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El martes pasado, el emblemático restaurante del Centro Histórico de la Ciudad de México, hizo el anuncio del cierre de su histórica sede de Carmen 69, tras 107 años de ser un referente culinario y cultural. El hecho marca el fin de una era en la que el restaurante no solo alimentó a miles de comensales, sino que también sirvió como un punto de encuentro para figuras de la política, el arte y la cultura nacional e internacional. Sin embargo, este no es un adiós definitivo, ya que la familia Guillén, custodios de esta tradición, ha decidido trasladarlo a una nueva sede en la colonia San José Insurgentes, en el cual esperan continuar con su legado mientras se adaptan a los retos modernos. Con la mudanza, el antiguo edificio de Carmen 69 se convierte en un monumento nostálgico, donde —pese a los desatinos gubernamentales que toleran y fomentan con ello la delincuencia y el ambulantaje sin control—, los ecos de su glorioso pasado seguirán resonando.
Alberto Carbot
Este martes fuimos testigos de un cambio significativo en el corazón mismo de la Ciudad de México, El Taquito, uno de los restaurantes más emblemáticos de la capital del país —que ha quedado grabado en la memoria colectiva de la ciudad, no solo como un lugar de comida, sino como un símbolo histórico y cultural que caracteriza a la capital—, cierra sus puertas y con ello marca el fin de una era, al despedirse de la ubicación que fue su hogar durante 107 años, en la calle Carmen 69, en pleno Centro Histórico.
Durante más de un siglo, no solo ofreció comida, sino que se consolidó como un punto de encuentro donde se tejieron historias y se cerraron acuerdos. En ocasiones, este rincón culinario fue casi una extensión de Palacio Nacional e incluso algunos presidentes llegaron a despachar ahí, encontrando en sus mesas un ambiente propicio para la reflexión y la toma de decisiones importantes.
Jacobo Zabludovsky, una de las figuras más destacadas del periodismo en México, fue un visitante asiduo y ferviente promotor del lugar. Relató en más de una ocasión cómo El Taquito se transformó en el epicentro de la vida cultural y política del país, donde se discutían los temas más relevantes de cada época.
El Taquito; centro de un barrio que se transformó
Antes de que la ciudad se mudara quién sabe a dónde —escribió Zabludovsky—, El Taquito era el corazón de un barrio vibrante. Desde esa esquina en El Carmen 69, se conectaban Tepito, La Lagunilla, La Merced y los antiguos cines, teatros y universidades que alguna vez llenaron de vida el Centro Histórico. Con el tiempo, todo cambió. Los estudiantes, maestros y trabajadores que daban vida a la zona emigraron hacia el Pedregal y otras áreas de la ciudad. Se llevaron con ellos los cines, billares, librerías y cafés. Los tranvías desaparecieron y, con ellos, el bullicio cotidiano. El comercio mayorista se trasladó a la Central de Abastos, y las calles que antes acogían diversas actividades ahora están invadidas por vendedores ambulantes.
El terremoto de 1985 aceleró el declive. Las vecindades se desplomaron, y quienes quedaron decidieron marcharse. A su paso, el Centro se llenó de payasos callejeros, vendedores de peluches y puestos de comida rápida. Sin embargo, El Taquito se mantuvo firme, resistiendo el paso del tiempo, aunque su entorno se desmoronaba. Las recámaras de la familia Guillén se transformaron en un pequeño refugio que conserva las sombras de Marcos, Conchita y sus hijos: David, Enrique y Rafael.
Durante décadas, en sus salones se bebió tepache y se saborearon tacos mientras las paredes contaban las hazañas de toreros y leyendas de la cultura popular. Desde la sinfonola donde Agustín Lara inmortalizó su música hasta las viejas máquinas que hicieron famosas a Los Panchos, cada rincón de El Taquito tiene su propia historia. Hoy, aún se encuentra en Carmen 69, aunque la esencia de lo que fue ha cambiado. Los nietos de los fundadores abren cada mañana para dejar escapar los olores del mole y las tortillas recién hechas.
El taquito es un sitio único, no solo por su antigüedad, sino por haber mantenido su nombre, su lugar y su alma familiar. Aunque su permanencia en ese emblemático lugar se vio truncada por la realidad de un centro invadido y en declive, su espíritu pervive, ahora en un nuevo espacio, listo para continuar la tradición que comenzó hace más de un siglo —dijo Zabludovsky.
