición de cuentas son funcionales al poder y al conjunto del sistema. Tan sencillo como entender que sin todo ello los errores se ocultan, los fallos se subestiman y se incide en la persistencia de lo incorrecto; de manera tal que si eso no se da será el tiempo, cuando cambien las condiciones que impiden que la verdad se imponga, se habrá de dimensionar el mal desempeño, el abuso del poder y sus consecuencias.
La virtud de la democracia liberal no está solo en su dimensión electoral, también en la autorregulación del sistema de poder del que forma parte. La contención a las libertades provoca gobiernos ineficaces e incapaces de entender la magnitud de pifias o fracasos. Los gobiernos que no escuchan, aunque cuenten con el respaldo popular y con malos los resultados, suelen tener un destino desastroso para el país y para la memoria histórica. La democracia es incómoda para el poderoso porque implica un poder acotado por la ética y por la ley, y por la coexistencia política de los diferentes, de la pluralidad. El poder nunca será el todo y siempre precario en el tiempo.
Los gobernantes suelen regocijarse con la popularidad, sin advertir que es una trampa. La aceptación, en todo caso, es un medio para hacer bien y mejor las cosas, no es un fin en sí mismo, tampoco cheque en blanco para imponerse o someter a los demás bajo la falsa tesis de la representación popular o la superioridad moral del proyecto. Ha sido, de una u otra manera, el pecado de todos los gobiernos. En retrospectiva, los más populares -López Portillo y Salinas de Gortari- sufrieron el peor ocaso. Todo indica que algo semejante ocurrirá con el presente.
La mayor fragilidad del gobierno de López Obrador está en el espejismo de la popularidad y su repudio a la crítica o el escrutinio. Remite lo adverso y los hechos que muestran las malas cuentas a una suerte de complot de los enemigos del país. Una paranoia de efectos perniciosos en extremo, precisamente porque le impide identificar hierros, reconocer errores, limitaciones o contradicciones y de esta manera hacer los ajustes a tiempo y consecuentes a la gravedad de la situación.
Pero no solo es un tema de su carácter o estructura personal. Tiene que ver con su convicción de vivir permanentemente en estado de guerra, al acecho, enfrentando a un enemigo perverso. Vivir y actuar en tal circunstancia vuelve a quien lo padece igual a lo que teme; sin advertirlo se hace parte de lo que rechaza, repudia y combate. Mientras mayor la resistencia a la crítica y a la rendición de cuentas, mayores los errores y, a la larga, más profunda la caída. Crónica de un régimen fallido, aunque pudiera reproducirse con los votos en el poder. Un proyecto refugiado en las intenciones y ayuno de resultados, tarde que temprano está condenado al fracaso.
Como tal, el régimen actual es un paréntesis, una transición. La crisis estructural y de fondo no es la de la 4T, sino la que le antecede. López Obrador ganó el poder a partir del rechazo que pudo concitar frente al orden económico, social y político que le precede. El descontento es real, también las causas que le originaron y recrearon. Por ello, un elemento fundamental para la legitimidad del proyecto actual es su contraste con el pasado. La venalidad, la manipulación y el abuso escrituraron el resultado de la elección de 2018. La cuestión es que, a pesar del contraste, seguimos igual al pasado derrotado y en algunos sentidos peor, claramente en materia de libertades, seguridad, economía y equidad social.
Es inevitable el fin del ciclo sexenal y con éste el término de muchas de las condiciones que impiden el funcionamiento normal de los contrapesos institucionales y el ejercicio pleno de las libertades. Más que la disputa por la presidencia, relevante será recuperar la capacidad del poder legislativo y la pluralidad, para cumplir con la responsabilidad de autorregulación del sistema democrático. Por ello es indispensable mejorar ante todo la calidad de la oposición.
La virtud del cambio no se construirá a partir de la ruptura con las formas, modos y objetivos del actual proyecto político, sino de una perspectiva más amplia que identifique las insuficiencias presentes y pasadas, al igual que sus fortalezas y bondades con un espíritu de inclusión y de futuro compartido para edificar un mejor país.