El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
No somos su tropa, general
Cuentan que antes de que surgiera el altercado final que llevó a Álvaro Obregón a desatar una cacería en contra de su aliad, Venustiano Carranza, este avizoró que los militares deberían en algún momento regresar a los cuarteles para que el país se pacificara y que México tuviera un gobierno de civiles, porque así le convenía a él.
Carranza, como jefe del Ejército Constitucionalista, temía más levantamientos en 1920 y Obregón le vendió la idea de que ningún general resistiría un “cañonazo” de 50 mil pesos para tranquilizarlos. Sin embargo, Carranza le encargó a su aliado, entonces secretario de Guerra y Marina, emitir un decreto que obligaba a todos los militares a renunciar a su cargo, si deseaban aspirar a un cargo de elección popular. Desde entonces se definió que las armas y la política eran incompatibles.
Obregón finalmente participó en la rebelión de Agua Prieta, aliado con Adolfo de la Huerta, que le puso precio a la cabeza de Venustiano Carranza y finalmente ordenó asesinarlo.
Más tarde, en 1925 el constructor de lo que fue el antecedente del PRI, Plutarco Elías Calles, instruyó a su ministro de Guerra, Joaquín Amaro, que modificara las áreas de influencia de los jefes de zonas militares, de tal suerte que estos fueron cambiados de región continuamente y con ello perdieron su calidad de caciques en determinadas zonas de la República.
Calles había dado en el clavo y así ya no tenía amenazas de generales que pudieran aumentar sus controles geográficos y atentar contra su gobierno. Dicha estrategia fue replicada por Lázaro Cárdenas, como presidente de la República, quien fue más allá y mando al exilio a Calles por la sospecha que tenía sobre una posible asonada encabezada por el sonorense.
Con el general Manuel Ávila Camacho, empieza la transición del camino de los gobiernos militares a los civiles, que finalmente se consolidó con la llegada del abogado Miguel Alemán Velasco en 1946.
Durante décadas, el ejército mexicano ha mantenido su institucionalidad con la República para estar ajeno a las presiones políticas. Los militares fueron usados en ocasiones para reprimir a opositores de los gobiernos del PRI, pero no fue la norma.
No se olvida que el 2 de octubre de 1968, la soldadesca asesinó estudiantes en la Plaza de Tlatelolco por órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz, que se ufanó años más tarde, de que, si de algo podía sentirse “orgulloso”, fue de su actuación en ese año, porque le permitió “salvar” a la patria.
También se tiene en la memoria colectiva el asesinato del líder agrario Rubén Jaramillo, victimado cobardemente en Morelos, con su esposa embarazada e hijos, por militares vestidos de civil, en mayo de 1962, bajo la presidencia de Adolfo López Mateos.
Un contexto diferente son los casos en donde militares han estado inmiscuidos con la delincuencia organizada o han sido omisos en delitos cometidos por bandas criminales, como fue evidente en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, en donde los mandos de la región conocieron a tiempo real lo que sucedió durante la terrible noche de Iguala y no movieron un dedo.
Quienes tienen mayor edad, recuerdan que, en las décadas de los años 60, 70 y 80 del siglo pasado, la mayor parte de los países latinoamericanos eran gobernados por juntas militares que destrozaron las democracias. Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil, Guatemala, Honduras, Haití, Panamá, Perú y Bolivia, entre otros, tuvieron regímenes represivos que llegaron al poder por golpes de estado, en su mayor parte.
Con el tiempo, el regreso de esos países a la democracia, costó literalmente sangre de ciudadanos que lucharon porque sus naciones volvieran a tener gobiernos civiles,
Había pocas naciones, como México y Costa Rica, que se distinguían por contar con gobiernos civiles, en medio de regímenes encabezados por militares, acostumbrados a gobernar mediante la supresión de los derechos civiles.
En la época contemporánea, los militares en nuestro país han mantenido su institucionalidad, sin tomar partido la mayor parte del tiempo respecto a alguna fuerza política determinada, especialmente a partir de que se concretó la alternancia en el poder en el año 2000.
Como debe ser, los militares han mostrado lealtad con el presidente electo, porque ha surgido de un sistema electoral-democrático, ya sea que se trate del PRI, del PAN o de Morena.
Por ello, preocupa que el secretario de la Defensa Nacional se pronuncie abiertamente en contra de la oposición al partido oficial, cuando debe mantenerse al margen de filias y fobias partidistas, porque las armas de la nación no son para apoyar a ningún partido, sino para defender a los mexicanos, cuando su seguridad esté en riesgo.
Tiene lógica, entonces, el reciente señalamiento del senador del Grupo Plural, Germán Martínez, quien encaró al secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, y le subrayó que quienes han hecho señalamientos a las tareas de las fuerzas castrenses no merecen sus reproches.
En la conmemoración de la Batalla de Chapultepec, el 13 de septiembre, Sandoval criticó a quienes “con comentarios tendenciosos generados por sus intereses y ambiciones personales, antes que lo intereses nacionales, pretenden apartar a las fuerzas armadas de la confianza y respeto que deposita la ciudadanía en los mujeres y hombres que tienen la delicada tarea de servir al país”:
Martínez Cázares fue muy directo. Le dijo a Sandoval: “no se lo acepto, no soy su tropa, ni debemos pensar igual… El uniforme que usted porta no lo hace más, ni mejor mexicano… La dignidad no es un asunto de estrellas en el hombro y si acaso usted valiera más que otros mexicanos por sus insignias, entonces México estaría cerca de un autoritarismo militar…Portar armas no los eleva por encima del pueblo… El artículo 92 (constitucional) dice que a los militares les corresponde abstenerse inmiscuirse en asuntos políticos, ¿por qué se metió en asuntos políticos bajo el castillo de Chapultepec?”.
Duro, muy duro, el señalamiento del senador Germán Martínez hacia el general, a quien advirtió: “la milicia tiene límites y usted debe respetarlos, porque el fuero militar no le alcanzará a nivel internacional, si se viola nuestra constitución y los derechos humanos”.
Tomar partido en las disputas políticas, cuando se tiene el poder constitucional de las armas, en otros países acabó con las democracias, esperemos que ese no sea el futuro de México.