Corrupción: un país de cínicos
Por segunda ocasión en el mes, el episcopado mexicano ha puesto altura de miras al desaguisado de los libros de texto gratuitos desarrollados por el gobierno federal para el próximo ciclo escolar. Más allá de enfrascarse en discusiones bizantinas, los obispos católicos hablan de una realidad más amplia: la educación es un proceso complejo que no se reduce a algunas páginas impresas, es una dinámica socio-cultural en la cual todos los actores sociales participan y para la cual se requieren esfuerzos de conciliación más que polemizaciones discursivas.
En el fondo, los pastores de la grey católica no están felices con los contenidos de los libros de texto; aunque esto no es nuevo. Prácticamente en cada sexenio del último siglo han expresado de una u otra manera su preocupación respecto a la forma en cómo la pedagogía fomentada por el Estado considera la dimensión de la persona, su dignidad humana y la gradualidad necesaria en la educación sexual para menores de edad.
Y hay que insistir, este malestar es incluso histórico pues desde la fundamentación educativa del constitucionalismo social posrevolucionario y la instauración del modelo cardenista de educación popular, la Iglesia mexicana ha expresado su disgusto porque el sistema educativo estatal privilegie los intereses de unidad política de la nación a través de un modelo educativo que disocia artificialmente a los educandos entre su identidad práctica e intelectual (pública y socialmente aceptable) de su identidad espiritual y religiosa (a la que se exhorta sea privada y reservada a la silente intimidad).
Y, desde hace un siglo, los obispos no han quitado el dedo del renglón de esa convicción pero no por ello han optado por un camino de confrontación o conflicto; no es ese el papel de la Iglesia. Los pastores han reiterado que su responsabilidad es iluminar, acompañar y confiar en todos los agentes sociales que participan (o deben participar) de la educación: comenzando por los propios estudiantes, los padres de familia, el magisterio, las autoridades educativas y el resto de las instituciones intermedias de la sociedad que incluyen a profesionistas, medios de comunicación, empresariado, asociaciones religiosas y a la diversidad de organizaciones de la sociedad civil.
De este modo, los líderes católicos no dejan de señalar las fallas y carencias del sistema educativo federal pero desacreditan toda actitud fatalista que propicie el encono o la agresividad infértil en la sociedad mexicana. Así, por ejemplo, a la actual administración federal se le acusa de haber desaprovechado una valiosa oportunidad para responder creativamente al rezago educativo; que el proceso de elaboración de sus libros de texto ha sido anómalo; que es evidente la improvisación y confusión en muchos de sus contenidos; y que prevalece una visión biologicista y mecanicista del ser humano en los contenidos de la educación sexual.
Aunque, eso sí, exhorta a la sociedad civil a no celebrar ni emular actos como los vistos en una comunidad indígena que decidió quemar los libros de texto: «De ninguna manera podemos compartir los criterios de destrucción de los materiales educativos, sino de corrección y mejoramiento», expresaron en su más reciente comunicado.
En el fondo, con esta actitud, los obispos expresan su confianza tanto en los padres de familia como en los maestros que sabrán enfrentarse –como cada año– a un sinfín de desafíos y necesidades en las aulas; y que en este particular ciclo escolar tendrán el reto añadido de discernir y acompañar a los estudiantes en un nuevo y complejo modelo educativo, y con libros cuyos contenidos –se ha visto– tienen graves carencias programáticas, amén de las pifias y los errores.
Bien se dice que toda mística implica una visión crítica del estatus vigente; y todo parece indicar que la exhortación de los pastores convoca a despolitizar el affaire de los libros de texto. En este tipo de actitud episcopal se alcanza a notar la inspiración y concordancia con el espíritu del papa Francisco y con su magisterio respecto a los cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social: la unidad prevalece ante el conflicto, el tiempo es superior al espacio, la realidad es más importante que las ideas y el todo es superior a la parte. Así, los obispos miran con profundidad las fallas que existen en “el todo» pero también las oportunidades que ofrece en los desafíos educativos y culturales actuales.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe