Abanico/Ivette Estrada
Dice el relato que para distinguir la diferencia entre ‘creer’ y ‘confiar’ se necesita mirar a un equilibrista pasar cinco veces seguidas por un cable entre dos edificios de gran altura. Una cosa sería responder si ‘creemos’ que podría cruzar una sexta vez; y otra, muy distinta, si ‘confiamos’ en que podrá pasar nuevamente por la cuerda pero ahora con nosotros sobre sus hombros.
Dado nuestro contexto, pareciera que a los mexicanos nos debería ser muy difícil tanto creer como confiar; pero resulta curioso lo mucho que seguimos creyendo y además, confiando en personas, estructuras e instituciones que, a todas luces, han traicionado nuestra confianza sistemáticamente.
El estreno del documental “El caso Cassez-Vallarta: Una novela criminal” nos vuelve a poner frente a un episodio paradigmático de la perversa forma en que el gobierno, los medios de comunicación y el sistema judicial suelen presentar, acomodar y hasta tergiversar la realidad con el fin de autopreservarse o autocomplacerse.
Sin embargo, no debemos mirar el fenómeno acusando a la condición institucional de la traición a la verdad (porque los muros no suelen tener intenciones o intereses) sino comprendiendo que ha sido la naturaleza humana y falible de los funcionarios, los policías, los periodistas, los operadores, los jueces y abogados a través de sus motivaciones, conveniencias, miedos o presiones lo que hizo crecer ese enjambre de intrigas.
La narrativa del documental insiste en que ninguno de los personajes involucrados en aquel episodio es completamente digno de credibilidad. Quizá merezcan credibilidad y confianza sólo un par de periodistas e investigadores que antepusieron la ética profesional en lugar del éxito o del espectáculo utilitario; o un par de intelectuales que, sin prejuicio alguno, contemplan el desarrollo de los hechos, dudaron y aún hoy continúan haciéndose preguntas sobre el mismo.
Lo inquietante es que la pieza documental nos recuerda que aquellos personajes que evidentemente se reservaron o pervirtieron información para proteger su imagen, su provecho y sus conveniencias aún gozan de credibilidad e incluso confianza entre el respetable. ¿Por qué? ¿A qué se debe?
Veamos otro ejemplo. La semana pasada, durante la sección de la conferencia matutina de la Presidencia de la República que pretende desvelar las mentiras de grupos políticos, medios de comunicación y personajes sociales, el gobierno lopezobradorista mintió flagrantemente; lo peor, absurdamente. A través de la funcionaria federal Elizabeth García Vilchis, el gobierno acusó al expresidente Felipe Calderón de mentir en redes sociodigitales cuando alertó de un derrame de aguas negras en las playas de Acapulco. En nombre de la máxima autoridad mexicana (la falta de habilidad de la funcionaria no puede minimizar el poder desde donde se expresan las palabras), se acusó a un ciudadano de falsear información con intención de perjudicar a la administración en turno y, afirmó que el suceso había ocurrido en España.
Al final del episodio, la propia Presidencia de la Nación se vio obligada a reconocer que, si bien Calderón cometió un yerro con la fecha, no equivocó la localización. No pidió disculpas, pero sí corrigió la información que su funcionaria divulgó.
Este asunto no es menor porque la actual administración lopezobradorista considera importante que, desde el empíreo del poder en México, se instruya a la población en quién debe creer y en quién confiar. El eslogan publicitario del presidente (‘No somos iguales’) pretende diferenciar a él mismo y a sus incondicionales, de ‘esos otros’ cuyas esencias de mentira y corrupción son casi connaturales. El ejercicio de la comunicación social permanente a través de las conferencias matutinas de esta administración es uno de los más eficaces modelos de educación de percepción política que ha ideado gobierno alguno, pero también tiene sus debilidades y la frecuencia con la que deben desdecirse o corregirse es muy alta. Y, sin embargo, a pesar de las pifias y múltiples errores, esta administración aún goza de credibilidad e incluso confianza entre la gente. Nuevamente: ¿Por qué? ¿A qué se debe?
Evidentemente, el caso Cassez-Vallarta y la pifia del derrame de Acapulco tienen inmensas distancias, son verdaderamente incontrastables y es odioso que aparezcan juntos en este texto; no obstante, sí reflejan un aspecto curioso del poder y la comunicación. Todo parece indicar que desde el poder, la recuperación de credibilidad y confianza es sumamente sencilla.
Los psicólogos afirman que, más que a confiar, aprendemos a desconfiar en el curso de nuestra vida. Desconfiar es, además, una de las habilidades más importantes para protegerse y sobrevivir; y, sin embargo, por el bien de la sociedad en la que estamos inmersos, necesitamos seguir confiando y creer: en los otros, en las instituciones intermedias de la sociedad y, sí, también en las estructuras de gran gestión social.
La credibilidad y la confianza son facilitadores sociales, economizan gestiones y abren horizontes, atemperan pasiones y miran al futuro. Dice el clásico que una gran confianza obliga y motiva a aquel al que se le dispensa a mostrarse digno de ella y a justificarla en el futuro.
Es decir: Que el pueblo mexicano, en contra de su buen juicio -y a veces hasta de su bienestar-, siga creyendo y confiando es prueba suficiente de lo que está dispuesto a sacrificar por el bien común: ahí está la cuerda floja y seguimos confiando en que, independientemente quien vaya de equilibrista, de alguna manera cruzaremos el abismo.
Felipe de J. Monroy es director VCNoticias.com
@monroyfelipe