Sin embargo, en los últimos años, la realidad del Centro Histórico cambió drásticamente. El crecimiento desmedido del ambulantaje, la inseguridad y la dificultad para acceder al lugar han hecho insostenible la operación en su sede original. Por ello, Marcos y Rafael Guillén, herederos de esta tradición, han tomado la difícil decisión de trasladar el restaurante a un nuevo destino: Miguel Noreña 25, en la colonia San José Insurgentes. Ahí, buscarán preservar la esencia que ha convertido al restaurante en un ícono de la gastronomía mexicana, pero con un toque renovado para adaptarse a los nuevos tiempos.
Don Marcos Guillén y Conchita Rioja, los pioneros
Según narra Rafael Guillén en su libro El Taquito, una historia que contar, su abuelo, Don Marcos Guillén González, llegó a la Ciudad de México a finales del siglo XIX procedente de Guadalajara y se instaló junto a su esposa Doña Conchita, oriunda de Tlaltenco, y sus hijos en una vecindad en la calle Florida número 60, en el barrio de Tepito, donde forjaron relaciones duraderas. Hombre de gran personalidad y trato afable, Don Marcos pronto se ganó el respeto y la amistad de quienes lo rodeaban. Luego, con su esposa, quien tenía un talento excepcional para la cocina, comenzaron lo que sería su legado más duradero.
Doña Conchita destacaba por su habilidad en la preparación de tortillas suaves y salsas picosas, perfeccionadas con ingredientes frescos que ella misma seleccionaba en el mercado. Con esas habilidades culinarias y la visión de Don Marcos, en 1917 surgió un modesto puesto de tacos en las inmediaciones de la zona, siempre repleto de clientes atraídos por la calidad y limpieza que rápidamente consolidaron su reputación.
El negocio prosperó tanto que, en 1923, la familia alquiló una accesoria en la esquina de El Carmen y Bolivia, transformando el puesto en un restaurante que ofrecía pozole, tostadas y tortas. Así nació oficialmente El Taquito taurino cuyo nombre se relacionó por la afición de Don Marcos y su hijo David a la tauromaquia, y por los ilustres toreros que al finalizar sus faenas concurrían con su equipo y amigos a celebrar sus triunfos en el ruedo. Su ubicación fue testigo de la evolución del barrio y de la misma Ciudad de México. La calle, al lado poniente de la iglesia del mismo nombre, ha cambiado de sentido varias veces, pero siempre ha mantenido su carácter como parte del entramado urbano.
Con el paso de los años, la familia se fue involucrando cada vez más en el negocio. Los hijos jugaron un papel crucial en su desarrollo. La dedicación de David, Enrique y Rafael —los tres hijos de la pareja—, fue fundamental para convertir a El Taquito en uno de los restaurantes más prestigiosos de la Ciudad de México.
El relevo generacional llegó cuando Marcos y Rafael Guillén, nietos de los fundadores, asumieron las riendas del negocio. Ellos heredaron el conocimiento y la experiencia acumulados por sus padres y abuelos, así como el compromiso inquebrantable con la calidad y la autenticidad que siempre han distinguido a este célebre lugar que no solo ha sido testigo de la vida cotidiana de miles de comensales, sino que también ha servido como un punto de encuentro para grandes luminarias del toreo, el deporte, el cine, la radio, la televisión y la política mexicana.
Entre sus visitantes más inolvidables se cuentan Marilyn Monroe, María Félix, Adolfo López Mateos, los hermanos Soler, Mario Moreno «Cantinflas», Diego Rivera, Elsa Aguirre, Pedro Infante, Dolores del Río y Katy Jurado. Durante décadas, El Taquito no sólo fue un restaurante, sino un símbolo de la vida cultural y política del país, un espacio donde se tejieron historias y se sellaron acuerdos en medio de un ambiente único.
A lo largo de su historia, superó crisis económicas y cambios de gobierno, pero hoy ha sucumbido ante el creciente ambulantaje y la delincuencia que han invadido las calles del Centro Histórico. En los últimos tiempos, la situación se ha vuelto insostenible. La proliferación del comercio informal, nutrida por la llegada de inmigrantes indocumentados que se sumaron a los mexicanos para vender mercancía china, ha dificultado enormemente el acceso al restaurante, afectando gravemente sus ventas. Además, la inflación ha impactado de manera significativa los precios del menú. Los costos de energía, gas y salarios también han aumentado considerablemente, haciendo cada vez más complicada la operación diaria del restaurante en ese enclave ya centenario.
Marcos y Rafael Guillén, copropietarios de El Taquito, explicaron en una conferencia de prensa que la situación se volvió insostenible.
«El Centro Histórico ha sido invadido por vendedores que ocupan las calles, dificultando el acceso de nuestros clientes y afectando gravemente nuestras ventas», comentó Marcos. A estas dificultades se suma la cercanía con Palacio Nacional y las restricciones de tránsito en la zona, que han exacerbado el problema, transformando lo que solía ser una vibrante área comercial, en un entorno hostil para los negocios establecidos.
Ante esta realidad, la familia ha tomado la difícil decisión de cerrar las puertas de 𝘌𝘭 𝘛𝘢𝘲𝘶𝘪𝘵𝘰 en su sede original y trasladarse a un nuevo espacio en la colonia San José Insurgentes, en la alcaldía Benito Juárez. La nueva ubicación, en Miguel Noreña 25, promete conservar el sabor y la tradición que han hecho famoso al restaurante, mientras incorpora toques de modernidad para adaptarse a las expectativas de una nueva generación de comensales.
Un desfile de grandes personalidades
lo largo de sus 107 años en su sede original, ha sido testigo de la presencia de algunas de las figuras más destacadas de la cultura, la política, el arte y el empresariado, tanto a nivel nacional como internacional. Desde presidentes hasta reyes, pasando por artistas, músicos, cineastas y periodistas, este restaurante ha sido un lugar donde lo mejor de México y del mundo se ha reunido para disfrutar de la auténtica gastronomía mexicana.
Altos dignatarios y personalidades internacionales lo eligieron como su punto de encuentro con la cultura mexicana, buscando en cada bocado la esencia de un país que combina tradición e innovación.
El presidente John F. Kennedy, el Papa Juan Pablo II y el rey Carlos III de Inglaterra, entre muchas otras figuras, degustaron sus platillos, reconociendo en ellos el sabor inigualable que solo este restaurante podía ofrecer. El mismo presidente electo, Álvaro Obregón —quien perdió la vida el 17 de julio de 1928 en el restaurante «La Bombilla» de San Ángel—, exigió que algunos de los platillos que le sirvieron esa trágica jornada le fueran traídos expresamente desde El Taquito.
Además de su relevancia como punto de encuentro para figuras públicas, el lugar jugó un rol único como un espacio donde se cruzaban caminos y se gestaban conversaciones que influían en el destino del país. Más que un restaurante, se convirtió por años en una extensión de Palacio Nacional, donde los salones y mesas se transformaban en oficinas presidenciales alternas, en el cual se discutían y decidían asuntos cruciales para México.
La anécdota del presidente Emilio Portes Gil en El Taquito
El presidente Emilio Portes Gil —quien gobernó provisionalmente México desde el 30 de noviembre de 1928 al 5 de febrero de 1930, durante el periodo del Maximato—, fue un visitante frecuente. Su apego al restaurante tenía raíces profundas, pues los recuerdos de su paso por las calles de El Carmen, en lo que hoy es el Centro Histórico, lo llevaron a frecuentar el lugar, particularmente los miércoles, para saborear sus platillos.
La anécdota, que forma parte del libro El Taquito, una historia que contar, fue recopilada por Rafael Guillén durante una entrevista de su padre con la periodista Eunice Ladeguet.
La historia relata cómo, en su juventud, Portes Gil, entonces un estudiante alojado en la Casa del Estudiante, se vio en apuros cuando recibió visitas y no tenía nada que ofrecerles. Sin pensarlo dos veces, corrió al restaurante de Don Marcos Guillén para pedirle que le financiara la comida para sus invitados, comprometiéndose a pagar en cuanto tuviera los recursos.
El pacto se cumplió varios años después, cuando ya convertido en presidente, Portes Gil regresó a El Taquito para saldar aquella vieja deuda. Al llegar, saludó afectuosamente a «Marquitos», como llamaba respetuosamente al dueño, y le ofreció pagar su cuenta de antaño. Con humor y camaradería, Don Marcos le respondió:
—Señor presidente, olvide la cuenta. Lo que necesito ahora son los réditos.
Este intercambio no solo evidencia la cercanía y familiaridad entre Portes Gil y los dueños del lugar, sino que también refleja la naturaleza amigable y hospitalaria que caracterizó al restaurante desde sus inicios. Portes Gil, un egresado de la Escuela Libre de Derecho y figura clave del Maximato, muchas veces acudió sin previo aviso, para realizar reuniones de trabajo con sus más cercanos colaboradores, donde probablemente se discutían algunos de los temas más importantes de la nación. Estas visitas se hicieron constantes y dieron prestigio político a El Taquito.
