Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
Los once metros de bronce de espesor, de aquella campana de Dolores que fue creada el 28 de julio de 1768, sonará por última vez para dar el adiós presidencial.
Llamada en sus orígenes Esquilón de San José, terminó siendo para mayor expresividad de los mexicanos, la Campana de la Independencia Nacional. Este instrumento broncíneo que es uno de los símbolos de nuestra independencia, será la que dará el sentido adiós a este sexenio, después de todo el gran bullicio que vivió el pueblo de México con una forma de gobernar muy diferente, en ciertos sentidos, a lo que se había usado.
El llamado grito de Dolores, que suele darse en miles de sitios la noche del quince de septiembre, porque cada pueblo y sitio citadino tienen sus propias campanas, despedirá a AMLO por los casi seis años de este gobierno lleno de singularidades.
No será la campana que despierta en las madrugadas, ni la que alerta de un peligro, ni la que conmemora cuestiones sacras de las propias iglesias, sino una despedida de bronce, un sonido que dará el final a una época y pondrá en el alerta de su sonido, la llegada de un nuevo amanecer que esperamos sea pródigo para el país. Los vítores a los héroes dejarán el adiós y la nostalgia de un tiempo quedará para el recuerdo.
UN SIMBOLISMO CAMPANERO QUE MOLESTA O QUE ALEGRA, EN PUEBLOS
El simbolismo de la campana se ha reducido en estos días, a los llamados a misa de los pueblos. Una costumbre que por cierto causa muchos problemas entre la población no creyente, porque los curas que tienen poco que hacer que dictar fórmulas moralistas que no se aplican, suelen levantarse temprano y ordenar el toque a misa que despierta a los más cercanos.
Conozco pueblos en donde los pobres habitantes, algunos muy creyentes, tienen que guardar esa ofensa diaria porque les va en ello la fe. Otros no, y denuncian la molestia. Desde las cinco están despiertos, aún en días de descanso.
Pero las pobres campanas son las culpables de que en unos pueblos no se duerma bien. El sonido único de esos instrumentos ha sido fórmula de la creación literaria desde que se inventaron.
El Nobel Ernest Hemingway con su obra ¿Por quién doblan las campanas? lanzó al mundo un libro que configuró además filmes.
Una obra para enfrentar el franquismo asesino de los años treinta. Y Charles Dickens siempre obsesionado por la navidad, en su obra La campana, se asesora incluso con duendes en un breve cuento en el que la propia campana ya humanizada, toma partido.
LOS NUEVE SASTRES DE DOROTHY SAYERS, SIMBOLIZAN DON DE UNA CAMPANA
La inglesa Dorothy Sayers, aquella escritora que acompañó a Agatha Christie y a Chesterton en el Club de los martes policíacos, creo Los nueve sastres (Editora Diagonal del Grupo 62, Barcelona 2003) una de sus novelas, para darle lucimiento a su detective, el noble Lord Peter Wimsey que para unos críticos era un pelmazo.
Pero el detective transitó por varios libros y en éste, logra descubrir quien fue el verdadero asesino en un pueblo nevado al que llega con muchas dificultades. A Sayers se le consideró en su momento como notable rival de la Christie, pero era demasiado clásica y cedió la fama que tuvo, en el silencio.
Pero su campana de Los nueve sastres dio un vuelco sobre como los seres inanimados aunque sean muy ruidosos pueden ser el elemento central de un crimen. La verdadera ejecutora del misterio del crimen, fue la campana de aquel pueblo que visitó lord Wimsey, no porque descendiera a ejercerlo, sino porque el sonido terrible de su bronce, destruyó la vida del asesino que se había escondido a un costado de ella.
El bronce, en realidad, hizo justicia a las víctimas.