Corrupción: un país de cínicos
En los hechos, un representante puede decidir, con base en sus convicciones, estudios y análisis, lo que a su juicio es conveniente para sus representados. En todo caso, la valoración depende no sólo de la rendición de cuentas, sino de los resultados mismos.
Y nos dice Hanna Fenichel Pitkin: un hombre está representado si se siente que lo está, y no lo está si no lo siente así. Y plantea: qué razones pueden darse para suponer que alguien o algo está representado. Porque agrega: “no todo puede ser representado en cualquier lugar y en cualquier momento, y hacerse presente en una muestra representativa es muy diferente de estar representado por un símbolo en un mapa”
En su análisis, también afirma que la definición de Hobbes es esencialmente concreta: la representación en términos de acuerdos formales que la preceden y la inician: autorización, el conferir autoridad a un acto. Esto deriva en los problemas relacionados con la controversia sobre la correcta relación existente entre un representante y aquellos por quienes actúa.
El trabajo de Hanna Fenichel nos ofrece un paseo por las complicaciones que derivan de intentar establecer la definición conceptual de palabras que en política muchos dan por entendidas y aceptadas, y que sin embargo, no son dimensionadas en su totalidad.
Ahora bien, preguntemos: ¿los sistemas electorales garantizan una verdadera representación democrática?
Como hemos visto, los sistemas electorales, con base en sus reglas y las que aplican a los partidos políticos, primordialmente cumplen la encomienda de convertir los votos en escaños. No necesariamente tienen por objetivo buscar la verdadera representación.
Sin embargo, el tipo de sistema de partidos y electoral, condiciona no sólo las políticas públicas, sino también el tipo de ejercicio de gobierno, de acuerdo a la concentración de poder.
Para quienes abrazan el debate en torno a que los partidos políticos determinan el tipo de sistema electoral vigente en un país dado, juegan a favor de su hipótesis tanto el hecho de que, convertidos en escaños los votos, son los integrantes de esos partidos, a iniciativa de ellos o de sus gobiernos, quienes modifican las reglas del sistema electoral y la proclividad a la concentración del poder.
Son los partidos políticos, mediante sus miembros con escaños en ambas cámaras de sus congresos, los que determinan la modificación de un sistema electoral, ya sea por su hegemonía en las posiciones congresistas, o por alianza en un sistema bipartidista para evitar la intromisión de terceros a la hora de dictar nuevas leyes.
La disputa, no por la nación sino por la silla del águila reúne (anticipadamente) los afanes del presidente de la República y de su predecesor; el primero, interesado en terminar con la dirigencia de Alejandro Moreno Cárdenas en el PRI, dado que después del rechazo a su iniciativa eléctrica, AMLO requiere de un dirigente tricolor con un perfil más cercano a su causa y, lograr lo mismo vencer al PRI en el Estado de México en 2023 (dados los indicios del ex mandatario Enrique Peña Nieto de jugarla en respaldo a su partido) y, destruir la alianza del PRI con el PAN y PRD.
Una dirigencia nueva en el tricolor permitiría además al lopezobradorismo negociar la reforma constitucional electoral para que se haga realidad el planteamiento de John Keane, al pasar de la vida a la muerte de la democracia derrumbando los órganos autónomos electorales constitucionales: INE y TEPJF.
La reacción del dirigente priísta, Alejandro Moreno Cárdenas, sometido a una persecución jurídica con fines políticos no la preveía el lopezobradorismo, al llamar a la sociedad (como dirá Keane) a no ser apática y defender las libertades y la democracia.
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