El agua, un derecho del pueblo
La creciente crítica hacia la política ha sido frecuentemente asociada a una pérdida de legitimidad y confianza hacia las instituciones medulares de la democracia representativa (partidos políticos y parlamentos) y de las personas que las conforman (actores políticos en general).
La crisis de la representación política entendida como el proceso por el cual los espectadores-representados ya no se sienten más identificados con los actores-representantes ha dado lugar al surgimiento de un nuevo tipo de representación en la que la opinión pública es el elemento central.
Cabe recordar la evolución política de las sociedades occidentales, desde la democracia clásica hasta el nacimiento de las actuales formas representativas y, el funcionamiento real de las instituciones representativas a partir de tres modelos sucesivos de política: el modelo parlamentario, el modelo de masas y el modelo electoral.
En el mundo clásico, la política es una construcción histórica originada en la Grecia clásica. Si bien las instituciones políticas existían desde antes, fue allí donde por primera vez comenzó a pensarse lo político como algo específico, separado de la religión y, por tanto, propio de la capacidad de acción de los hombres.
Esta primera secularización de lo político tuvo lugar cuando los hombres tomaron conciencia de que eran ellos los que debían responsabilizarse por los resultados de sus acciones de gobierno. A partir de ese momento, fue necesario buscar los mecanismos institucionales que les permitieran el mejor logro de tales resultados. De esta manera, la historia de las pequeñas polis griegas se volvió un fenomenal laboratorio de las formas de gobierno más dispares.
¿Cómo se gobernaban las polis? Existía una amplia variedad de regímenes políticos, entre los que se destacaban las democracias. La democracia para los griegos era un sistema de gobierno basado en la igualdad de todos los ciudadanos frente a la toma de decisiones colectivas. Su nombre, demos (pueblo) kratos (gobierno), hacía referencia a su principio rector: el autogobierno del pueblo. Si todos sufríamos las consecuencias de las acciones de los gobiernos, lo lógico era que todos tomáramos parte en las decisiones. Obviamente, el “todos” de los clásicos era restringido ya que excluía de la ciudadanía a los “desiguales” por naturaleza (mujeres, esclavos y extranjeros).
El “todos” de la élite política actual excluye como en el mundo clásico de la ciudadanía no sólo a quienes si tienen esa categoría. Algo peor: se trata de una élite fuerte y frágil al mismo tiempo. Es fuerte porque acude al postulado de Linz de que el presidencialismo genera la sensación del ganador único y, frágil porque toda la coalición no depende de una estructura sino de un caudillo y, porque los aliados no son estables.
Pensemos un instante en la tradición del partido verde que, si abandonara la coalición lopezobradorista, el presidente no podría operar en condiciones normales la aprobación del presupuesto anual. Es un ejemplo del “todos” de la coalición gobernante y su estabilidad.
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