El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
Ayotzinapa y el País de la Simulación
Ayotzinapa destapó la fosa clandestina, en cuyo fango está cimentado el México traicionado, corrompido, impune, neoliberal, vendido, entregado.
Destapó también el engaño, la prepotencia, el cinismo; el empleo del lenguaje, de las palabras, para engañar, domeñar, burlarse; el uso de palabras fantasiosas, inexistentes, para confundir, para manipular las conciencias no cultivadas de millones.
Si hay algo que me emputa es el engaño, la prepotencia, el cinismo, me dijo Martitha Grajales, cuando juntos repasamos, este domingo, la agenda de los días recientes, días de dolor, de llanto, de sangre, de muerte. Días de ira y de emputamiento ante la mentira, el cinismo, la desvergüenza de la clase política.
Ayotzinapa hizo que descubriéramos que los 43 normalistas raptados, escondidos, torturados por una diabólica maquinaria de exterminio, están vivos, pero nunca jamás serán presentados vivos por sus diabólicos captores, porque así lo exige la deontología de la simulación y de la agenda de exterminio de todo lo que, en esta sociedad, huela a subversión del orden neocapitalista adoptado.
Y no hay que olvidar, y en ello nadie repara, que Ayotzinapa es parte de un esquema subversivo, donde se enseña marxismo, junto con la mayoría de las escuelas normales rurales.
Según los moralistas sistémicos, orgánicos, esas escuelas normales rurales son nidos de comunistas y semillero de guerrilleros, que si se dejan vivos incendiarán las Lomas de Chapultepec, o las lomas de Santa Fe. Y eso no puede permitírselo el Big Brother, el dios eterno inconmensurable, poderoso, dueño de la verdad, que todo lo ve a través del ojo de la televisión.
México es, y nos lo descubrió (nos lo confirmó) la desaparición forzada de los 43, un gran escenario de la simulación. Se simula todo en todo: La honorabilidad, la honradez, la moral, la religiosidad, el enamoramiento, el casamiento, el matrimonio, la democracia, la impartición de la justicia, la educación, la civilidad, las relaciones internacionales, el robo, la transa, las complicidades, la corrupción misma. Es corrupción pero se le llama negocio, compensación, premio, bono, regalo, y se convierte en virtud.
Ayotzinapa nos descubrió que la clase política se guía por una moral a modo; que no tienen nada que ver con los principios absolutos, eternos, universales, del comportamiento humano. Lo que entre los pobres se llama borrachera, entre los políticos es simple y llanamente relaciones públicas.
De ahí que los grandes antivalores de la vida pública de los mexicanos se columpien de rama en rama, en el árbol de la simulación y la criminalidad – dónde está la línea divisoria – entre la desvergüenza, el cinismo, la represión, el asesinato, las desapariciones forzadas, los secuestros, las extorsiones, las violaciones, la pederastia, la pedofilia, los feminicidios, el periodismo a modo, la prensa vendida, los periodistas propagandistas y, en medio, la televisión como un antidios dia-bólico, que decide los destinos de los mexicanos.
Sin embargo, sólo hemos perdido a la clase política. Y no es tan grande la pérdida. Y más que perder a los 43 los hemos ganado todos.
Ayotzinapa revivió a la juventud estudiantil que parecía amordazada, escondida en las aulas; que no había dado señales de vida desde aquel movimiento estudiantil popular del 68.
Después del 26 de septiembre de 2014, millones de mexicanos ya no son lo mismo que eran el 25. Ahora están conscientes. Y quien vive en estado consciente llega muy alto en la vida.
Todos los mexicanos, en una u otra medida, cambiaron para darse cuenta. Cambiaron hasta los que sólo pensaban en las marcas, el maquillaje, los bolsos, la moda, los coches, las pantallas planas, los estereotipos.
Y fue destruido el mito del neoliberalismo, del pragmatismo, de la privatización, del out sourcing, de la escuela de tiempo completo, de los juicios orales, del seguro social universal… y demás. Los mitos de la modernidad.
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