De norte a sur
Se mató porque no había ni Tafil ni dinero. Era una estrella en el mundo intelectual de la época. Sus poemas encabezaban el ‘Billboard’ de entonces y le redituaban múltiples conquistas. Era de Saltillo.
En un panteón bastante feo y simplón –los hay serios y atractivos– se encuentra la Rotonda de los Hombres Ilustres del Estado de México. La construcción se distingue por el mal gusto y delata la inseguridad en la zona. El visitante no encontrará las placas que sirven para identificar las tumbas; los cacos se las llevaron.
El abuelo de Laura, un francés, vino a buscar fortuna. Se contrató de marinero y terminó de panadero. Hay sospecha de que su establecimiento fue el que provocó la Guerra de los Pasteles. Vivió su infancia en una familia que simpatizaba con el bando conservador. Su casa era frecuentada por el terrible general Marcelino Cobos, cuya cabeza, por un desquite, terminó exhibida en el Congreso.
Una fotografía de la joven Laura Méndez Lefort muestra su belleza irresistible. Feminista, cuando era imposible serlo, poeta, pedagoga, articulista y musa. Rosario, seis años mayor que ella y sin grandes prendas intelectuales, la acusaba de ser una “loquilla”.
Sus restos descansan en ese feo y descuidado panteón. 692.7 kilómetros separan en línea recta las tumbas de Laura y Manuel Acuña. A él se lo llevaron a Saltillo, su tierra, y lo depositaron en otra rotonda de personas ilustres.
Después de la muerte de Manuel y del hijo de ambos, se casó con otro poeta, un tipo de nombre Agustín, con quien la pareja tenía relación y complicidad intelectual. Desde los días de Juárez hasta los de Obregón, Laura fue protagonista en la vida cultural del país. Compartió aulas y tertulias con portentos intelectuales y uno que otro gandalla.
Recorrió Europa y Estados Unidos para analizar los sistemas educativos. En Francia le publicaron Simplezas, texto que la llevó a la cúspide de su carrera. En su vida adulta, viuda y sin la tarjeta Bienestar, regresó a las aulas para recibir clases de Enríquez Ureña y Emilio Gamboa.
La mexiquense murió en 1928 y no pasó a la historia como la musa. La leyenda le asignó a Rosario de la Peña ese papel. Altamirano contribuyó al mito cuando le pasó la factura del suicidio a la destinataria del famoso Nocturno.
Las cosas no han cambiado mucho desde entonces; Laura batalló con una bola de misóginos, acosadores y chismosos, entre ellos Guillermo Prieto, quien le contó a Rosario las andanzas del saltillense, entre ellas la paternidad del hijo de Laura.
Por 250 pesos, el personal del panteón te puede señalar la tumba que buscas. Me negué y mejor compré una magnífica biografía escrita por Mílada Bazant, investigadora del Colegio Mexiquense A.C. El texto es imprescindible para conocer el mundo de los intelectuales de la República restaurada.