Abanico
La concentración de ayer en el Zócalo de la CDMX fue la manifestación más icónica de un sentimiento nacional en relación al temor que existe entre gran parte de la ciudadanía de que el gobierno de López Obrador intenta controlar las elecciones, sobre todo los comicios presidenciales y que elegirán un nuevo congreso en el 2024.
La concentración en el Zócalo, sin duda, fue exitosa desde el punto de vista de la capacidad de convocatoria que tuvo la sospecha popular de que el gobierno se quiere adueñar de las elecciones en el 2024.
Las arengas de los oradores que participaron en la concentración de ayer tuvieron un común denominador: poner un freno a las tentaciones autoritarias que el poder en turno deja manifiestas en muchos de sus actos, como es el famoso y ya denostado “Plan B” para disminuir económica y funcionalmente al INE.
Si hubo un triunfador claro ayer en todos los lugares de la república en que se manifestaron a favor del INE como garante de unos comicios limpios, con el hashtag #Mivotonosetoca, fue la ciudadanía que acudió a las plazas para defender el valor de la voluntad popular expresada en el voto ciudadano.
Pero hay que aclarar que el éxito de las concentraciones realizadas ayer en muchas ciudades del país, de ninguna manera significa un crecimiento automático de las oposiciones al actual régimen.
Menos aún presagia una competencia electoral muy cerrada en junio del 2024.
Los partidos de oposición siguen sin tener líderes que sean capaces de hacer un gran llamado nacional para lograr la alternancia como el que tuvo en su momento de mayor ascendencia en la conciencia nacional el Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, fue en los recordados comicios en los que “se cayó el sistema” para dar paso a un triunfo de Carlos Salinas de Gortari que nunca fue aceptado por miles de mexicanos.
La manifestación ciudadana de ayer me hizo recordar lo que el publicó Letras Libres acerca del pensamiento de Don Daniel Cosío Villegas acerca de la democracia, los contrapesos institucionales y la conversión infame de un régimen revolucionario a un “neoporfirismo:
“Como lo apuntara el propio Cosío en sus Memorias, la elaboración de su gran obra historiográfica, que inició ya cumplidos los cincuenta años —los diez grandes tomos de la Historia moderna de México (1955-1972) con que buscó captar y explicar la historia política, económica y social del régimen liberal que se inició con Juárez y concluyó con la caída de Díaz—, surgió no como un mero proyecto académico sino como un intento muy personal de dar respuesta a una pregunta «angustiada»: ¿cómo explicar que el régimen que sustituyó al porfirista, es decir, el revolucionario, que tanta sangre y destrucción costó, hubiera terminado por convertirse en poco tiempo en un neoporfirismo?1 El origen del fracaso de la Revolución debía encontrarse en su antítesis, en el Porfiriato. Y el fracaso del Porfiriato en algún punto de su brillante antecedente: la República Restaurada.
La angustia, disgusto y decepción de Cosío Villegas con la vida cívica del México de su tiempo surgió de constatar que a menos de tres lustros de haber concluido el gobierno del general Lázaro Cárdenas, el país estaba ya dominado por un «neoporfirismo». La reacción inicial de Cosío a esa afrenta se dio en el terreno del ensayo y la crítica moral, es decir, en su célebre «La crisis de México» (1947).
«La crisis» fue, a la vez, una descripción y una explicación del fracaso de la Revolución Mexicana para cumplir con sus promesas fundamentales de justicia social y democracia política. El escrito tuvo un impacto inmediato porque fue una condena implacable de la clase política revolucionaria en su conjunto, por no haber sabido o querido estar a la altura de las circunstancias que le exigió la historia y haber sucumbido a la corrupción en gran escala propiciada por una estructura política basada en la irresponsabilidad y la impunidad de una presidencia sin contrapesos.”
Un país que no recuerda su historia, es un país condenado a repetirla en perjuicio de su evolución.