El presupuesto es un laberinto
La historia detrás de la fotografía de Salvador Novo en 1965, en palabras del Maestro Pedro Bayona, el último sobreviviente
Una antigua fotografía en blanco y negro ha resurgido en la era digital, cautivando a audiencias en Facebook y otras plataformas con su evocadora imagen de un distante, aunque tangible, pasado literario. La foto, que presenta a diecinueve destacadas figuras literarias en una meticulosa disposición, se complementa con un texto del eminente escritor Salvador Novo, tomado de su obra «La vida en México en el periodo presidencial de Gustavo Díaz Ordaz», editado por Conaculta. En este contexto, emerge el testimonio de Pedro Bayona, el único sobreviviente entre los retratados, ofreciendo una perspectiva única y directa sobre aquel momento inmortalizado en 1965
La foto de los 19 en Coyoacán, retrato de una generación y testimonio de la literatura mexicana del siglo XX
La noche del jueves 16 de diciembre de 1965, los pensamientos de Pedro Bayona, joven escritor, periodista, fotógrafo e ilustrador de 27 años, se entrelazaban con el tecleo constante de su máquina de escribir. Había comenzado a redactar un texto en reflexión de una comida a la que horas antes había asistido, la cual se había celebrado en el selecto restaurante La capilla de Salvador Novo, su propietario, ubicado en la calle Madrid 13, esquina Centenario en Coyoacán, Ciudad de México.
A finales de la década de 1940, Novo se había convertido en propietario de un lote de mil metros cuadrados en las periferias de Coyoacán, todavía al margen del desarrollo urbano de la ciudad, que contenía los restos de una hacienda, dentro de la cual se encontraba una pequeña capilla, en estado de abandono y desgaste. Este espacio fue meticulosamente transformado por el reconocido cronista, poeta, escritor y dramaturgo —quien contó con el apoyo del arquitecto Alejandro Prieto—, en un vibrante foro teatral que mantuvo su nombre original.
Desde sus inicios, La Capilla se convirtió en escenario de destacadas producciones y punto de reunión para luminarias del arte y la cultura como María Félix y Dolores del Río, albergando obras de afamados autores internacionales como Eugène Ionesco y Samuel Beckett. La visión de Novo no solo revitalizó un espacio en desuso, sino que también forjó un legado de innovación y vanguardia, marcando significativamente el desarrollo del teatro contemporáneo en México.
Sin embargo, tras la muerte del escritor en 1974, el lugar enfrentó un periodo de abandono y olvido hasta que, en los años 80, Jesusa Rodríguez, decidió recuperarlo y una década después este espacio cobijó el bar El Hábito. En la actualidad, bajo la dirección de Boris Schoemann, La Capilla ha consolidado su estatus como uno de los foros teatrales independientes más prestigiosos de México.
Fue en ese mismo espacio donde la legendaria imagen —captada por la cámara de anónimo fotógrafo en 1965—, inmortalizó a esas 19 figuras representativas de varias generaciones de escritores del país, de la que hoy sólo una de ellas puede dar testimonio fidedigno del histórico momento, reseñado casi proféticamente por Salvador Novo.
—Mi propósito era sencillo —dice el Maestro Pedro Bayona, de 87 años, hipnoterapeuta distinguido, galardonado internacionalmente por su destacada obra editorial y artística, que se ha expuesto en acreditadas galerías de México, Estados Unidos y Europa—. Deseaba capturar la esencia de una reunión literaria significativa y compartirla a través del suplemento cultural del periódico Ovaciones, dirigido entonces por Emmanuel Carballo y Alfredo Leal Cortés.
“Sin embargo, tras la publicación de una crónica por Salvador Novo, en enero del año siguiente, mi texto no llegó a ver la luz pública. Considerado tal vez demasiado personal y ligeramente revelador para los estándares editoriales, quedó confinado al olvido entre otras páginas archivadas. Fue una decisión editorial que respeté, aunque en esas líneas residía una sinceridad y una cercanía con el evento que personalmente valoraba” —explica y agrega:
“Mi invitación a dicho evento fue cortesía de Don Rafael Giménez Siles. En aquel entonces, mi colaboración no se limitaba a la escritura; extendía sus dominios al diseño y la composición en la editorial que él lideraba con distinción. Aquellos momentos, aunque no compartidos en su tiempo debido a su naturaleza íntima, resurgen ahora, despojados de la sombra del tiempo, para ocupar el lugar que les corresponde en la crónica cultural de nuestro país”.
Hace hincapié que su relato “rescatado de la penumbra del pasado, busca ser fiel al espíritu de aquella comida de diciembre. La intención es la de un espejo que refleja sin distorsión alguna, ofreciendo una mirada retrospectiva a un encuentro que, sin duda, marcó un capítulo en la historia literaria mexicana. Esta narrativa la hago con el debido respeto a los protagonistas y a los hechos como ocurrieron, esperando cumplir con la sobriedad y el profesionalismo que la memoria de aquel día merece” —aclara el intelectual jalisciense radicado en México desde los años 60, cuya integridad y modestia impresionan cuando le escucho decir que “mi único mérito es ser lo suficientemente persistente para permanecer vivo”.
La imagen, no cabe duda, ha adquirido una nueva relevancia. El retrato grupal de esas figuras en un ambiente al aire libre del jardín —rodeados del follaje y la vegetación que proporcionaba un fondo natural a la escena—, pese a los rostros sonrientes y al aparente desenfado, transmitía una atmósfera de respeto; indicaba que este evento tenía una importancia significativa para los asistentes.
Reseñó Novo que la reunión había sido promovida por el editor Rafael Giménez Siles, para reconocer el alcance de la obra Diecinueve protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX, escrita por Emmanuel Carballo. La presentó como una recopilación de diálogos entre los pilares de la literatura mexicana, entre 1958 y 1965, con entrevistas que abarcaban desde figuras del Ateneo de la Juventud, hasta escritores contemporáneos. Escribió:
“Tuvo Carballo la fortuna de encontrar todavía vivos a escritores del Ateneo de la Juventud como José Vasconcelos, Genaro Fernández MacGregor, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes y Julio Torri. Clasificó como «colonialistas» a dos, Artemio de Valle-Arizpe y Julio Jiménez Rueda; habló con cinco Contemporáneos: Octavio G. Barreda, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet y Salvador Novo; luego abordó a los narradores de la Revolución y posrevolucionarios: Rafael F. Muñoz, Agustín Yáñez, Nellie Campobello y Ramón Rubín y, por último, a tres escritores jóvenes: Juan José Arreola, Rosario Castellanos y Carlos Fuentes.
“El editor del libro, Rafael Giménez Siles, hizo bien en reunir a los supervivientes antes que sigamos al más allá a nuestros compañeros de paginación. Según las cuentas, ya fallecidos seis, quedamos trece agonizantes de los diecinueve. Y aun cuando todos fuimos invitados a comer por el editor, lamentamos la ausencia de cinco de estos trece: Julio Torri; que anda ya muy mal de la vista y prefiere no salir mucho. Apenas va de vez en cuando a las sesiones de la Academia, por este Coyoacán no se atreve; Agustín Yáñez, a quien su importante condición de secretario de Educación Pública debe haberle vedado, o sus múltiples ocupaciones impedido, a acompañarnos; Ramón Rubín, a quien no conozco personalmente, ignoro por qué; Juan José Arreola porque es proverbial su alergia a las reuniones; y Carlos Fuentes por la buena razón de que se encuentra en Europa” —dijo.
La conmemoración gastronómica se tornó en un espacio de remembranza y reconocimiento.
Indicó visionariamente el cronista:
“La fotografía que ilustra esta carta merece conservarse. Seguramente será histórica y con el tiempo muy valiosa para conocer el momento de la literatura mexicana en que se reunieron a comer y se retrataron juntos representantes de varias generaciones de escritores: nacidos en el siglo pasado, pero ejercitados vigorosamente en el nuestro, nacidos a principios de la centuria presente, y descaradamente jóvenes y nuevos que en la fotografía aparecen en unas cuclillas que los oleaginosos los de atrás no podrían sin craqueo de sus articulaciones efectuar.
“Porque estoy convencido del valor documental de esta foto, me empeño en nombrar y describir a los personajes que en ella aparecen; pues luego ocurre que uno arrumbe una foto ocasionalmente tomada en algún banquete, comida o reunión; la olvide y pasados los años le cueste trabajo reconocer o recordar el nombre de muchos de los que en ella aparecen.
“Cruzado de brazos y en pie —de izquierda a derecha, arriba—, está Gastón García Cantú, autor de un gordo libro que recopila el pensamiento de la reacción mexicana de 1810 a 1962. Tiene ya en prensa otro volumen con la contraparte, o sea el pensamiento revolucionario de México en esos mismos años. Ya ve usted que no está tan cruzado de brazos como aparece en la fotografía.