El legado de Don Rafael Guillén
Con el paso del tiempo, el legado de los fundadores fue continuado por su hijo, Rafael Guillén, quien no solo mantuvo viva la herencia de sus padres, sino que lo elevó a un nivel de reconocimiento que trascendió fronteras. Bajo su liderazgo, se consolidó como un lugar de encuentro para personajes de todas las esferas sociales, desde los más humildes hasta los más poderosos. Su hospitalidad no distinguía entre reyes y ciudadanos comunes; todos eran recibidos con el mismo respeto y atención.
A pesar de los problemas de salud que enfrentó en sus últimos años, Don Rafael nunca perdió el ánimo ni la pasión por su trabajo. Incluso cuando el tiempo empezó a cobrarle factura, seguía presente en el restaurante, asegurándose de que cada detalle estuviera en su lugar, desde la calidad de los platillos hasta la atención a los clientes. Para él, El Taquito, era más que un negocio; era su vida, su legado, y una extensión de su hogar.
Punto de reunión de las figuras del poder
El Taquito, un emblema de la Ciudad de México, ha sido un lugar de encuentro para figuras clave en la historia política del país. Desde los días del presidente Miguel Alemán Valdés, quien impulsó la modernización de México, hasta Carlos Salinas de Gortari, el restaurante ha visto desfilar a los líderes que definieron el rumbo del país. Adolfo López Mateos, amigo cercano de la casa, lo frecuentaba para disfrutar de su comida, al igual que figuras como Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara. Incluso presidentes como Luis Echeverría, a pesar de su apretada agenda, se daban tiempo para degustar los platillos tradicionales y conectarse con la gente de manera que sólo El Taquito permitía.
José López Portillo, aficionado a la cocina mexicana, lo consideraba uno de sus lugares predilectos para disfrutar de banquetes, tanto en el restaurante como en eventos privados en Los Pinos. Incluso el enigmático Gustavo Díaz Ordaz hizo contadas visitas, siempre manteniendo su carácter reservado. La tradición continuó con presidentes como Miguel de la Madrid, cuya relación con el restaurante fue afectada por la crisis social tras el terremoto de 1985, y Ernesto Zedillo, cuya visita en 1997, organizada por Jacobo Zabludovsky, fue todo un acontecimiento mediático que incluyó la clásica entrada con antojitos mexicanos y un tequila infaltable, pese a la leyenda urbana de “sírvanme la cerveza en un vaso y no me pongan cerca la botella, para que parezca que me tomo un sidral”.
Vicente Fox, fiel a su estilo dicharachero y cercano, visitó 𝘌𝘭 𝘛𝘢𝘲𝘶𝘪𝘵𝘰 de Holbein antes de asumir la presidencia. Rodeado de su séquito y con la informalidad que lo caracterizaba, disfrutó de los antojitos mexicanos mientras compartía con una asociación altruista. Fue un reflejo del carisma que muchos admiraban en él, aunque con el tiempo su mandato dejó expectativas incumplidas.
Más allá de los comensales ilustres que ocuparon sus mesas, el restaurante se convirtió en un símbolo cultural que supo conectar la tradición con la modernidad. Sus paredes fueron testigos de conversaciones confidenciales y de encuentros cruciales que moldearon la historia contemporánea de México. Así, este rincón culinario fue más que un lugar de comida; se convirtió en un reflejo de la sociedad mexicana, un microcosmos donde el poder, la cultura y la tradición convergieron de manera única.
Testigo de la historia y de encuentros diplomáticos memorables
Ícono de la gastronomía mexicana, ha sido escenario de momentos históricos que han definido la relación de México con líderes mundiales. La visita del presidente John F. Kennedy en junio de 1962, organizada por Adolfo López Mateos, fue uno de esos episodios memorables. Durante la recepción oficial en el Castillo de Chapultepec, 𝘌𝘭 𝘛𝘢𝘲𝘶𝘪𝘵𝘰 ofreció un banquete para 200 invitados en honor a Kennedy y su esposa Jacqueline. El menú, que incluyó caldo tlalpeño y filete de res a la tampiqueña, se complementó con un detalle especial: pequeñas canastitas con dulces mexicanos adornadas con sarapes en miniatura como recuerdo. Este gesto, impregnado de simbolismo, reflejaba la calidez y hospitalidad mexicanas.
Otro evento diplomático que subraya la relevancia del restaurante fue la cena ofrecida en 1992 al Príncipe Carlos de Gales —hoy Carlos III, Rey del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, desde su ascenso al trono el 8 de septiembre de 2022, tras el fallecimiento de la reina Isabel II—, durante su visita a México. En el Museo Franz Mayer, el príncipe disfrutó de antojitos tradicionales mexicanos como sopecitos, quesadillas de huitlacoche y taquitos dorados, todos preparados con la calidad y sabor que lo han caracterizado durante décadas. En medio de la celebración por los 100 años de la modernización del Puerto de Veracruz, esta cena demostró la riqueza culinaria de México y dejó al soberano fascinado tanto por la gastronomía como por el proyecto de renovación del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Uno de los momentos más emblemáticos en su historia fue la comida servida al Papa Juan Pablo II durante su primera visita a México en enero de 1979. Monseñor Guillermo Schulenburg, entonces Abad de la Basílica de Guadalupe y cliente frecuente, seleccionó personalmente el restaurante para preparar la comida destinada a más de dos mil personas en honor al pontífice.
El menú, cuidadosamente planeado, incluyó una selección de platillos mexicanos que sorprendieron gratamente al Papa. Entre ellos, destacaron los sabores clásicos de la cocina nacional que encantaron tanto al pontífice que pidió que le llevaran algunos de esos guisos en los días siguientes. Este evento no solo resaltó la capacidad del restaurante para atender a las más altas esferas, sino también su vínculo con la tradición y la fe que definen a México.
La organización de la comida fue un reto logístico, pero también un reconocimiento a la excelencia culinaria del lugar. Con más de dos mil comensales y la presencia de altos dignatarios eclesiásticos, el evento se convirtió en un logro que posicionó al restaurante en el foco de la atención nacional e internacional. La elección de El Taquito por parte de Schulenburg no fue fortuita; su confianza en la calidad y tradición del lugar reflejaba una relación sólida y de años con la familia.
Mis recuerdos de El taquito
Hace poco más de una década —en el libro de Rafael Guillén, prologado por Jacobo Zabludovsky, en el que participé solidariamente, al igual que Norma Inés Rivera, Marcos Romero Martínez, Alberto Vega Vieyra y Alejandro Cortés—, escribí un texto alusivo a la sede original de 𝘌𝘭 𝘛𝘢𝘲𝘶𝘪𝘵𝘰 de El Carmen y Bolivia, en el que aseguré que el restaurante era más que un lugar donde se podía disfrutar la buena cocina. En él, manifesté que, en medio de los exquisitos aromas y sabores de la cocina mexicana y al calor de un buen trago, se comentaban los sucesos del día o se recordaba un México que, lamentablemente, ya no es.
Reseñé que la primera vez que acudí a este singular santuario de la buena mesa fue en 1983, en compañía de mi entrañable amigo, el también periodista Carlos A. Medina. Me había propuesto conocer este legendario espacio donde han comido presidentes, personajes de la nobleza, empresarios, grandes toreros, íconos de la cultura y las artes, jerarcas de la Iglesia, políticos, deportistas, periodistas e idolatradas leyendas del espectáculo.
Por encima de todo, me atraía conocer el lugar que —durante su visita a México en febrero de 1962—, había cautivado a la bellísima Marilyn Monroe. Debo confesar que sentía una mezcla de curiosidad y reverencia; una inquietud por adentrarme en esos muros que han sido testigos de encuentros irrepetibles entre los personajes más ilustres de México.
En esa ocasión, llegamos justo cuando se celebraba el 60 aniversario y Zabludovsky develaría la placa conmemorativa. El lugar estaba a reventar, de tal modo que solo pudimos probar unos cuantos bocadillos y acaso beber un par de tequilas.
Pero regresé a ese lugar en las calles de El Carmen tan pronto como me fue posible. Y entonces sí disfruté plenamente de su atmósfera y de sus deliciosos platillos. También me di tiempo para recorrer sus salones y observar durante varios minutos las innumerables fotografías que, hasta el próximo domingo 18 de agosto, seguirán colgando de sus paredes; un tesoro invaluable que ha crecido con los años. Sin embargo, lo más significativo fue cuando pude intercambiar breves palabras con Don Rafael Guillén, el patriarca, quien de mesa en mesa se aseguraba de que todos se sintieran como en casa.
Fue un momento especial estrechar la mano del hombre que disfrutó de la compañía de Marilyn e incluso llegó a bailar con ella. Algún día, me prometí, le haría una entrevista en la que me detallaría esos momentos inolvidables junto a la diosa de Hollywood o sus encuentros con otros distinguidos comensales. Y esa cita finalmente se cumplió.
Don Rafael, un hombre leyenda
Tuve la oportunidad de mantener una relación cercana y respetuosa con Don Rafael hasta pocos meses antes de su muerte, el 13 de diciembre de 2010, cuando él había superado los 92 años.
Amigo entrañable de personas humildes y poderosas por igual, dedicó su vida al trabajo y al servicio, interactuando con cientos de personajes a lo largo de su trayectoria. Uno de los momentos más memorables en su carrera fue el homenaje que la Lotería Nacional le rindió el 25 de septiembre de 1998, emitiendo una serie con su imagen en reconocimiento a sus aportaciones a la gastronomía mexicana durante 75 años.
El 18 de noviembre de 2009, el entonces jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, le entregó un diploma de honor con motivo del Bicentenario, al igual que a 14 ciudadanos de la capital quienes, por sus acciones diarias, se convirtieron “en innovadores y defensores del Centro Histórico de la Ciudad de México”.
Al cumplir 91 años, el 24 de octubre de 2009, Don Rafael festejó un aniversario más en su restaurante con entusiasmo y vitalidad. La celebración reunió a toda su familia, incluyendo hijos, sobrinos, nietos, bisnietos y amigos cercanos.
Un video preparado por su hijo Rafael repasó los momentos más significativos de la vida de este gran hombre, en especial su juventud, cuando trabajaba incansablemente para apoyar a sus padres, Don Marcos Guillén y Conchita Rioja, los fundadores del restaurante. Lamentablemente, su 92 aniversario no se conmemoró debido a problemas de salud que marcaron el inicio de un prolongado tratamiento en la clínica Mocel, donde finalmente falleció.
Hasta hoy, su legado perdura a través de su esposa Caridad de Guillén y sus seis hijos: Conchita, Jose, Marta, Marcela, Marcos y Rafael. Su hija Teresa, quien durante años administró con dedicación el restaurante, falleció en 2022.
Mi vuelta a El Taquito de El Carmen
ejé de frecuentar el restaurante original debido al invasivo crecimiento del ambulantaje que, como un corrosivo salitre, comenzó a carcomer los cimientos de esa histórica zona de la capital, obstruyendo agresivamente el paso peatonal y vehicular. La plaga de vendedores callejeros —como ya había advertido— amenazaba con asfixiar las inmediaciones de este sitio memorable, una joya histórica que tristemente pocas veces se preserva en México.
Supe que, incluso, fue necesario colocar protecciones en los balcones del primer piso para impedir varios intentos de robo. Pese a los esfuerzos de la familia Guillén, los comerciantes ambulantes sitiaron implacablemente este monumento culinario que debió ser preservado como parte del patrimonio histórico. En más de una ocasión, los camilleros del hospital Gregorio Salas cercano tuvieron que usar un diablito para transportar a los pacientes porque las ambulancias no podían acceder debido al caos en las calles.
Un día, en medio de esta situación, descubrí en San Ángel un restaurante llamado «El Taquito» junto al «Rafaello» de Insurgentes Sur, un lugar al que solía acudir. Nunca imaginé que se tratara de una sucursal del original; pensé que, como ha sucedido tantas veces, era simplemente otro establecimiento que quizá ilegalmente había adoptado el nombre de El Taquito de El Carmen. Por ello, nunca me atreví a cruzar sus puertas.
En cambio, luego me convertí en comensal del restaurante que, bajo el mando de Marcos Guillén, funcionó por algunos años en la calle de Holbein, cerca de la Plaza México, ambiente claramente taurino, al que fui en varias ocasiones en compañía del inolvidable cronista Bernardo Fernández «Macharnudo», mi familia, amigos y algunos compañeros de trabajo.
Este restaurante replicaba fielmente el menú y ofrecía una atención cálida y fraterna, aunque extrañaba la magia del local en las calles de El Carmen. A ese volví años después en compañía de Gabriel Vargas y su esposa, Lupita Appendini.
El genial caricaturista insistió en comer allí, y acepté acompañarlos, pese a las dificultades para llegar por las caóticas calles del Centro Histórico, abarrotadas de vendedores ambulantes. Supuse que sería una misión casi imposible. Sin embargo, para mi sorpresa, y quizás por intervención directa de Don Rafa Guillén, los mismos comerciantes abrieron paso para que el vehículo de Gabriel Vargas se estacionara frente al restaurante, como si se tratara de la llegada de un presidente, un alcalde o un alto funcionario.
