Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
El inmenso José Emilio Pacheco escribió el 16 de marzo de 1981 una inquietante sátira sobre la política mexicana en la que, a partir de una supuesta predicción del futuro hecha por una moderna supercomputadora, se describe cómo sería México si el famoso actor Rafael Baledón fuera nombrado candidato y electo presidente en el proceso electoral de 1982. El texto es tan hilarante como aterrador; la frivolidad del divo, actor y productor –junto a la rapacidad de la farándula– no sólo conduce al país a una tragedia apocalíptica sino que, al converger su mandato con el del actor norteamericano Ronald Reagan, se pone en manos de trasnochados imperialistas y capitanes del showbiz el destino de la región.
A pesar de la fantasía, el texto de Pacheco no carecía de seriedad. En el fondo, se preguntaba qué sucedería si las fuerzas políticas mexicanas alinearan sus intereses para colocar a un exótico galán improvisado, con tal de seguir el juego a la política norteamericana que ya había elegido a un actor cuya campaña política en 1980 e inauguración presidencial de 1981 se reducían al eslógan: “Let’s make America great again!”
Pacheco dio en el clavo, el actor Baledón no llegaría a la presidencia de México por sus propias capacidades sino por el apoyo de los poderes fácticos del sistema político mexicano, del visto bueno del gobierno de los Estados Unidos y del malinchismo cultural. Al artista-candidato, aplaudido por la gente-bien y la embajada gringa, se le apoya a través de la TV y los medios de comunicación de la siguiente manera: “Demostrará en foros internacionales que también los mexicanos somos gente decente. Qué bueno que al fin tengamos un presidente alto, blanco, guapo, de ojos azules, alimentado con trigo y carne, no con la siniestra tortilla y los funestos nopalitos; por completo distinto a esos tristes antropoides que infestan nuestra otrora hermosa ciudad…”.
En esa ficción, Baledón sólo tenía que hacer una cosa: cumplir ortodoxamente con su gremio, consentir a su “voto duro”, no salirse del guión y no andar de creativo. El día de la elección –como imagina Pacheco– el actor se enfrentó contra Acción Nacional y los partidos de izquierda mexicana, y ganó.
Fuera de la parodia –pero no de la tragicomedia– hay que decir que, desde entonces, ha habido una serie de personajes faranduleros que han terminado en las máximas representaciones políticas de las más variadas naciones con gestiones más o menos caóticas. Todos han llegado al poder en tiempos complejos para sus compatriotas pero especialmente a través de campañas audaces aunque congruentes. Siendo comediantes, actores o artistas utilizaron medios más atrevidos para llegar a sus votantes pero nunca siendo incoherentes con su núcleo duro. Es decir, un empresario de la farándula llegó al poder camelando a los empresarios de la farándula; el comediante ultranacionalista no se despegó de su mensaje ultranacionalista; y el candidato-producto de marketing invirtió todo su capital político justo en los mecanismos de mercadeo.
Parece una verdad de Perogrullo, pero la historia nos recuerda que ha habido ciertos despistados que no han comprendido que, en política, no se debe traicionar ni a las bases ni a los simpatizantes. Es algo que el equipo del aspirante a candidato independiente, Eduardo Verástegui, debió haberle comentado antes de tuitear su práctica de tiro con armas exclusivas del ejército junto a un mensaje que no puede interpretarse de otra manera sino como apología de la violencia y una amenaza de muerte contra ciertos gremios humanos.
En primer lugar, porque una auténtica defensa de la dignidad de la vida humana en todas (todas, todas) las condiciones en las que se encuentre, no puede empuñar ningún arma ni juzgar como menos valiosas las vidas de quienes no piensan igual; porque los devocionales que ruegan por la paz son antitéticos al deseo de la muerte de otro; y porque la adhesión a una fe y una creencia requieren un mínimo compromiso con las búsquedas comunes de los correligionarios. Es decir, ¿es posible, siendo católico, insinuar el asesinato a “terroristas del cambio climático” cuando el pontífice máximo acaba de condenar la burla, ridiculización y opiniones despectivas irracionales contra quienes se preocupan por esta crisis global medioambiental? Creo que ningún jerarca –con un mínimo de conciencia– podría sentirse cómodo de bendecir una aspiración política con estas credenciales.
En el fondo, el problema no es que durante una campaña política se hagan ostentaciones fatuas o se digan discursos estrafalarios; la pifia es darse un balazo en único pie sólido de los simpatizantes o potenciales votantes.
Al final, Reagan sabía que, incluso para un actor, la política “no es una mala profesión [pues] si triunfas vienen muchas recompensas; pero si caes en desgracia, siempre puedes escribir un libro”. No sería la primera vez, que en la historia mexicana, un candidato con su trolero relato heroico bajo el brazo, se ve forzado a despedirse de la contienda mientras va echando bala.
La fábula de J.E. Pacheco sobre la fantasiosa presidencia de Rafael Baledón concluye relatando un caos absoluto y la subsecuente huída del actor-político: “Más de quince millones de pobres abandonan el cinturón de la miseria y avanzan en rebeldía sobre la ciudad de los privilegios. Las tropas del Indio Fernández se niegan a disparar contra el pueblo. El presidente y su familia escapan de Televisa en helicóptero, toman un jet en la base de Santa Lucía y se refugian en Hollywood…”. Le faltó decir que una vez allá, escribiría el guión para su película autobiográfica. Sería un hitazo.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe