
Muchos pantalones ante las desapariciones
Hay lugares en México donde se detiene el tiempo y los sentidos se agigantan. Sitios de reminiscencias y esplendor, pueblos llenos de magia.
Las calles de Taxco, Guerrero, que Manuel Toussaint consideró una “entes de sinrazón”, no son para transitar en el sentido convencional. Son para arribar a paisajes idílicos de montañas, caseríos blancos, cielo transparente. Son caminos para captar paisajes, para volverse parte de una estampa, para revivir la infancia.
Son senderos para descubrir enigmas, para envolverse en el instante, para saborear la vida. Si, son calles trazadas para llegar al todo y la nada. Serpientes caprichosas de corazones de piedra y plata.
Transitar por Taxco es colectar sonrisas, interés genuino, admirar sin prisa objetos preciosos del metal que emula la luna, saborear enormes panes de canela y nata, adentrarse en el espacio donde en el siglo XVIII se desplegó una rica y compleja vida cultural con personajes como el escritor teatral Juan Ruíz de Alarcón.
En este lugar cuya suerte dependió un día del azar de las minas, se habló mixteco, nahua, cuitlateco y español, sin olvidar el latín. Hoy convergen aquí turistas de diferentes lugares de México y el mundo, expectantes al trabajo de artesanos que saben moldear plata con ingenio, leyendas y sueños.
Aquí existen decenas de talleres donde es posible concretar ideas a penas delineadas en papel. “Somos artesanos que vuelven los sueños plata. No sólo joyas y objetos de ornato, también figuras para atrapar sueños, una santísima Virgen del tamaño natural o todo lo que imaginen. Somos aldeanos de un pueblo mágico donde trabajamos con el metal más parecido a la Luna”, dicen los artesanos que trabajan una singular marca: Por amor a México.
Y aquí, donde el sincretismo católico y los dioses olmecas juegan aún con las estrellas, hay anclajes para reencontrarse con uno mismo: andar caminos sin tiempo, admirar paisajes desarraigados de personajes de la historia, visitar haciendas habitadas por misticismo y crear una leyenda propia.
En el lugar donde nacen las flores de Nochebuena, donde no varía la temperatura en todo el año, toda la plata parece retintenear y otorgarle a la ciudad una luz diferente que cae sobre los tejados y blancas tapias, que llega hasta los nardos y las rosas al pie de la montaña. Más que extinto pueblo minero, Taxco es un lugar que detiene para siempre el tiempo.