Escenario político
Hay una receta contra los infortunios que sólo la devela la oralidad. Esa sabiduría de boca en boca que corre generación tras generación…
Ante una crisis empresarial se recomienda reaccionar rápidamente y antes de 72 horas avisar a los medios de comunicación que en breve se darán informes, una vez que hayan investigado que ocurrió realmente. El mensaje real es asegurar que la institución se responsabiliza de los hechos y hará frente a las afectaciones de diferentes públicos.
En la vida real pasa lo mismo: una crisis es el paréntesis en la vida en el que no podemos permanecer indefinidamente. Se requiere actuar con celeridad pero más que nunca con plena serenidad: “ser uno”. No es un contrasentido. Después del golpe devastador, de ese puñetazo en el plexo solar, de esa sorpresiva y nada halagüeño hecho, se necesita levantarse, sacudir el polvo y actuar con dignidad.
Dignidad representa “el amor de Dios en cada ser”. Esto implica que por muy apabullante que sea el hecho que se enfrenta, siempre debe existir la certeza de un poder superior y sabio que nos sostiene y permite salir adelante, recobrar las fuerzas, zurcir el maltrecho traje de la autoestima y proseguir.
La inmediatez aconsejable ante un hecho devastador, es para obligar a la víctima a ponerse en pie y continuar. Postergarlo sólo hace más doloroso el proceso de reinserción a la vida cotidiana. El plazo común son tres días de infierno, arrepentimiento, reflexiones y sufrimiento. No más. Al momento que se cumple ese plazo inicia el proceso de recuperar las actividades “normales”.
El proceso de continuidad no es fácil. Implica “cerrar círculos”. Una metodología que las empresas realizan fácilmente en crisis corporativas, pero que en la vida real se enreda con sentimientos. Y es que en las grandes catástrofes como en las pequeñas decisiones siempre gana el corazón sobre la razón.
Sin embargo, mientras la emotividad es cálida, la inteligencia es fría. Racionalizar implica “enfriar” los acontecimientos y decidir lo que resulta mejor ante un problema inminente. Y aquí no hay recetas ni botiquines perfectos. Puedes tener el mejor equipo a quien acudir e incluso un manual para saber cómo enfrentar las situaciones de alto riesgo en tu vida personal. Sin embargo, nunca podrás estar preparado para sortear las grandes crisis personales.
El ser humano siempre deambulará con gran temor e incertidumbre ante situaciones altamente críticas como la propia enfermedad, el cese de un periodo en la vida, el duelo al perder a un ser amado, y, también, ¿por qué no decirlo?, la nostalgia que repentinamente se instala en la piel, huesos y pensamiento. Los médicos le llaman depresión. Nosotros, añoranza.
Y ante la catástrofe, sin reglas de salvamento infalibles contra el dolor, el ser humano verá que es capaz de enfrentar lo más duro, incluso la crueldad, porque dentro de sí tiene todo: respuestas, aliento, fuerza y una razón para proseguir su labor en esta vida: el tenue recuerdo de su Contrato Sagrado, la certeza inconsciente de que la misión que vino a cumplir en esta vida nadie la puede realizar más que él mismo.
Así se levantará y enfrentará las crisis. No importa que en sus espaldas cuelgue el cadáver de quienes ama, algunas desilusiones o un corazón maltrecho. Sabe que el Universo lo considera una vida bendita, se sabe infinitamente amado por la vida. Esa certeza es el mejor antídoto ante una crisis en la vida real. Por supuesto, eso no aparece en los libros. Eso sólo reside en la verdad.