Desde entonces, decidí que, sin importar las vicisitudes que tuviera que enfrentar, el esfuerzo siempre valdría la pena. Más adelante, descubrí en El Taquito de Venustiano Carranza, un lugar mucho más accesible y cercano en espíritu al original. Allí, en repetidas ocasiones, me encontré con amigos, celebré aniversarios y realicé las fiestas de fin de año de la revista Gentesur, que también celebré en la sede original. Fue en ese entorno donde estreché la relación con Marcos y Rafael Guillén, quienes asumieron la dirección tras el retiro de su tío Enrique y la partida de su padre.
Me volví un cliente habitual, reuniéndome frecuentemente con Guillermo Schulenburg, abad emérito de la Basílica de Guadalupe, otro de mis grandes amigos y colaborador en Gentesur. Marcos Guillén siempre le resguardaba una botella de su tequila favorito, «Reserva de la familia».
El Taquito de Venustiano Carranza estuvo activo hasta 2008, cuando cerró sus puertas y las operaciones regresaron al restaurante original de El Carmen, que nunca dejó de funcionar. Sin duda, existe un vínculo inquebrantable que une a muchos con este sitio mágico, un auténtico paraíso para los gourmets de la cocina mexicana.
En El Taquito original, hace algún tiempo, logré reunir en a varios periodistas que habían asistido a la conferencia de prensa de febrero de 1962, durante la visita de Marilyn Monroe a México, para conmemorar ese evento con un número especial.
Hoy considero que el lugar no fue simplemente un restaurante, sino una verdadera galería viva donde se percibía la presencia cercana de figuras que marcaron una época en el México que ya no existe: Germán Valdés «Tin Tan», José Clemente Orozco, Agustín Lara, Manolete, Jorge Negrete, Rubén «El Púas» Olivares, Pedro Armendáriz, Raúl «Ratón» Macías, Manolo Martínez, Yolanda Montes «Tongolele», Héctor García, Ana Luisa Pelufo, Renato Leduc, Curro Rivera, Marcelo Ebrard, Eulalio González «Piporro», Pedro Ojeda Paullada, José Luis Cuevas, Manuel Camacho Solís, César Costa, Amador Narcia, Onésimo Cepeda, Silverio Pérez, Angélica María, Irma Dorantes, Paquita La del Barrio, Martín Urieta y Lucha Villa.
Así también —aunque la lista es interminable—, Mario Molina Montes, Jesús Martínez «Palillo», Antonio Aguilar y Flor Silvestre, Manuel Capetillo, Antonio Badú, Esther Fernández, Josefina Leine, Carlos Arruza, Andrés Henestrosa, Alfredo Leal, Jorge Díaz Serrano y su esposa Helvia Martínez Verdayes, la «Diana Cazadora», Roberto Cantoral, Xavier Loyá, Armando Manzanero, Ernesto P. Uruchurtu, «el regente de hierro», Joaquín López Dóriga, Luis Procuna, Luis Castro «El Soldado», Enrique Borja, Julio Alemán, Antonio Caballero, Gonzalo Vega, Francisco Labastida, Raúl y Brigita Anguiano, Hugo Sánchez, Luis Donaldo Colosio, Carlos Loret de Mola, Carlos Slim, Juan Francisco Ealy Ortiz y sus hijos Juan Francisco y Juan Carlos.
Igualmente, entre los amigos de El Taquito se contaba a David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Pedro Vargas, Cuco Sánchez, Miguel Aceves Mejía, José Alfredo Jiménez, las tres generaciones de Emilios: «El León» Azcárraga Vidaurreta, «El Tigre» Azcárraga Milmo, y Azcárraga Jean, Wolf Ruvinskis, Emilio «El Indio» Fernández, David Reinoso, Ignacio López Tarso, Marco Antonio Muñiz, Adalberto Martínez «Resortes», Isela Vega, Verónica Castro, José José y Raphael, por citar solo a unos cuantos, sin olvidar a figuras de talla internacional como Anthony Quinn, Gary Cooper, David Copperfield y Ricardo Montalbán, quienes también disfrutaron de los exquisitos platillos que se preparaban en este icónico lugar.
Como alguna vez le comenté a Marcos y Rafael Guillén, El Taquito de El Carmen —al igual que algunos castillos europeos reconstruidos en América—, debería ser desmontado ladrillo por ladrillo y piedra por piedra para ser reinstalado en otro rincón de la ciudad.
Sé que esto es solo un sueño, una idea fantasiosa alcanzable solo para multimillonarios. Sin embargo, hoy, con el esfuerzo incansable de quienes han asumido el relevo generacional, El Taquito siendo, sin duda, el restaurante más célebre y representativo de la cocina mexicana desde su fundación. Es toda una experiencia deleitarse con sus platillos exquisitos y recibir el cálido trato de la familia Guillén, mientras uno se deja envolver por el recuerdo de aquellos personajes que hoy forman parte de nuestra historia personal y colectiva.
Un nuevo capítulo para El Taquito
El cambio de sede a Miguel Noreña 25, en la colonia San José Insurgentes, no es solo un movimiento geográfico, sino el inicio de una nueva etapa en su historia. Aunque el nuevo local trae consigo un cambio, la verdadera esencia del restaurante reside en la gente que lo ha hecho posible: los Guillén y su inquebrantable compromiso con la calidad y la tradición.
En estos largos años en la sede de El Carmen, sería injusto no reconocer la labor de los antiguos y nuevos integrantes del equipo de recepción, administración, cocina y servicio de meseros —algunos ya fallecidos—. Entre ellos se encuentran el legendario gerente Teodoro Aceves, Juventino Jiménez, Consuelo Ruiz, Francisco de Carlo, Luis de la Luz, Martín Gutiérrez González, Salvador Lara Martínez, Federico de la Luz, Roberto Mayoral, José Alberto Rojas, Miguel Ángel Romero Sabás, Demetrio González, Marcos David Rodríguez, Valentina Gómez Flores, Luz Arteaga Reyes y Juan Manuel Acua Méndez.
También es justo destacar el compromiso y dedicación de personas como Ramón Ahumada, Jesús Castillo Ángeles, Andrés Castro Castro, Camilo Salas, Joel Rodolfo Celis Ortega, Graciela Domínguez Carreón, Antonio González Cárdenas, Noé González Guerrero, Tarcisio Hernández López, Fidencia Martínez Rosas, Miguel Tahuito Martínez, Damián Mayoral, Nahum Mozo Calleja, Socorro Olvera Hernández, Eduardo Piedra Briones, Francisca Ramos Méndez, Carmen Barrón, Guadalupe Contreras, Clementina González y Luisa Fernanda Hernández Bautista.
La chef Carla Guillén, hija de Marcos, estará al frente de la cocina en esta nueva etapa, comprometiéndose a mantener la esencia culinaria mientras introduce un aire fresco y contemporáneo a los platillos tradicionales e incorpora nuevas recetas de la cocina mexicana. Por su parte, Rafael Guillén hijo, representante de la cuarta generación de la familia, asumirá la administración del nuevo establecimiento —una tarea en la que ya se ha involucrado—, bajo la orientación y apoyo constante de su padre y su tío.
El eco de miles de voces seguirá presente en el emblemático lugar
Aunque el restaurante se traslada a una nueva ubicación, sé muy bien que el antiguo edificio en Carmen 69 seguirá en pie como un testigo privilegiado de los miles de comensales que alguna vez cruzaron sus puertas. Las paredes, que resonaron con las conversaciones de grandes luminarias, políticos, artistas y ciudadanos comunes, ahora guardarán en su esencia los ecos de tantas voces, las risas y los momentos memorables vividos en sus salones.
Es fácil imaginar que el espíritu de esos encuentros, celebraciones y discusiones continuará presente en cada rincón, como un recuerdo que jamás se desvanecerá, añadiendo una capa de nostalgia para quienes pasen por ahí y rememoren lo que alguna vez fue ese lugar.
No obstante, también creo que estos espíritus del pasado no quedarán atrapados en la nostalgia. Probablemente aplaudirán este nuevo desafío que el restaurante enfrenta con valentía: la mudanza a una nueva sede que asegura su continuidad y la preservación de este tesoro culinario mexicano. Este traslado no es solo un cambio físico de domicilio, sino una reafirmación del compromiso de la familia Guillén de mantener viva la tradición y el legado que ha definido a El Taquito por más de un siglo.
Así, mientras el viejo edificio se prepara para guardar sus historias, la nueva sede en Miguel Noreña 25 se alista para escribir las suyas, llevando consigo el alma y la esencia de un lugar que —pese a las políticas equivocadas y la permisividad hacia mafias de delincuentes y vendedores ambulantes que han deteriorado la imagen del Centro Histórico—, siempre será parte del corazón de la Ciudad de México.