
De frente y de perfil
Quienes trabajan en la política y el espectáculo saben que el alcance y difusión de las ideas o contenidos suele exigir una proporcionalidad directa de capital que se invierta en tecnología y herramientas de comunicación.
Por eso, en una época en que los medios de registro y difusión se han hiper tecnificado e hiper especializado, resulta un fenómeno exótico, aparentemente contraintuitivo y singular que miles de millones de personas se mantengan expectantes al resultado de una columna de humo expulsada por una estufa y una chimenea.
La fumata del cónclave quizá es el pináculo comunicativo de la institución católica que, por otra parte, ha preservado otros mecanismos de comunicación que siguen siendo simples, coherentes e intuitivamente comprendidos por buena parte de la humanidad: si tañen las campanas, se anuncia algo; si algo se insensa, es sagrado; si un nutrido grupo procesiona a paso acompasado y solemne, la jornada tiene carácter histórico.
Estos mecanismos proceden de una era socializadora ancestral y, por ello no son exclusivos ni de la Iglesia católica ni de la religión; significan tanto y con tal profundidad que muchas instancias sociales en las diversas culturas tienen sus propios ritos semejantes.
Sin embargo, la chimenea y el humo con el que se anuncian los resultados de las votaciones de los cardenales para elegir al pontífice no es en realidad una costumbre tan vieja.
El anuncio público de las papeletas quemadas en la elección pontificia remonta al siglo XVIII; hace sólo cien años se introdujo la fumata blanca; y apenas hace medio siglo, se perfeccionó el quemado para distinguir con claridad la oposición entre el humo blanco y el negro.
Es decir, aunque la herramienta no sea formalmente moderna (fuego y humo), la intencionalidad del mensaje sí lo es. Pero, para que su mensaje sea comprendido tan ampliamente y en plenitud, para que cause tanta expectación e interés, el mecanismo y el medio no bastan, se requiere un extenso, nutrido, consistente y simbólico conjunto de signos que construyen el mensaje antes de manifestarlo o hacerlo público.
Ese conjunto de signos es lo que da sentido a cada una de las fumatas; sin ellos, sólo sería una chimenea y una silente columna de humo. Sin embargo, el humo representa el consenso o el disenso de un largo proceso; uno que se realiza literalmente en lengua muerta, bajo revestimientos de dramático colorido y que hunde sus raíces selectivas en lógicas palatinas, signos de poder, historia y cultura; y, lo más importante, en la presencia de lo divino.
Sin la fuerza de su contexto, la fumata es un acto de comunicación tan disperso e inasible como la propia composición de su naturaleza; por el contrario, la señal expulsada desde el techo de la Capilla Sixtina en el Vaticano tras la votación de los cardenales recluidos en Cónclave no pierde un ápice de intencionalidad en su mensaje: el humo revela el trabajo, los votos secretos que sólo un puñado de hombres sobre la tierra conoce pero que guardan la esperanza de miles de millones, la destrucción por fuego para evitar que la historia juzgue sus actos, las veces en que no se ha llegado a un acuerdo y la espectacular revelación de un sí, de alguien que ha aceptado ser elegido por la más diversa y plural comunidad de varones maduros cuyas profundas convergencias son dos: su fe y la personal predilección que les tuvo un pontífice previo.
El humo silente, efímero e impalpable se ha convertido en el signo que comunica el acuerdo con el que se confirma una sucesión bimilenaria, que representa la firmeza de una institución y la unidad en un mensaje que se extiende por todo el mundo. Es una cátedra comunicativa que merece ser elogiada.
Director VCNoticias.com | Enviado especial Siete24.mx a Roma @monroyfelipe