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El poder de sentir
Se vale sentir. Puedes tener sobre la piel la primavera y calidez solar pero también vivir un duelo y darle rienda a tu tristeza. Es factible recrear los muchos conceptos de éxito y simultáneamente sentir como te muerde la decepción. Es posible hilvanar día a día esperanzas de mejores días y derrumbarte de pronto por una traición. La vida es claroscuros. Interminables subibajas. Cambios continuos.
En una sociedad que sólo admite la felicidad, nos convertimos en máscaras con una sonrisa perpetua: falsa e incomprensible porque no se adapta a lo que sentimos realmente, pero desde pequeños nos enseñan que siempre debemos manifestar que estamos bien…aunque me acabe de caer un ladrillo en el pie. “Bien” es lo políticamente correcto.
Pero no sólo eso. Cuando no sonreímos o nos sentimos satisfechos asumimos que nosotros, no las circunstancias, estamos errados. Nos sentimos “incorrectos”, “enfermos” o “desadaptados”. ¡Somos bipolares!
En general amamos la risa, la alegría contagiosa, los estados anímicos exultantes, los estereotipos de bienestar y de éxito. En el irreal mundo preconcebido todo es perfecto. En nuestra sociedad globalizada, de inmediatez y convergencia se prohíbe disentir, llorar, indagar, proponer y pensar. Pero, sobre todo, está vedado sentir.
Está tan arraigado el hedonismo impuesto, sea o no auténtico, que un consejo común a quien sufre es: “no llores”. Resulta tan paradójico como recomendar a quien celebra que no ría.
Y mientras esto ocurre, arrastramos la vida de acuerdo a los patrones de lo que debe ser dictado por mercadotecnia, gobierno y los “otros”. Y en aras de complacernos olvidamos lo más importante: cada uno de nosotros ¿cómo capta la realidad, qué emociones le provoca, qué pensamientos y sentimientos le transmite?
Respetar los propios sentimientos es el camino más viable para alcanzar la autenticidad y una felicidad verdadera, no impuesta. Una felicidad que responde a tus propias expectativas, logros y satisfacciones. Una felicidad que responde a tu esencia e individualidad. Es una felicidad plena. Es serenidad: ser uno.
Y no importa que en este camino haya altibajos: pequeños logros, escollos; pautas y avances, propios redescubrimientos, lamentaciones y también certezas…en cualquier caso hay que vivir intensamente el sabor de la vida, tentar con toda la palma la textura de sus emociones, llenarnos los ojos con sus colores, luces y sombras; escuchar sus gritos y murmullos, oler el perfume de cada hora…se vale sentir. No importa que te digan bipolar: Vive.