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Itinerario político
“No fui un completo idiota”
Ludwig Josef Johann Wittgenstein fue quizá el más influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después de Emmanuel Kant. Este hombre sorprendente, que se antoja un personaje de Buñuel, publicó en vida un solo libro … pero eso sí, el libro, el corpus definitorio, el crisol de las respuestas a todos los problemas de la filosofía. ¡Ni más ni menos!
He aquí una personalidad arrebatadora en el cosmos del sophós poblado por espíritus superiores. Fue una figura de culto que despreciaba lo público al grado de construirse una cabaña aislada en las heladas estepas del norte de Europa para vivir en total reclusión.
Fue un niño brillante y tartamudo, vástago de una acaudalada familia. Sus tres hermanos mayores, Hans, Kurt y Rudolf, se suicidaron. Inicialmente se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas y de ahí transitó a los problemas filosóficos de los fundamentos matemáticos.
Se enlistó como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino. Estoy seguro que su alta como voluntario en el ejército no fue originada en un sentido patriótico o patriotero, sino que tuvo una motivación originada en sus propias turbulencias espirituales, pues fueron precisamente los cuadernos que redactó en las trincheras -y que un enemigo generoso permitió fuesen enviados a su país antes de internarlo en un campo de concentración- la base de la única obra que publicó en vida, el Tractatus Logico-Philosophicus, en donde propone que los problemas filosóficos surgen de equivocaciones de la lógica de la lengua e intenta demostrar lo que esa lógica es.
Los Wittgenstein formaban un poderoso y acaudalado clan. El patriarca, Karl Wittgenstein, fue el más exitoso empresario siderúrgico del Imperio Austro-Húngaro. A la muerte de su padre, Ludwig heredó una fortuna y decidió regalarla. Trabajó como ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños, portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto. Curioso currículo para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”.
En 1929 fue a Cambridge a enseñar en el Trinity College y en 1939 fue nombrado ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al magisterio universitario pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en su escritura, mucha de la cual llevó a cabo en Irlanda pues prefería lugares rurales y aislados para su trabajo.
Para 1949 había escrito todo el material que sería publicado después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas. Pasó los dos últimos años de su vida en Viena, Oxford y Cambridge y siguió trabajando hasta su muerte en abril de 1951. El producto de esos dos años fue publicado bajo el título Sobre la certeza.
Sus últimas palabras fueron, recuerdan quienes le acompañaron en su lecho de muerte: “Díganles que he tenido una vida maravillosa”.
Dejemos que uno de los estudiosos de la filosofía de Wittgenstein, Carlos Salinas, explique la obra este singular personaje:
“El pensamiento de Wittgenstein gira en torno al lenguaje. En su primera época consideraba que el lenguaje se asemeja a un mapa de la realidad. Luego, las proposiciones (lo que se afirma, o se niega sobre cualquier hecho), tienen sentido si describen lo que está fuera. Obviamente aquellas proposiciones que no hablan de hechos, que no representan hechos, carecen de significación (por ejemplo afirmaciones de tipo religioso o metafísico).
“De aquí una conclusión radical: de lo que no se puede hablar, mejor callar […]. Esta tarea de limpieza de la filosofía es tan extrema que, fuera del discurso científico, no queda nada en pie. El lenguaje corriente es defectuoso, tiene muchas proposiciones que no indican nada concreto. El complicado lenguaje corriente -afirma en el Tractatus- no puede captarse en su aspecto lógico. Es sumamente complicado y disfraza el pensamiento de la misma manera que la vestimenta oculta el cuerpo. En consecuencia hay que buscar el esqueleto lógico que refleja la estructura de los objetos representados. De esta manera, y poco a poco, se puede ir construyendo un lenguaje ideal apto para la ciencia y la filosofía. En esto el quehacer filosófico tiene una tarea y una restricción: no se trata de ‘decir’ lo que es, o cómo es la realidad, sino un aclarar los enredos provocados por la manera que tenemos de simbolizar las cosas (es decir: el lenguaje)”.
En algún momento, la preocupación de Ludwig con la perfección moral lo llevó a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido que se subestimara su judaísmo, pues fue atormentado durante toda su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo e hijo de una católica, fue bautizado en esta fe y su funeral fue asimismo católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.
Hubo en su vida, como telón de fondo o música de acompañamiento, una espesa angustia vital derivada de su fascinación con todo lo religioso, que incluso lo llevó a pensar en tomar los hábitos … pero finalmente no se comprometió con una religión formal. “Se oponía”, dice un estudioso, “a las interpretaciones religiosas que enfatizan la doctrina o los argumentos filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían los rituales y los símbolos religiosos”.
Equiparaba el ritual religioso a un gesto, como cuando se besa una fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular, como un “Te amo”. Como el beso, pensaba, la actividad religiosa expresa una actitud.
El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su meta es clarificar lo oscuro y confuso. Se sigue que los filósofos no deben preocuparse tanto con lo inmediato, sino con lo posible, o más bien, con lo concebible. Esto depende de nuestros conceptos y de cómo se ensamblan desde el punto de vista de la lengua. Lo que es concebible y lo que no, lo que tiene sentido y lo que no, depende de las reglas de la lengua, de la gramática.
Wittgenstein propuso que en filosofía el ganador es el que llega al último. “Pero no podemos escapar a la lengua o a las confusiones a que da lugar, salvo mediante la muerte”. En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar esos peligros.
“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar. Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino principalmente recordatorios de lo que todos sabemos. […] Esto atañe no sólo a los filósofos profesionales sino a cualquier persona que se desvíe a la confusión filosófica, tal vez sin darse cuenta de que sus problemas son filosóficos y no, digamos, científicos.”
Los positivistas lógicos del Círculo de Viena, la escuela que tan grande influencia tuvo en el pensamiento occidental, se declararon impresionados por lo que encontraron en el Tractatus, particularmente la idea de que la lógica y las matemáticas son analíticas, el principio de la verificación, y la idea de que la filosofía es una actividad enfocada a la clarificación, no al descubrimiento de hechos. Wittgenstein dijo, sin embargo, que es lo que no está en el Tractatus lo que más importa.
Carlos Salinas recuerda una anécdota referida por Bertrand Russell, el tutor de Wittgenstein cuando cursó estudios en Inglaterra: “Al final de su primer período de estudio en Cambridge, se me acercó y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si soy un completo idiota o no?’ Yo le repliqué: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta?’
“Él me dijo: ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero, si no lo soy, me haré filósofo’. Le dije que me escribiera algo durante las vacaciones sobre algún tema filosófico y que entonces le diría si era un completo idiota o no.
“Al comienzo del siguiente período lectivo me trajo el cumplimiento de esta sugerencia. Después de leer sólo una frase, le dije: ‘No. Usted no debe hacerse ingeniero aeronáutico’.”