
Totalmente exagerado, cerrar otra vez frontera al ganado: Sheinbaum
El pasado viernes, las calles de la Ciudad de México testificaron una singular protesta antigentrificación que derivó en vandalismo y consignas xenófobas contra turistas extranjeros. Bajo lemas como "Gringos, dejen de robarnos la casa", “¡Fuera gringos!”, “México para los mexicanos”, el evento reveló una tensión crítica que no es exclusiva del país y que, aunque se hable poco de ello, impacta en la célula básica de toda sociedad: la familia.
Por diversos factores socioeconómicos, la vivienda ha dejado de ser un derecho para convertirse en un auténtico campo de batalla donde chocan la especulación inmobiliaria, el desarraigo comunitario, los nómadas digitales, el turismo y la identidad de las familias en barrios y colonias. Según el FMI, vivimos la peor crisis de asequibilidad habitacional: hay un déficit de vivienda nueva y el costo de renta de espacios para “hacer hogar” se ha disparado exponencialmente con fenómenos de lucro desmedido gracias a migrantes desarraigados de alto poder adquisitivo conocidos como ‘nómadas digitales’.
En México, durante décadas, se realizaron proyectos de vivienda de pésima calidad en inmensos páramos marginales y periféricos con graves deficiencias en servicios básicos; como consecuencia, miles de familias asumieron una vida precaria, insegura e invisible en grandes manchas de urbanizaciones irregulares, pobres, abandonadas y distantes de las ofertas de trabajo. En esas condiciones, los hogares se limitaron a ser un estrecho y fugaz dormitorio para padres e hijos, en cuyo interior se degeneró la vida familiar: Madres y padres de familia agotados, enfurecidos y ausentes; menores abandonados y aburridos en rutinas invisibles; jóvenes y ancianos enajenados en soledades abismales. Para estas familias, el único remedio implicaba “acercarse a la ciudad”, conseguir una casa donde realmente pudieran hacer hogar, donde los proveedores del hogar no tuvieran que gastar más de cuatro horas en traslados o más del 30% de sus sueldos para ir a trabajar. Sin embargo, las ciudades se volvieron inaccesibles para la clase trabajadora e incluso para la clase media profesional.
Uno de los factores ha sido la especulación institucionalizada. Es decir, cuando las plataformas digitales convirtieron las propiedades en activos turísticos de lucro y especulación.
Tan sólo en la Ciudad de México, una sola de estas plataformas digitales de renta de inmuebles ha convertido 26 mil casas y departamentos en mera inversión especulativa. Al ofertar vivienda temporal “al mejor postor” una sola de las tres o cuatro plataformas en funcionamiento en México ha cancelado la oportunidad por lo menos a 26 mil familias de hacer hogar en un sitio donde realmente puedan formar a sus hijos y contribuir a la sociedad. Si a eso se le suma el imparable crecimiento en el índice de divorcios y de solteros que requieren casa pero no para hacer vida familiar; la adquisición o renta de inmuebles para las familias se ha convertido en quimera. El urbanista Antonio Azuela lo sintetiza así: "Se ha institucionalizado la vivienda como inversión, no como hábitat".
Por si fuera poco, otros fenómenos vinculados a las políticas internacionales como la migración, el turismo, los nómadas digitales, etcétera, también han generado dinámicas que si bien hacen a las urbes “cosmopolitas”, muchas veces profundizan las grandes diferencias culturales, económicas y sociales existentes.
En todo esto hay que recordar que, más allá de los bienes inmuebles y su uso, es el tejido social el que se ve amenazado no por la especulación, ni la multiculturalidad, ni siquiera por los desafíos económicos sino por la falta de auxilios al desarrollo integral de la familia. En el estudio Familias y Fe de Bengtson (2013) se demuestra que la estabilidad del hogar es crucial para transmitir valores religiosos y éticos entre generaciones, especialmente mediante vínculos paternos sólidos. Pero cuando la vivienda (la estabilidad de la casa-hogar) se vuelve inaccesible: Se retrasa la emancipación juvenil, obstaculizando la formación de nuevas familias (adultos solteros mayores de 30 años viviendo con sus padres); se fragmentan los barrios y la misma convivencia de las familias en su comunidad (parroquias, parques, escuelas, centros urbanos, laborales y comerciales, etc.); fenómenos como la turistificación expulsan a residentes; y se debilita la participación comunitaria. Es decir, la falta de accesibilidad y estabilidad en la vivienda incrementa la rabia social, ahonda el irrespeto, la discriminación y el desprecio por el ambiente barrial; palidecen los valores humanos, sociales y familiares en la convivencia.
En concreto, la estabilidad residencial en la etapa familiar es un factor clave e íntimamente relacionado en el desarrollo integral de las personas; y, por tanto, para las sociedades.
El alarmante rostro de la protesta que vivimos hace unos días evidenció un peligroso deslizamiento: la lucha contra la especulación de vivienda derivó en ataques a individuos por su nacionalidad, así como los derechos de usufructo de residencia parecen legitimar la agresión verbal y racial de quienes detentan poder económico contra la comunidad marginada que no los tiene (como los múltiples casos de insultos clasistas y racistas documentados bajo las etiquetas #Lady y #Lord). Es decir, legítimos reclamos pueden contaminarse con rancias narrativas políticas, raciales o xenófobas; y con ello, manifiestan tanto la crisis estructural que padecemos, como una crisis familiar, educativa, social y comunitaria más profunda
Es importante que México voltee a ver a las redes de contención social que aún le quedan, como las estructuras intermedias de la sociedad: empresas, escuelas, iglesias, deportivos y centros de esparcimiento; para evitar el desarraigo y dejar de mirar a la vivienda y su utilización como un mero bien de especulación sino como un hogar en potencia donde se forman valores humanos y sociales. Y también es necesario que las autoridades civiles y el empresariado reconozcan y fomenten los sanos roles familiares, porque al apoyar a la célula básica de la sociedad (la familia) para que sea una estructura estable también se auxilia a la transmisión intergeneracional de valores, principios y derechos.
Porque sin un hogar estable, no hay comunidad que transmita ética; y sin comunidad, no hay sociedad que resista la deshumanización.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe