Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
¿Libertad de prensa? ¡Dónde!
Y quién les dijo que ustedes tenían derecho de criticar a los poderosos.
Quién les dijo que este asunto era democracia, era democrático.
No, amigos. Éste es un “asunto federal” y no pueden cuestionar a quienes están arriba. Mucho menos a quien está sentado en la sede principal.
Ciertamente hay libertad de prensa, hay libertad de expresión, de acuerdo con la Constitución Política, pero lo que no quieren ustedes aceptar es que la constitución y las leyes no son para ustedes, ni para el pueblo, sino para defender y proteger las riquezas y la integridad física, espiritual y emocional de las clases dominantes, a los dueños, a los patrones.
Así se definen los Estados democráticos, desde que Maquiavelo y Montesquieu son Maquiavelo y Montesquieu. Y desde que los positivistas concibieron esta estructura en la que sólo tienen derechos quienes detentan la propiedad de los medios de producción, parafraseando a Karl.
Y en México sólo tienen derechos los dueños desde los Servitje hasta los Slim. Los miembros del lumpen proletario que se jodan. A pesar de la demagogia revolucionaria de los últimos ochenta años.
La libertad, la libertad de expresión, la libertad de prensa, como en toda “democracia” occidental cristiana, inclusive en las “democracias” más avanzadas del Báltico, o en la democracia calvinista de los “primos” del norte, tienen límites.
Es una falsedad de toda falsedad, e hipocresía, eso de que los Estados Unidos son el imperio de la libertad.
Y en México, todo el mundo, los periodistas, los analistas, los curas, los guerrilleros, pueden criticar a los poderosos, a los gobernantes, pero la libertad termina cuando se topa con los intereses de grupo y los muy personalísimos del sujeto al que se cuestiona. Después de esa frontera, cuidado. No respondo chipote con sangre, sea chico, sea grande.
Pa’qué te metes entre las patas de los caballos, dirían en el Bajío, allá por los treintaytantos, los federales cuando colgaban de los árboles a un cristero o a un cura de pueblo. Eran tiempos en los que se consolidaba la “democracia” mexicana. Esta democracia que no permite conocer la información real, la verdadera, sino sólo la propaganda. Se confunde la información con la propaganda o al revés volteado. Porque la información verdadera va en contra de la patria, de la seguridad nacional, de la estabilidad del Estado.
La democracia mexicana, con INE y todo, sigue siendo un mito genial (genial, como calificó a los mitos mexicanos el inefable Pedro Aspe Armella)
Elegir a las llamadas autoridades o representantes de entre un chorro de partidos politiqueros no es democrático. Es la forma de hacer un negocio. Porque la política es un negocio – un emprendimiento, como dicen ahora los neo – como vender manufacturas, granos básicos, minerales, o como trasegar con drogas ilícitas. Es lo mismo. Qué diferencia hay entre un negociante de celulares y uno de carrujos de marihuana, o sobres de polvo de coca. Ninguna salvo que la marihuana y el polvito son ilegal, están prohibidos. Y los celulares, aunque son cancerígenos, no lo están.
Así que nadie debe de llamarse a escándalo porque un día de estos los periodistas críticos sean echados de los medios para los que trabajan, que les pagan su salario, injusto, justo o supermillonario. Que también hay periodistas que critican porque son ricos. Y en vez de ellos, los medios se sirvan de periodistas a modo, por encargo, amansados. Y es que los medios, llamados de comunicación, pero que no sólo no comunican, sino que incomunican, son propiedad de los dueños miembros de las clases dominantes. Y los dueños jamás van a permitir que un periodista, hombre o mujer, por muy populachero que fuese, se les suba en el lomo. Nooooooooooo.
Y más en los medios electrónicos, en la radio (jamás en la televisión) que son generosas concesiones del poder político para sus amigos. Así que, amigos pejistas, morenos, vayan ya despidiéndose de su defensoría de oficio.
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