
Escenario Político/Daniel Adame Osorio
Un cadáver en la bahía de Salónica
Este mes recordamos dos episodios que ilustran la sombra bajo la que los periodistas históricamente han ejercido su tarea. Son las ejecuciones de George Polk, reportero de la CBS en Grecia en 1948 y de Manuel Buendía, columnista de Excelsior en México en 1984.
Ellos no han sido los únicos informadores caídos en el cumplimiento de su deber, desde luego. La UNESCO, Periodistas sin Fronteras y el Comité para la Protección de Periodistas documentan más de tres mil asesinatos de reporteros en el mundo entre 1948 y 2025.
Aunque algunos fueron abatidos en zonas de guerra cuando reporteaban para sus medios, como el caso del mexicano Ignacio Rodríguez Terrazas, baleado por el ejército mientras realizaba labores informativas en San Salvador en 1980, otros fueron emboscados para silenciarlos. Hoy México vive la humillación de ocupar uno de los primeros lugares más peligrosos para ejercer el periodismo en el mundo.
Los asesinatos de Polk y Buendía tienen entre sí inquietantes analogías. Ambos irritaron por igual a gobiernos y a grupos de poder y los dos fueron liquidados como una advertencia al gremio, en el mismo mes de mayo con 36 años de diferencia. Aún más, un creyente de la cábala no dejaría de notar que Polk pereció en el 48 y Buendía en el 84.
El domingo 16 de mayo de 1948, un pescador descubrió un bulto en las aguas de la bahía de Salónica. Era el cadáver de George W. Polk, corresponsal de la cadena de televisión CBS, atado de manos y con dos tiros en la nuca.
Polk se había convertido en una espina en el costado de casi todos los actores en la guerra civil griega. Los ministros de la dictadura; los funcionarios de la embajada yanqui; los militantes del Partido Comunista; los guerrilleros … todos detestaban en menor o mayor medida al extrovertido periodista y deseaban su salida del país … y algunos de esta vida, como quedó demostrado. Polk debió haber sido muy buen reportero para haber unificado en su contra a tan dispares actores. Lo usual es que los corresponsales se ganen el odio de algunos y la adhesión –interesada- de otros.
En su tarea como corresponsal en la sangrienta guerra civil en la península helénica, acumuló una larga lista de malquerientes: a la guerrilla comunista la caricaturizó como una banda de rufianes; al gobierno griego como un hato de ambiciosos y corruptos políticos; al ministro de seguridad como un gángster … y criticó a Washington por su apoyo a la represora y sanguinaria dictadura griega.
Así pues, resulta entendible que la investigación del asesinato haya tenido mucho de simulación y farsa. La policía levantó cargos contra cuatro ciudadanos griegos: un militante de medio pelo del PC que estaba a cientos de kilómetros de Salónica el día del asesinato; un reportero supuestamente comunista que se encontraba en su oficina cuando el cuerpo de Polk fue arrojado a las aguas; la anciana madre de éste, quien “confesó” para salvar a su hijo de la tortura y un integrante del Comité Central del PC … ¡que había fallecido cuatro semanas antes!
Las reacciones oficiales por la muerte del periodista tuvieron como signo característico una gran hipocresía. El gobierno helénico juró no escatimar esfuerzos para dar con el o los asesinos (ό,τι μπορεί!: “caiga quien caiga”, en griego), a coro con el de Washington, que en 1948 invertía un millón de dólares diarios (13 millones a valor actual) en ayuda para aplastar el levantamiento comunista.
En el mismo tono que la de la Acrópolis, la burocracia del Potomac juró que supervisaría de cerca la investigación. En ambas partes del globo caballeros de adusto semblante y grave continente condenaron casi con las mismas palabras el atroz hecho.
En Washington y Nueva York los periodistas pusieron el grito en el cielo y se movilizaron. Fue creado un comité ad hoc encabezado por el legendario Walter Lippmann y rápidamente se instituyó un premio con el nombre del abatido. En pocos meses el comité aceptó los resultados de las investigaciones oficiales griega y estadounidense y desde entonces cada primavera la crema y nata del periodismo yanqui se congrega en una brillante ceremonia durante la cual se prenden medallas y se otorgan laureles en nombre del pobre George W. Polk … aunque hay quien juzga que sus colegas “lo traicionaron cuando validaron las espurias pesquisas y el falaz proceso judicial” incoado en contra de unos chivos expiatorios.
Algunos reporteros neoyorquinos quisieron recabar fondos y viajar a Grecia para investigar el asesinato. Su propuesta fue eclipsada por el comité Lippmann, que se ciñó a la versión oficial y liquidó así una indagación independiente en el asesinato del periodista.
El premio George Polk exige que los nominados hayan demostrado “imaginación y valentía” en el ejercicio del periodismo. Entre otros la han recibido figuras de la talla de Edward R. Murrow, Walter Cronkite, Gloria Emerson, Norman Mailer, Seymour Hersh, Daniel Schorr e I. F. Stone, quien en la recepción en 1968 dijo que estaba muy feliz por la presea y que deseaba decir algunas cosas sobre George Polk … “quien parece haber sido olvidado en estos eventos […] y fue uno de los pocos periodistas estadounidenses que tuvo la valentía de ver más allá de las tinieblas de la guerra civil y apreciar la agonía y lucha del pueblo griego”.
En el caso de Polk, como en el de Buendía, se requeriría de reporteros tan eficaces y tan comprometidos como ellos para resolver sus propios asesinatos. Pero tenemos el trabajo de otros que se negaron a someterse al silencio de las hemerotecas. En el caso que nos ocupa fueron Elías Vlanton y Zak Mettger que en 1996 publicaron un libro que llega a la descorazonadora conclusión de que tantos años después del crimen, “aún no existe certidumbre sobre quién asesinó a George Polk.”
En ¿Quién mató a George Polk?, Vlanton y Mettger pasan revista a la comedia de inconsistencias, fallas, ocultamientos y desviaciones que enturbiaron el caso, y apuntan: “Una pesquisa de 15 años en los archivos del gobierno estadounidense y el análisis de los documentos particulares de algunas de las personalidades involucradas documentan que el gobierno griego y el Departamento de Estado conspiraron para acusar falsamente a personas inocentes en el asesinato de George Polk, y que algunas de las más respetadas figuras del periodismo estadounidense se hicieron de lado y lo permitieron.”
¿Debemos llegar a la conclusión de que quienes se aplican a la investigación de los crímenes en contra de la prensa claman en el desierto? Eso es lo que desean propalar los espíritus del silencio. Eso es lo que debemos combatir los reporteros, viejos o jóvenes. Los ejemplos de George W. Polk y de Manuel Buendía son como luces en nuestro camino profesional y personal. Creo que a ellos no les importará haber muerto si saben que su ejemplo quedó entre nosotros.