El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
Una ominosa convergencia en las dos tragedias marítimas de los últimos días nos estremece: la crueldad del silencio y el perturbador grito de los silentes. Tanto el naufragio de la embarcación que llevaba más de 700 migrantes a través del Mediterráneo como la súbita implosión del sumergible de entretenimiento Titán que cobró la vida de sus tripulantes han motivado a millares de reflexiones que se cuestionan desde los vanos excesos de los privilegios o la abyecta precariedad de los migrantes hasta la normalización de la muerte de los miserables y la espectacularización de las desdicha de los millonarios.
La tragedia migratoria ha sido una noticia espantosa y recurrente en las últimas décadas. Voces y vidas de incontables migrantes se pierden en el mar o en el desierto; hombres, mujeres o niños son secuestrados, vendidos, asesinados o abatidos por los más aciagos factores. Millones de seres humanos se ven forzados a abandonar sus tierras, su patria y sus hogares en búsqueda de una ardua supervivencia en países o regiones con aparentemente mejores condiciones de vida; en realidad, la migración hacia los centroides de poder y privilegio (en donde se asientan las cúpulas de los excesos) es un fenómeno hiper-complejo de percutores económicos, culturales, sociales, religiosos y hasta ecológicos. Y, por desgracia, en la actualidad es instrumentalizado por un crudo pragmatismo político; equiparando,no al fenómeno sino a las personas con los temores y miedos de las comunidades ‘nativas’.
Así, no sólo por la recurrencia, sino por la condición invisible e indiferenciada de las víctimas de la migración, estas historias y tragedias son quizá –junto a la pobreza– las realidades más silenciadas de la actualidad. Lo peor, es que dicho silencio no concluye con el periplo, muchas veces los inmigrantes son forzados a un silencio mayor: el de su identidad, su cultura, sus valores, sus principios, su idioma, sus sueños y su libertad, para poder amoldarse no a otra cultura sino a otro sistema de valor y valores.
Por su parte, la tragedia en el minisubmarino Titán, dedicado a entretener a curiosos acaudalados, revela ese sigiloso ascenso de una élite super privilegiada al tedio y al aburrimiento ontológico. La incesante búsqueda de experiencias exóticas al alcance de sus hinchados bolsillos se torna en fugaces y fatuos ‘instantes de consumo’; que no explican, para mayor desgracia, el tremendo silencio al que se ven más tarde sometidos.
Al principio todo es maravilloso: una foto, un video o un par de líneas en una red social que validan socialmente su hazaña; pero después viene un largo silencio en la proeza se torna en anécdota, en vacía experiencia. Eso sí, salvo si ocurre otra tragedia, el tedioso buscará meterse en la historia como aquel sujeto que, al ver la noticia de un tipo que murió asfixiado por una espina de pescado, exclama: “Yo también he comprado pescado en el mismo puesto”.
Así, ha resultado inquietante que aquella ‘ansia adrenalínica de consumo’ haya literalmente implosionado en silencio, sin rastro ni rostro; mientras que ni el rastro ni los rostros de los migrantes logran hacer estallar ni trepidar siquiera una silente indignación.
Y, entre estos horrores, otro terrible paralelismo nos conmueve: si el desesperado grito de vida, justicia y acogida de los migrantes es silenciado por un océano de indiferencia y pragmatismos políticos; el angustiante grito de los tripulantes del Titán fue naturalmente silenciado bajo el peso de su aparente invulnerabilidad; es decir, todos los acumulados privilegios sepultaron el clamor más primigenio, el más básico y natural: su deseo de vivir.
En el más famoso de sus poemas, Percy Shelley describe el encuentro de un viajero con las ruinas de la otrora efigie magnífica de Ramsés II El Grande; los versos tienen una aura de misterio y ambigüedad sobre el poder, la gloria, el tiempo y la decadencia, obligan a pensar en un instante de devastación que, desde el silencio, aún nos estremece: “La ruina es de un naufragio colosal. / A su lado, infinita y legendaria / sólo queda la arena solitaria”, concluye el poema.
Los dos naufragios serán las ruinas de nuestra época, hablarán de nosotros, de lo que hicimos y lo que dejamos de hacer; sus ruinas dirán quiénes fuimos y, sobre la arena solitaria del futuro, habrán de cuestionarnos por qué elegimos tan singulares privilegios y por qué abandonamos a nuestros más inmediatos semejantes. Y sí, tales ruinas hablarán de eso que ahora queremos callar.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe