
Carlota N. tomó la justicia en sus manos; una pistola y un país sin ley
Aparece la pasión. Se electrifica el ambiente. Bulle la vida. Los sentidos se agudizan. Emerge en la obscuridad anodina una chispa, fuerza que vibra, convence, atrapa, transforma. Es murmullo, grito y canto. Es una esencia que se desprende de lo convencional y previsible.
En medio de un día cotidiano, repentinamente la pasión lo transforma en cielo de fuegos artificiales y alegrías. Rezumba zigzagueante, espléndida. ¡Ah bendita pasión que recorres las arterias de los cuerpos mentales!
Existe quien se apabulla ante la fuerza creadora de la pasión, cree que derruirá lo que aparezca a su paso. Ignora que no es fuego. No por sí solo. También es agua, tierra y viento. Es todo…y sin la pasión no existe nada. Nada que se precie de aportar, comunicar o crear. Las acciones que transforman resguardan en su interior pasión. Y es pasión, sólo eso, lo que envuelve la bipolaridad.
¿Quién que se precie de vivir no tiene emociones diversas y altibajos, y puede pasar de la tristeza a la carcajada, del sarcasmo a la cólera, de la tristeza a una felicidad honesta? Los psiquiatras nombraron a este vaivén trastorno bipolar. Etiquetaron como enfermedad la vida misma. Paradójicamente la intensidad es sinónimo de vida, el dramatismo la conexión con el instante que vivimos.
Quien no vive apasionado de ideas y proyectos languidece. Debe llenarse de pasión el cuerpo y la voz, los pasos y hasta las sombras. Debe emerger esa fuerza vital que nos permita incorporarnos cada mañana a generar realidades de lo imaginado.
Sin embargo, a veces la pasión se diluye con los días. Los años te marcan cautela, te anestesian los sueños…y dejas de creer. En ese instante la pasión se vuelve sombra y poco a poco se extingue. Es esa voz que recomienda cordura, mesura, tradición. Todo se opaca lentamente…los motivos aparecen como poco convenientes.
Y cuando le arrancas las alas a la pasión, cuando decides no ser una persona “dramática” o “intensa” empiezas a morir… por favor revive. Haz sonar las campanas que llaman a la eternidad, a las musas de todo lo posible, a los sueños postergados.
Que despierten, que se metan de nuevo en tus huesos y piel, en cada hebra del cabello, en el aliento, en la garganta y el pecho.
No abandones tus sueños. Cada día es posible crear cosas nuevas, que te alienten y apasionen. Que te ofrezcan perspectivas nuevas, soluciones e ideas. Llénate de pasión, vive. Y si un día olvidas que te llena de energía y propósitos, pregúntale a tu niño interior. Él te podrá responder como llenar de pasión tus horas.