Contexto
La biblia es un libro tridimensional. Aparece primero un significado literal, después otro metafórico y finalmente uno metafísico o real. Los conceptos semejan dos capas superpuestas que protegen al meollo o “corazón”.
Si sólo se lee literalmente, los mensajes resultan absurdos. En la segunda instancia sugieren la realización de actos sobrehumanos o proezas. Sólo al tener claro el sentido metafórico de este segundo nivel se devela una enseñanza. La Biblia es un libro de magia o transformación de nuestra realidad. Como muchas ideas valiosas, se ocultó de diversas maneras para preservar su esencia. Se cuidó que no que no se trastocara su verdadero sentido y esencia.
La sabiduría en general se transmitía de manera oral. Cuando existió la posibilidad de escribirla, se recurrió a una vieja estrategia: exponerla totalmente, de esta manera pasaría inadvertida para quien no estuviera destinado a obtenerla. No era que unos sí podían tenerla y otros no. Sólo que el tiempo de posesión variaba de acuerdo al propio desarrollo espiritual. La vieja conseja de “el maestro aparece cuando el alumno está preparado” es verdad.
Y todo esto precede a una parábola bíblica considerada inaudita en una primera lectura: “si te abofetean ofrece la otra mejilla”. Parecía un manual de masoquismo. Dejarse golpear sin más. Si arrancamos esa “cáscara” exterior el “fruto” así expuesto sugiere reaccionar ante un agravio de una manera aparentemente inverosímil pero que implica la no resistencia. Es decir: actúa ante la agresión pero no de igual forma. Esta respuesta en el segundo nivel no dice exactamente qué hacer. Es ambivalente. La esencia está en el corazón o semilla: “dar la otra mejilla” implica, en palabras vulgares, “pasar la hoja”. No detenerse en el agravio, no mascullar faltas, seguir.
Es fascinante el consejo. Revela la magia de perdonar. Perdonar una falta, insulto o “bofetada”, impacto negativo con considerable daño, tanto real como metafórico, no significa olvidar o borrar. Sólo es “pasar la hoja”. Proseguir. No detenerse.
Nuestro cerebro no detecta tiempos pasados o futuros. Sólo es presente. El momento actual. Si nos detenemos en un hecho negativo, todo nuestro cuerpo y alma (pensamientos, ideas y emociones) viven el dolor e impacto como si ocurriera en este momento. Escarbamos la idea, impedimos que cicatrice, nos regodeamos en el malestar. Perdonar es “dejar pasar”. Proseguir nuestra vida.
Si durante mucho tiempo el psicoanálisis sugirió repasar una y mil veces los dolores emocionales o físicos sufridos, la Biblia ya había alertado de una manera práctica el cómo no sucumbir a ellos mediante un sencillo cambio de atención. No fijar la atención en lo “malo” porque lo que crees es. Lo que piensas se vuelve verdad. Es don del libre albedrío: decidir que queremos en nuestra vida. Cada uno de nosotros decide mascullar fechorías o proseguir y crear. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de elegir qué desea vivir: bofetadas o nuevas experiencias.