“Enseguida vemos a José Gorostiza, altísimo poeta y cómo, a pesar de la debilidad de su aspecto, con la mano en el bolsillo, presidente de la Comisión de Energía Nuclear. Parece darle el brazo el personaje que de saco cruzado hace un gesto burlón con la papada retraída. Es el novelista de la Revolución, Rafael F. Muñoz, autor de Vámonos con Pancho Villa y sucesivo e igualmente eficaz jefe de prensa y de relaciones públicas con el ministro Torres Bodet y con el ministro Agustín Yáñez.
“Les siguen, sin pelo uno y el otro con pelo, dos Rafaeles más, padre e hijo, (Giménez) Siles y (Giménez) Navarro, editores del libro de que hablo. Y asoma sonriente su simpática cabeza con anteojos Alí Chumacero, el poeta. No fue mi intención al posar para esta foto aparecer como un ventrílocuo que maneja un par de muñecas; pero temo que ésa es la impresión que se recibe al ver mi corpulencia flanqueada por las dos únicas damas de la reunión, ambas protagonistas del libro: a mi derecha, la guapa y talentosísima Rosario Castellanos, y a mi izquierda Nellie Campobello a quien la cámara sorprendió en el instante en que su rostro expresa el asombro que le causa mirar la superficie craneana del altísimo poeta y museógrafo Carlos Pellicer, que es el personaje siguiente en la foto. Carlos había aterrizado la víspera desde su Tabasco natal, y nos dio mucho gusto tenerlo en la comida.
“Durante su brillante desempeño de la Secretaría de Educación, Jaime Torres Bodet fue tan retratado que es difícil que no se le conozca en la persona que lleva anteojos oscuros y luce la coquetería de sus canas. Finalmente, Martín Luis Guzmán remata en el grupo, con los anteojos en las manos, la que podemos sin jactancia llamar la línea de la literatura mayor.
“Los que están en cuclillas, también de izquierda a derecha, son los siguientes: Henrique González Casanova, hijo de nuestro inolvidable Pablo; Emmanuel Carballo, autor de todo el mitote, que luce una satisfecha y maliciosa sonrisa; Pedro Bayona, muchacho singular, que se ha dado el gusto de trabajar el tiempo necesario para reunir dinero suficiente y dedicarse a lo que le gusta, que es fotografiar la ciudad de México; Ernesto de la Torre, director de la Biblioteca Nacional; y por último tres jóvenes demonios de la más nueva ola: el terrible Carlos Monsiváis (tú que estás la barba en la mano, meditabundo...), Miguel Capistrán, un muchacho muy talentoso que empieza a escribir o a ver publicadas sus investigaciones literarias; y un poco desprendido del grupo, el estupendo muchacho, gran poeta y trabajador infatigable que es José Emilio Pacheco”.
El Maestro Pedro Bayona —connotado escritor originario de jalisco y autor de auténticos bestsellers de la literatura infantil La legión de la tarántula, El cocodrilo de Matilde y Misterio en el parque, además de una decena de textos que abarcan las ciencias y humanidades—, en su relato original fechado el 10 de enero de 1966, que hoy ha tenido la gentileza de proporcionarme, señala que “Don Rafael Giménez Siles, visionario fundador y director de la editorial, concibió este evento histórico como un puente entre tres generaciones de insignes escritores. Él mismo determinó la disposición de los comensales, a fin de fomentar una mayor convivencia generacional. La distribución de las mesas fue en forma de cruz que, en mi percepción, señalaba los cuatro puntos cardinales.
“En la mesa principal, orientada hacia el norte, se situaron Don Rafael Giménez Siles, Don Salvador Novo, Emmanuel Carballo, Rosario Castellanos y Henrique González Casanova. En la mesa occidental se congregaron Nellie Campobello, Rafael F. Muñoz, Rafael Giménez Jr., y José Emilio Pacheco. En la del sur, Carlos Pellicer, Martín Luis Guzmán, Gastón García Cantú, Alí Chumacero y Carlos Monsiváis. En la mesa de oriente, tuve el honor de ubicarme entre Don José Gorostiza y Ernesto de la Torre y Villar, acompañados por Don Jaime Torres Bodet y Miguel Capistrán.
“Luego vinieron los discursos, que iniciaron con Henrique González Casanova, quien, en tono alegre hizo la presentación de la comida durante la cual supuse y luego confirmé que de él había partido la idea del memorable encuentro, la cual fue respaldada por Don Rafael Giménez Siles y Don Salvador Novo.
“Carlos Pellicer, con voz resonante, evocó la memoria de José Vasconcelos. A continuación Don Jaime Torres Bodet propuso rendir un homenaje floral anónimo a los colegas fallecidos, iniciativa acogida con entusiasmo por todos los presentes. Don Salvador Novo, por su parte, sugirió enviar un telegrama al expresidente Adolfo López Mateos, gran amigo de los maestros y de Don Rafael Rafael Giménez Siles, propuesta que fue refrendada con un gran aplauso de la concurrencia.
