Obispos de México: Un nuevo horizonte/Felipe de J. Monroy*
México se está convirtiendo en el país donde todo desaparece, desde la gente, las comunidades, las oportunidades de desarrollo, el campo y quienes más brillan por su ausencia son las autoridades, y esta situación nos tiene al borde de una crisis humanitaria.
Ayer por la mañana marcharon en diversas partes del territorio nacional, colectivos y familiares de desaparecidos, todos con la firme intención de hacerse visibles para un gobierno que no brinda las garantías de seguridad para evitar este fenómeno, pero tampoco ayuda a la búsqueda. Esto en el marco del Día internacional de las personas desaparecidas.
Recientemente hemos visto a gobiernos que su manera de ayudar es brindar palas para que sean los familiares quienes escarben las tierras; otros creen que con apoyar con gasolina están aportando a combatir este mal, pero lo único que hacen es dar algunas dádivas para que otros hagan su trabajo.
Lo que es de admirarse, como casi con todo lo que ocurre en el país, es la capacidad de organización de la gente, de las víctimas, de aquellos que padecen esta situación, todos ellos a pesar de su situación, tienen la determinación de llevar a cabo búsquedas, las cuales no son situaciones para nada amigables.
Tuvimos el honor de acompañar hace algunos años, a madres buscadoras en sus jornadas de búsqueda. Ellas se habían encargado de todo, desde buscar la información que les diera indicios de dónde podrían haber fosas clandestinas, preparar sus transportes, pedir alguna seguridad, que no siempre se daba, y llegando a los terrenos se instalaba toda una maquinaria que les ayudara a su misión.
Escarbaban tierra que juntan en cubetas, y las estribaban en filtros hechas por ellas, cualquier pedazo blanco, por mínimo que fuera, podría ser un pedazo de hueso, un diente, algún pedazo de tela podría ser la vestimenta de algún desaparecido, y si la familia recordaba que era de él, se acercarían a la verdad.
Fuimos a lugares que eran prácticamente campos de concentración, aún los árboles tenían sogas, había fosas individuales y colectivas, así como tambos de sustancias corrosivas. Estos lugares abandonados, eran el campo de trabajo de las madres buscadoras y ahí se les va la vida.
Muchas no han encontrado a sus hijos, pero encuentran a los de muchas otras. Algunas sí las encuentran, pero al enlazar sus corazones con otras madres, siguen ayudando a las búsquedas. Es sin duda una fraternidad que nace del dolor pero que la mueve el amor.
El gobierno tiene una gran deuda con estas valientes personas, mínimo deben poner una nueva comisionada que no le de miedo ni le tiemble el orgullo para caminar junto con ellas; necesita el presidente López Obrador dejar de golpear su trabajo, debe disculparse por referirse como “politiquería” a su noble labor, y como mexicanos, debemos ser más solidarios, mínimo juntar todas nuestras voces para hacer tanto ruido que el gobierno no tenga otra opción que despertar.