Visión financiera/Georgina Howard
En pos de la reputación van empresas de todos los giros económicos y tamaños. El buen nombre es lo que buscan que las posicione en heterogéneos mercados. Así, el 50 por ciento de los presupuestos de mercadotecnia pretenden adquirir este bien que los especialistas venden como implementaciones Below the Line, publicidad, menciones en las clasificaciones de mejores empresas para trabajar, giros verdes y otros…
Algunas compañías apuestas por la confiable recomendación “de boca en boca”, otras suben un peldaño y apuestan por modelos administrativos en boga: just in time, círculos de calidad, empowerment, inteligencia emocional y más.
No obstante, “el buen nombre” es huidizo y no inmediato. Cada solución resulta insuficiente para adquirir una buena reputación inmediata. Los mercados actúan con cautela. Cada cliente tiene mucha información y parámetros definidos. Se trata de clientes bien informados que apuestan a lo mejor. No es sólo calidad. Paulatinamente se comprometen con marcas que representan sus propios ideales y filosofía.
Así, no basta tener un buen producto, se requiere estar respaldado con una empresa que tenga valores análogos a los de sus consumidores. Debe estar respaldado con una compañía que brinde soluciones a sus necesidades y expectativas que al mismo tiempo comulgue con su filosofía de vida.
Los valores empresariales deben ser el centro de todo lo que mueve a la compañía. Es un espíritu inmerso en cada una de las acciones empresariales. De no ser así, la mecanización e inercia generarán desánimo y acciones a la deriva, sin rumbo ni objetivos. Hay que buscar los ideales y trascendencia.
Las empresas son entes vivos. Los mueve no la maquinaria ni las programaciones, sino una mística que ve alcances, realización de bienestar, logros más grandes que lo inmediato. El empresario que logra visualizar sus aportaciones lo más humanamente posibles a su comunidad y mundo es quien genera vínculos más fuertes entre sus colaboradores, proveedores y consumidores. Es ésta la manera de construir un buen nombre empresarial. Lo que se es realmente, es donde se finca la percepción que los demás tienen de un ente.
Sí. La reputación corporativa parte de dentro hacia afuera. De la esencia, de lo que se vive día a día. No es posible construir una careta perdurable y creíble. Ningún presupuesto ni campaña creativa podrá sostener un mito. La verdad, lo que es, siempre se revela.
Es momento entonces de redescubrir la mística empresarial y visualizar su trascendencia, de dar cuenta del servicio social que realmente cumple, de lo que consideramos esencial para aportar a los demás, de los valores que nos identifican como seres humanos y empresa. Sobre ese eje se construyen realidades. Es el engranaje que mueve la producción, impulsa nuevos desarrollos y genera los mensajes que deben mostrarse al mundo. Es el esqueleto de la reputación, lo que sostiene un buen nombre.
En sociedades a las que ponemos precio de todo y tratamos de adquirir intangibles en un santiamén, vale recordar que lo verdaderamente valioso no se compra. La reputación es ejemplo de ello.
Un método simplista para construir una reputación sólida consta de:
Identificar los valores que son irrenunciables en la firma.
Buscar la trascendencia de la mística corporativa.
Imbuir cada uno de los procesos en estos conceptos de valores y quehacer cotidiano.
Generar acciones que permitan que los valores sean una filosofía viva en la empresa.
Cuidar que exista una coherencia permanente entre lo que se piensa y realiza.
Vale remarcar un concepto: lo que es se verá siempre. La verdad va más allá de esfuerzos mercadológicos, publicidad o inversiones. Es lo que se vive cotidianamente. Un buen nombre es producto de la esencia.