Escenario político
Salud, con ¿Cuba libre?
El mundo amaneció acaramelado por el idilio en el que se envolvieron dos enemigos que parecían irreconciliables: Cuba, la bella, y el ogro filantrópico del Tío Sam (Dónde quedaría el pobre y maltratado Tío Tom). Muy parecido al primer despertar de los recién casados en las playas de Varadero o de Miami.
Cuba no tenía ya a dónde arrimarse. Navegaba desfalleciente a la entrada del Golfo…
El gran Oso murió hace dos décadas y media. Y los socialistas cubanos se quedaron solos.
Desapareció Europa del Este y ya no tuvieron quien les comprara el azúcar.
Los cubanos entraron en una depresión económica muy pesada; una amargura que nunca pudieron endulzar sus cañaverales. Y el hambre es canija…
Los gobiernos de México, desde aquel “Comes y te vas” que le espetó al comandante Fidel el presidente de las botas y de la coca, abandonaron a los revolucionarios que un día zarparon en el Granma de las playas de Santiago de la Peña, cerca de Tuxpan, y después de una turbulenta travesía desembarcaron en las playas cubanas hacia la Sierra Maestra, para tumbar al dictador Fulgencio Batista.
En el Subcontinente se instalaron gobiernos “progresistas” pero pragmáticos, tan neoliberales como el viejo (y desaparecido) Partido Comunista de la Unión Soviética, o el de la República Popular de China, que está construyendo un comunismo pragmático, alcahuete de los más influyentes explotadores de la mano de obra regalada en las maquiladoras.
Los cubanos pretendían seguir cultivando la pureza del socialismo. De cada quien según su capacidad; a cada quien según su necesidad. Sólo que ya no había para satisfacer la necesidad. Y cayeron en la confusión, bajo la acusación de compañeros de viaje de los capitalistas de que en el socialismo cubano no existía la libertad.
Y así, los cubanos que un día se batieron en la Sierra Maestra contra los asesinos al servicio de Batista, descubrieron que había que volver al redil de los gobiernos periféricos del hemisferio occidental.
Joseph Stalin, “el Padrecito Stalin”, fue el responsable porque hizo del ícono del socialismo y del comunismo – la antigua Rusia imperial y sus estados asociados en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -, una realidad del autoritarismo, del fundamentalismo, del totalitarismo, de la esclavitud, del terror.
Como me acordé este jueves de George Orwell. Me dio la impresión de que, con el reiniciado noviazgo entre la Casa Blanca y La Habana, se dio por terminada aquella Rebelión en la granja.
Pero no quisiera resucitar al Big Brother orweliano, que proclama esa visión de un mundo regido, inspirado, en esas tres diabólicas consignas:
La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza.
Como decía mi abuelita, dios no lo quiera.
Pensemos mejor que el reencuentro de Washington con La Habana es un gran reto.
Será una aventura, la misma en la que los países periféricos fracasan cotidianamente. México es un buen ejemplo de profunda dependencia y codependencia del imperio, tanto que cuando a Estados Unidos le da un catarrito, a México le ataca una horrible neumonía.
Pero los cubanos tienen derecho a equivocarse, a errar, o a acertar y ganar. Deseo que Cuba no se convierta en otro patio trasero de los Estados Unidos, como México.
Muchos están contentos con la reanudación de relaciones. Diría, por lo que se dice en los periódicos, que todos. Hasta el papa. Creen que el nuevo matrimonio será provechoso, exitoso, que se acabará la pobreza y el hambre en Cuba. Que habrá progreso. Que habrá dinero. Que habrá tarjetas de crédito, almacenes de conveniencia, invasión de baratijas chinas, muchos anuncios luminosos en La Habana, casinos en Varadero, lujosos hoteles de paso etc. Igualito que en México…
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