“El menú consistió en una exquisita ensalada de cangrejo, seguida por una crema de cilantro y un filete tournedó de ternera en salsa agridulce, culminando con una tarta de manzana. El café puso el broche final a la comida.
“La conversación en mi mesa fluyó por turnos. Don José Gorostiza y yo, hablamos de variados temas: desde vinos hasta ciudades europeas. Luego, Don José hacía una pausa para pasar a tratar temas literarios con Miguel Capistrán, que lo tenía a su izquierda. Por mi parte, aprovechaba la ocasión para informarme de muchos lugares casi desconocidos del centro de la ciudad con Ernesto de la Torre y Villar quien tras hablar un rato conmigo, dialogaba sobre cultura con Don Jaime Torres Bodet que se quejaba del descenso del interés por los temas culturales que se estaba dando en el país e instaba a Miguel Capistrán a que realizara una labor de difusión entre los jóvenes.
“A la hora del café y la sobremesa las conversaciones entre las mesas se hicieron más frecuentes. Don Salvador Novo contó que estaba aprendiendo náhuatl con el padre Garibay y que ya había traducido su nombre, porque Novo significa nuevo, así que en náhuatl significaba el salvador nuevo, lo que suscitó un torrente de comentarios de muchos de los presentes. La charla de sobremesa se estaba animando cuando fuimos convocados a pasar al jardín para la foto grupal. Los grandes maestros posaron de pie y los jóvenes quedamos en cuclillas, en compañía de Henrique González Casanova, Emmanuel Carballo y Ernesto de la Torre y Villar.
“La reunión continuó un rato tras la foto. Don Carlos Pellicer me preguntó si podía decirle cómo usar una cámara que llevaba, porque quería dedicarse a tomar fotografías. Según me dijo, fue Don Salvador Novo quien le informó que yo conocía del tema. La cámara era bastante simple de su manejo y en unos cuantos minutos le expliqué el funcionamiento.
“Cuando me di cuenta la mayoría de los asistentes habían partido. Me despedí de los que quedaban deseándoles una feliz navidad y año nuevo y dejé el lugar. Esta reunión me permitió formarme una idea de la concordancia de la personalidad de estos grandes maestros con su obra. Ya lo había visto con mis paisanos Juan José Arreola y Juan Rulfo pero ahora comento mis impresiones.
“Pude ver como la finura y brillantez propios de Don José Gorostiza se refleja con claridad en su poesía. La simpatía de Don Rafael F, Muñoz de alguna forma se siente en sus novelas de la revolución. La seriedad de Don Martín Luis Guzmán va de la mano con sus novelas y la poesía de Don Jaime Torres Bodet revela una sensibilidad que su comportamiento de exfuncionario y exembajador oculta. Por su parte la poesía de Nellie Campobello no concuerda con la persona que conocí en esa comida, aunque creo que es una conclusión apresurada de mi parte. En donde no hay duda de esta concordancia es con Don Carlos Pellicer y Don Salvador Novo.
“De la reunión me quedé con los gratísimos momentos de charla con Don José Gorostiza y con el deseo de haber podido conversar más ampliamente con Don Jaime Torres Bodet con quien apenas tuve tiempo de mencionarle mi gusto por su poesía y de recitarle unos de sus versos que guardo en mi memoria”.
Pedro Bayona —identificado en la foto por su juventud y postura relajada—, es el único que continúa vigente y es el último hilo que nos conecta con ese momento significativo. A 60 años de distancia de esa gráfica, él no solo sobrevive en la imagen sino también emerge como privilegiado cronista de lo que aconteció ese día, al convivir con ese grupo de notables escritores cuyas obras y existencias dejaron una huella significativa en la literatura mexicana.
Captada originalmente en blanco y negro, el artista Pedro Bayona aparece en cuclillas, de traje y habitual corbata de moño, en aquel convivio de los grandes del mundo editorial mexicano, reunidos a convocatoria de Salvador Novo. Hoy, él resta como el último bastión de una era cultural irreplicable y emerge no sólo como el único sobreviviente, sino como el singular cronista, portavoz de las vivencias y pensamientos de un capítulo dorado en la historia literaria del país, cuyo relato permite tejer un hilo entre el pasado y el presente.
Y por ello, me digo que soy un periodista con suerte, por haber tenido la oportunidad de contactarlo y, a través de su inteligente y prolijo relato, oír resonar las voces de sus maestros y colegas, quienes esa tarde de diciembre de 1965 posaron junto a él.